LA VIRGEN DEL CÁÑAMO
Novela de Lautaro Condell
Por Felipe Moncada Mijic
Durante el invierno del presente año, ha visto su aparición la novela La Virgen del Cáñamo, del joven autor sanfelipeño Lautaro Condell.
Se trata de una entrega muy esperada por los lectores cercanos, ya que fragmentos de esa historia venían siendo publicados en la revista La Piedra de la Locura, aunque faltaba la suma total, que ahora ve su publicación en formato de libro.
Y es justamente la fragmentación del relato, el recurso que elige Lautaro como estructura narrativa, figura que potencia el carácter de retazo histórico, de temporalidad confusa que tiene que ver con la fundación de un tiempo mítico en la novela. Aquello hace recordar de alguna manera la tradición de narraciones apócrifas, de supuestos manuscritos hallados, como podrían ser Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, de E. A Poe, algunos textos de Borges, o la construcción mediante evidencias fragmentarias de La Invención de Morel de A. B. Casares. También hay un guiño, paródico quizás, a la arqueología bíblica, en particular al hallazgo de los rollos del Mar Muerto, ya que el texto de Condell simula distintas vertientes de origen: manuscritos encontrados al interior de chuicas, en prostíbulos, en entierros, o recopilaciones orales de décimas de cantores populares, situaciones generalmente vinculadas a los bajos fondos o locaciones campesinas no tradicionales. Y es la diversidad de las fuentes lo que determina también la técnica narrativa, pues Lautaro utiliza distintos narradores para dar curso a la historia, e incluso, muchos trazos del relato se describen en décimas, a la manera de los cantores a lo divino, tradición que por lo demás sigue vigente en muchas zonas del interior chileno.
Una manera de comentar la novela podría ser reproducir el argumento, comparar el relato con otros de congéneres, y exaltar la originalidad, debilidad o supuestos lugares comunes presentes en el texto: mecanismo-fórmula, que sin embargo lo podría realizar un algoritmo de solapa, pues no requiere adentrarse más allá de la superficie del texto. Por lo mismo me gustaría comentar en estas páginas las relaciones e ideas que provocaron en mi, un lector cualquiera, los elementos con que Condell tensa la historia, fábula que pasa a segundo plano, para lograr una mezcla poderosa de lo tradicional con lo fantástico, sin dejar de lado las heridas sociales y reiterativas, en cuanto a un campesinado visto como fuerza productiva, sin que se le permita sostener una dimensión de independencia ideológica por el régimen o iglesia de turno, que se sirven de la fe como analgésico para aceptar su destino de esfuerzo y trabajo.
La virgen del cáñamo me parece el resultado de una simbiosis de lo místico y lo festivo, pues en la novela se mezcla lo religioso-andino mediante las cofradías de chinos (que subsisten hasta hoy, siendo el autor alférez de una de ellas) y la religiosidad cristiana, aunque quizás aquello no constituya novedad, pues ha sido el curso natural de la fe en gran parte del territorio central de Chile, pero a eso Lautaro agrega una cosmovisión del cáñamo, más emparentada con las tradiciones alucinógenas andinas, pero con muchos elementos simbólicos del cristianismo: la anunciación, la virgen, el libro sagrado, la clandestinidad de los primeros cristianos, la persecución, y el martirio-tortura que tiene un doble ribete político para el caso de nuestro país.
Además, es el mundo de la fe campesina, un nicho altamente contingente, en cuanto a potenciales significaciones de interés global, por su preocupación natural por la ecología (las estaciones, la preservación de los bosques y lagunas, las especies animales, la riqueza como diversidad y no como acumulación), ahora que el cambio climático es un fenómeno real y no el discurso de apocalípticos de toda especie.
Otro elemento a notar son los elementos culturales que forman el universo de la novela, pues en los sucesivos escenarios aparecen cuatreros, prostíbulos, operarios de fábrica (que acaso tienen su continuidad en los actuales temporeros del valle de Aconcagua), cantores populares, brujos, cofradías de chinos, pacos y gendarmes. Todo un mundo de personajes que funcionan como piezas de ajedrez en un tablero rural y que configuran la eterna historia del abuso al campesinado, pues cada zanahoria que el verdulero limpia de un machetazo en la feria, cada trozo de palta que adorna el plato de un señorito capitalino, antes ha pasado por manos morenas y anónimas que regularmente han llevado la peor parte de este ajedrez histórico.
La fantasía que se logra en la novela dista mucho de ser escapista (condena que se ciñe generalmente sobre este tipo de literatura) o socialmente parabólica (como las buenas piezas de ciencia ficción), ya que se plantea quizás como una probable ramificación de la historia, pues a lo largo de las páginas se muestra un conocimiento de las redes campesinas y populares, que movilizan a gran parte del país a pesar de su invisibilidad.
Finalmente me gustaría referirme a la pérdida de lo sagrado en lo cotidiano, como síntoma de lo desechable urbano, y es en esa añoranza del mito, quizás donde la novela de Lautaro toca su cuerda romántica, pues hay una valoración por los utensilios cotidianos y los pequeños ritos, ya que los objetos (los cogollos de cáñamo, el cuenco, las flautas, las guirnaldas, las tinajas, las plumas) pierden su categoría de objeto seriado de consumo, para (re) convertirse en medios de transmisión de conocimiento y tradición, y es en ese gesto, donde está la radical diferencia de concebir la literatura como una loca carrera de Narciso, o bien como un camino lento, pero revelador, en que los objetos nombrados y las relaciones descubiertas, vayan tejiendo una trama con sentido, un telar histórico que va más allá de lo inmediato, disperso entre luces de artificio e impostura.
Valparaíso, julio del 2009.