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Paisaje lunar de Kurt Folch. Arenales del interior zurcidos de puras cenizas
(Calabaza del diablo 2010)

Por Francisco Leal
Publicado en Taller de Letras N° 51. Segundo semestre de 2012


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Cuando me llegó a las praderas Paisaje lunar de Kurt pensé en cómo sería un paisaje en las piedras desoladas de la luna, en el gélido desierto de cráteres y noches. Y de lo conmovedor de lanzar versos con esa naturaleza alrededor, bajo la presión, embestida de elementos, en un terreno de oxígeno letal y seco. El acierto de Folch con el título del poemario es la atmosfera imposible que siguiere; salada y expuesta a la noche del espacio.

La luna es un satélite esquirla que suelta una luz que no emana. Se esconde, acrecienta y recoge las aguas del mar. Se hunde en oscuridad, cíclicamente. Es un desierto de piedras y mares evaporados o secretamente congelados. Gris por sus rocas, su tenue atmósfera de silicona, magnesio, calcio, aluminio. El satélite lunar en la poesía de Folch no es el de Saint-Exupéry, ni mucho menos el campo embanderado por el imperio donde se dieron saltitos y pisoteos astronautas. Es un escampado. Un atmosfera exigua. Casi no tiene aire.

Pablo Torche relaciona Paisaje lunar con Banda sonora de Andrés Andwandter. En ambos el verso se concentra en una depuración radical. No despojan el poema de lo superfluo en búsqueda de una esencia diamantina, sino que depuran las situaciones de su atmosfera, la escritura de las oraciones del periódico. Paisaje lunar también navega en otra genealogía astronómica, de poemas imaginados en un espacio extremo como la luna y o la exosfera, donde los átomos se escapan hacia el espacio. Consumatum est de César Soto sería derrotero en esa antología de poemas encerrados en una estación espacial, sin nada de ciencia ficción. Atrapado en el espacio, sin poder bajar a tierra. Poesía en el precipicio.

En Paisaje lunar el lenguaje apenas declara. Se angosta y suspende en minúsculos versos. No se apoya en el silencio. Aullidos sin garganta se dejan sentir en estos poemas. Pero sustrae máximamente la información del poema. Ese es uno de sus experimentos –exprime el poema de la situación. Deja casi sin sujetar los poemas. Un tipo de experimento artísticos diría: a tal realidad tal estilo, o ante la imposibilidad de una realidad, imposibilidad del estilo. Esa relación lenguaje/ experiencia presupone una jerarquía de la realidad sobre el estilo y le exige al estilo representar esa realidad. Las tribulaciones de Kurt parecen ir por otro lado. Pienso en experimentos que no se someten a esa dialéctica de reencarnaciones y perfección, que no se someten a las revelaciones del signo y su esencia. O sea la de los experimentos que echan humo, que explotan: el ratón fulminado por una hormona, las sondas que se hunden en los abismos, experimentos que mantienen muerta una garrapata 17 años, para luego resucitarla. Experimentos que no someten a mostrar ni comprobar: arrancar el poema, quitarle el aire, amarrarlo, bullirlo, estrújalo, meterle fuego, hielo, nitrógeno. O reposarlo en formalina. Paisaje lunar está más cerca de esta segunda forma de experimentalismo.

Me constan los sometimientos de Folch a la escritura. A forjarle algún experimento a la escritura. Conocí a Kurt como editor, e intensificó un manuscrito mío: a algunos poemas les sacó el aire, a otros los secó, les sugirió grasa o fuego.

Con voz descompuesta, los poemas de Paisaje lunar presentan en una cotidianidad ya recortada, índice de algún desvanecimiento. No hay alarma ni sujetos tirándose los cabellos frente a los escombros, ni se rebosa en un elogio de la locura, sabiduría nigromante o erótica para oscurecer el discurso con la tinta de un calamar asustado. Los poemas más bien decantan un espacio casi sin personajes, apenas topados con el tiempo o los sucesos. Los versos de un poema cambian su carácter, su escenario, su perfil, su trama se pierde, y dejan en parte en la oscuridad. Hacia algunos abismos la luz del sol no llega. Por ahí se escabullen estos versos. Poemas llenos, menguantes, “zurcidos de pura ceniza” (14).

La versificación en Paisaje lunar imita los nervios; versos de una palabra, disparos a lo cotidiano y su ignorancia. Estallido del que casi no queda registro. Los poemas, como sinapsis neuronales (escalofríos), agrietan un espacio. Parecen pender de un vacío que no está ni en la lengua (afectada, perforada) ni de la experiencia (difuminada). Algunos poemas parecen que apenas respiran, muertos o congelados o suspendidos. Cadáveres exquisitos por su cuerpo y por las combinaciones. Sin sujeto, sin dios, sin sentido, las combinaciones son osadamente infinitas.

Trasmisiones de bajo voltaje sobre un espacio sin causa ni efecto. Las cosas apenas se sujetan –el sujeto desapareció. La gravedad de las cosas en estos poemas son como en la luna. Una piedra, el agua, los cuerpos se suspenden y su peso ya no es su peso y su relación ya no es su relación. Están suspendidas y sostenidas por un tenue hilo de gravedad. Los poemas de Paisaje son tenues pero para nada delicados, parecen mordidos por una lengua oscura, que se posa en el medio día de las cosas. Los lados oscuros de la luna son los cambian las mareas.

Silencio, oscuridad, la nada, lo real, el abismo. Más o menos a estas catacumbas es a las que baja este libro. Baja a los abismo con un leve haz de luz, le hace un tajo a la oscuridad, pero solo para iluminar su inmensidad. Luz para que la oscuridad salga de la nada. La luz puede ser oscura. O prestada, reflejada, como la luna. No se trata de emitir relámpagos que en su explosión hacen mito de las mesas y los cuerpos: aclaran. En Paisaje lunar son corto circuito, espacios no arrodillados a ninguna comprensión. Los paisajes sin naturaleza tienen muchos escombros.

El libro comprende muchas reflexiones sobre la escritura. No son reglas, ni pistas. Solo escrituras y reflexiones. En la página 38, entre otras andanzas del poema, hay una de ellas:

algo de intuición
de a poco o de golpe
triza lo oscuro
arcoíris en círculo
radiando la piedra
detectar hendiduras
perspectivas
el segundo
cero de la memoria.

No es un arte poética porque no define ni el poema ni su terreno. Por sí habla de algunos momentos creativos. Dice que la intuición creativa perfora (triza) la nada que sostiene las cosas, la presenta trisada. O sea inconmensurablemente. Esa intuición llena de colores lo que no tiene color, como las piedras de la luna. Las cosas brillan oscuramente. Y el acometido poético busca detectar esas hendiduras de la oscuridad, de la luz. Esas son las revelaciones, las iluminaciones vinculadas con las oscuridades también. Ese segundo. El cero de la memoria. Lo que no tiene registro. En ese cero, revelado o creado, nada sujeta los objetos. Nada sujeta nada. La gravedad se suspende. Esa es la atmósfera inquietante que expele de Paisaje lunar.

Folch traduce. Tradujo al español a George Oppen y a Tom Raworth. Folch ha merodeado en ese trabajo las torceduras de las lenguas, palabras imposibles, inexistentes, verbos incapaces. Se ha dado vueltas en el extravío de la traducción, que lanza estertores de naufragio. Eso es lo que principal que recupera Paisaje lunar del traductor, más que de las venas estilísticas o formales de los traducidos. Claro que incluye algunos tallos distinguibles de Oppen y Raworth, como de otros como la liberación de recorte cotidiano, agarrados de raíz al pantano periódico. Momentos y objetos que no son perlas en el barro, sino el barro mismo el que brilla. Los canastos de cebollas o el agua sucia bajo una ventana de Paisaje lunar se comunican con esa poesía. También los delirios televisivos, las furias cotidianas, el caballo en llamas bajo represión y consumo. O el tono domésticamente apocalíptico y en constante derrumbe. Y la tenebrosa abundancia de escombros y sitios eriazos. Pero Paisaje lunar no presenta las cosas por medio de un sujeto (fragmentario o cómo sea) como lo hacen Oppen y Raworth. Folch sacó de varios de sus poemas ese sostenedor. Por eso las cosas y los objetos simplemente suceden, sin gravedad, con terror[1].

Los banqueros cuentan. Entonces, no contar, no enumerar ni valorar. No narrar. Que el poema no cuente, que sea cuento –la historia no tiene sujeto, predica el acertijo de Althusser. Folch no somete el poema a una historia, a la crónica. Su política y su reclamo corren precisamente por esa sustracción. Nuevamente la gravedad de la luna: su atmosfera alejada. Su política similar al sueño de Flaubert de escribir un libro sobre nada. Escribir un paisaje sin naturaleza, sin paisaje. En Paisaje lunar hay angustias, objetos, departamentos, aforismos, repúblicas divididas, predadores, pero no sujeta los reclamos a la lengua de los noticieros ni a una subjetividad hinchada.

Famosa es la publicidad de Eduardo Anguita a una pluma: “se llena sola, como la luna”. De Paisaje lunar se podría decir que sus poemas “se vacían solos, como la luna”.

El espacio que deja vacío el sujeto en la cotidianidad hunde los objetos que parecen índices de nada. La desaparición del registro testimonial destraba la integridad, y en ese vacío Paisaje lunar suelta ultravioletas a la oscuridad. Relucen oscuramente dientes blancos y cebollas[2]. La celebración no es el pop de la magia de las cosas, sino su desconexión, la falta de relación. En las superficies de Paisaje lunar hay cráteres insondables, ignotos. Casi sin sujeto, el pathos y las emociones circulan sin la pirotecnia atávica y chillona de la pasión o la apatía. Sobre la superficie hay cráteres, no caídos.

dice: nada
y esto: nada
también

Los poemas son “registros de bajo voltaje” (26), o “describir en detalle de un escalofrío” (39). Escalofríos por la fiebre, por las mañanas del vino. Pero hay escalofríos que simplemente suceden –al entrar la casa, al soltar sal sobre la comida. Escalofríos que sacuden completamente sin hermenéutica. Los poemas de Paisaje lunar tiemblan, pero no con la descripción, que es tardanza, expansión y secuencia. No es una anécdota el escalofrío en el poema, es su aconteciendo.

Debido a su baja gravedad, la luna es incapaz de retener moléculas de gas en su superficie. No tiene casi atmosfera. No tiene aire ni de vientos, no se erosiona. La ausencia de aire tampoco transmite el sonido. Termino de leer Paisaje lunar y me entero que, tras lanzar misiles y explosiones, se descubrió que en los polos oscuros de la luna hay agua, hielo. Kurt sabía.

 

 

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Notas

[1] En “Voy a hablar de esperanzas”, Vallejo sacude lugares que también explora Paisaje lunar. El lugar vaciado de sujetos. O donde sujeto es el correlato de la insignificancia; “Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa” (). Un poema sin causas, sin efectos. Pero Folch va un paso más allá y tampoco sujeta las cavilaciones. A nadie le suceden los pensamientos. El verbo disuelto en sales efervescentes.
[2] En la mitad del libro, más un menos, un poema concreto, una guillotina visual (30). Único poema así o al menos que se inicia así del libro. Los indicios de corte aparecen por todos lados. El verso cortado, las palabras. Post tenebras lux, dice la degolladora. Lo que está tras (más allá y después de) las tinieblas es un corte capital. El corte con las relaciones, las analogías, las identidades, el lugar de las cosas y las personas, con las historias. Sobre esos efectos se lanza la luz guillotina de las tinieblas.


 

 

 

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