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Fiesta del alfarero

La poesía de Alejandro Lavín

Por Felipe Moncada Mijic

A lo largo de Chile es frecuente encontrarse con caminos en desuso, ramales de ferrocarril donde es más probable encontrar un caballo pastando entre  las copas de oro y la cicuta, que una locomotora haciendo sonar su silbato.

Al intentar una analogía con lo que ocurre en la poesía chilena, habría que hacer notar que la tradición ha hecho brotar múltiples caminos, posibilidades de poéticas, muchas de ellas recorridas, pero otras que permanecen latentes. Sería un ejercicio interesante que mediante el uso de heterónimos, un autor se dedicara a recorrer esas variantes, aunque funcionara solamente como juego, pues su experiencia, su visión real, el riesgo de asumir al hablante, quedaría bajo la pantomima del seudónimo.

Alejandro Lavín concentra en su poesía elementos que dan cuenta de un registro quizás no utilizado en la tradición poética chilena, pues el arcaísmo, el humor, los elementos culteranos, lo telúrico, el habla popular, los localismos, encuentran una rara conjunción, como si una excéntrica alineación de astros nos revelara que las poéticas son islas de esteticismo, elecciones formales para poder respirar en el denso bosque de las palabras.

Se podrían dar ejemplos de cada una de las características nombradas anteriormente, pero si se ha de ahondar en aquello que predomina, habría que hablar del aspecto terrestre, de una poesía que parece estar hecha de arcilla, pero que por ello no abandona el ingenio ni el humor.

Y es que el poeta ejerce además el oficio de alfarero, situándose en contacto directo con la arcilla, el agua, el fuego, experiencia que traspasa al hablante de su poesía. En esa condición es que se manifiesta consciente de la relación entre la furia volcánica de la ceniza y la quietud de los cantos rodados.

La fertilidad, la abundancia de la tierra bien trabajada, son ingredientes del sueño campesino, maulino en particular. Y si se han de buscar antecedentes en el imaginario de la región, sería imposible no recordar la visión del pintor radicado en Linares, Pedro Olmos, con sus campesinas y campesinos robustos, el relato de las grandes trillas, las espigadoras, las escenas de la fiesta, un mundo idealizado y donde el vínculo con el trabajo y los frutos de la tierra va siempre acompañado de la abundancia y la generosidad de las formas.

Al indagar en los poetas maulinos, y no solo los nacidos en el territorio, sino aquellos que lo han poetizado, nos encontramos con una larga posta que viene desde Jorge González Bastías, Manuel Francisco Mesa Seco, Emma Jauch, Matías Rafide, Enrique Villablanca, Bernardo González, por nombrar solo algunos de los que han ido dando forma a un imaginario maucho. Y sobretodo, creo que hay que mencionar a Pablo de Rokha y Efraín Barquero, como dos padres, dos toros que resoplan, el primero desde el dinamismo de los elementos naturales y la injusticia social, el segundo desde un simbolismo bachelardeano, fundado en el pan, la mesa, el vino, la sangre, y en general por los ritos y de aquello que se desprendan ceremonias, situaciones en que la materia está al servicio del espíritu. En estos autores se supera grandemente el tan castigado criollismo, que sin embargo da identidad al Maule, a pesar de los débiles intentos por refundarla desde la heterogeneidad. En algunos de los poetas nombrados está la denuncia de la explotación agraria y el fin de una feliz postal campesina.

Con respecto a lo anterior, me gustaría citar un par de fragmentos del artículo Identidad en la Región del Maule(1), del académico de la UTAL, Javier Pinedo, en dicho artículo señala la dicotomía abundancia-pobreza en el imaginario maulino, cito:

El granero del país que durante toda la vida republicana produjo las mieses que llevaban el dorado trigo hacia los hambrientos puertos de Callao y California. Podían haber problemas económicos, pero la subsistencia estaba asegurada por una naturaleza generosa que ofrece frutas jugosas, animales robustos, árboles gigantescos, ríos de peces interminables, carne, sal, vino, leche, miel. Una alegría popular heredada de la fértil y vieja tradición medieval española.

Lo que contrasta con la visión de las Tierras Pobres, como denominara el poeta Jorge González Bastías a las riberas del Maule en la primera mitad del siglo XX, ya despojado de su esplendor de navegantes, cito nuevamente a Pineda, cuando se refiere a la vivienda producida por un tipo de subsistencia agrícola artesanal:

Casas que muestran lo que somos: magníficamente pobres. Amplias, altas, pero de adobe barato para las sacudidas del terremoto habitual. No está la piedra sólida ni el ladrillo cocido. Como si nunca hubiera alcanzado para más, ni nunca hubiera habido más tiempo disponible. Arquitectura adaptada a los materiales a la mano, y es en esa suave pobreza, de líneas simples, donde se reconoce el habitante.

Si duda a lo anterior habría que agregar las nuevas construcciones, las villas idénticas de las modernas constructoras, las poblaciones erradicadas, pero aquello responde a la emergencia y a la imposición de un modelo económico, más que al fruto de una manera de vida.

Es en esa dicotomía que el Lavín alfarero establece su imaginario visual, abundante por una parte, atento a la naturaleza, pero sencilla por otra, pues los campesinos de sus murales son fuertes, pero con la dignidad rural de la harina, del horno a leña, como en los que el autor cuece sus gredas.

Para comprender mejor el universo plástico que adopta el alfarero Lavín, me gustaría comentar brevemente su mural de barro cocido “La Aradura”, que se encuentra en el campus Lircay de la Universidad de Talca. En la obra aparecen dos bueyes liberándose de su yunta. Al fondo se observan el volcán Descabezado Grande y el Cerro Azul, sumados a un gran astro que bien podría ser el Sol o la Luna llena, aquellos elementos configuran el cosmos, que podría representar una escena costumbrista, si no emanara una atmósfera de misterio desde el barro tallado, pues aquellos bueyes taciturnos, parecen solamente reconocer el yugo del volcán, una especie de hermano mayor de las lejanías y responsable de la fecundidad del valle, ya que la ceniza es el nutriente del Maule. Entre la ocre y rojiza tonalidad del mural, los bueyes parecen tener la misma piel que los montes en la lejanía y que el cielo arado por las herramientas del artesano.

Pero, ¿cuál es la diferencia del ceramista con el poeta?, ¿qué distancia hay entre el mundo representado en sus cerámicas, con las palabras que utiliza para evocar?

Primeros elementos a notar, los cultismos en sus alusiones a pintores: Miguel Ángel, Rubens, Tiziano, Il Bosco, Monet, Picasso, Leonardo, van Gogh; músicos como Monteverdi, Bach, Vivaldi, Stravinsky, Cellini, Rameau, así como el nombre de instrumentos musicales. También aparecen una serie de personajes como Dionisios, Erasmo, Anubis, Cupido, Darwin, Orfeo, Caronte, Buda, Procusto, Pitágoras, Baudelaire, Savoranolla, Neptuno, los que no tienen ningún remilgo para aparecer junto a tordos, cañutos o gallos, pues a la mesa del poeta llega todo lo disponible, es tan real la fábula griega, como las soberbias sandías y los culones zapallos.

Y no hay que engañarse pensando que Lavín propone una estética elitista, ya que a estas alturas, la llamada cultura clásica es accesible a todos: en las ferias callejeras podemos comprar como baratijas, casetes y Cd`s con música barroca, ópera o contemporánea, así como libros de pintores del medioevo, historia griega o poemas árabes.

El hablante de los poemas está alejado de los bienes materiales, pero sin embargo hereda la naturaleza, como un jardín de cantos y tinieblas. El uso de localismos, arcaísmos y giros del habla popular, para encabalgar con un rápido ritmo adjetivado, le permite crear microrelatos de gran densidad lingüística, lo que le concede licencia, por ejemplo, poner las siguientes palabras en la boca de Walt Whitman:

Dale palos/ a esa inútil clepsidra/ rompe embalses/ deja libres/ las aguas de tu canto/ que se derramen/ retenidas lágrimas/ de tu albufera fría/ No des la espalda/ a los pidenes/ de azules megáfonos/ ni metas melodías/ en un cálamo roto/ Bebe la licenciosa chicha/ de los odres robados/ duérmete vientre abajo/ en el meandro y así/ bogarás en el santo/ aguardiente del cuatrero/ y te pondrás el sombrero/ lleno de velas de Van Gogh/ iluminando los más humildes/ rincones del invierno.

Como se puede apreciar, en el universo de Lavín los pidenes hacen sonar azules megáfonos y se recomienda beber chicha de los odres robados, de manera que se pueda iluminar a la manera de van Gogh, no la del vidente iluminado, como Rimbaud. El poeta en este caso tiene los pies en la tierra, la mirada en los cardos, y la imaginación en las nubes, cree en una pobreza material, pero llena de la magia, aunque sin hacerlo explícito, pues como dice en su poema Oración:

Además reclamamos/ la hogaza de centeno/ arrebatada/ por maquiavélicos domínicos/ y porque recuperemos/ el brillo espléndido/ de nuestros envejecidos/ y náufragos zapatos.

Eso pide el poeta, recuperar el brillo de los náufragos zapatos, de lo gastado, transfigurar lo cotidianamente común, en su latente posibilidad fabulosa. De aquello es que el pidén vuelve a aparecer, ahora convertido en maestro del impresionismo, cito del poema Pintor escondido en la hierba:

No he podido pillarlo/ en su buhardilla/ o en el momento/ que se encuentra/ afinando su salterio/ Enemigo recalcitrante/ del negro absoluto/ expande este fanático/ los colores/ en furioso abanico/ Espero tener suerte/ y toparme entre juncos/ con este arrebatado/ maestro del impresionismo.

Y así como se trueca la cualidad de aquel pájaro, en el poema Despertando dioses dormidos, afirma que los queltehues podrían ser la lustrosa barba de Caronte después del aguacero. Una operación similar sobre la percepción es la que despliega en su poema Última lectura en la cantera, allí transforma las rocas de una cantera en libros, el poema empieza con la pregunta: ¿Habéis cachado/ esos bloques de piedra/ parecidos/ a viejos libracos/ de ciencias ocultas?, donde el habéis cachado muestra el mestizaje entre lo castizo y la jerga local, lo híbrido de un habla que no reposa estática, pues su continua evolución necesita ser expresiva para dar síntomas de vida. Más adelante el autor enuncia: ¡Pero pongan/ ojo muchachos!/ ¿Podrían ser/ esos lomos destrozados/ un nuevo mural/ de Guérnica/ en este sitio?, para finalizar algunos versos más adelante, aludiendo a los pictogramas de las cavernas, cito: Yo/ por mi parte opino/ que en grabados líticos/ lo más lindo/ han sido/ las sugerentes sombras/ de unas manos posadas/ sobre los mamotretos/ del cuaternario.

En relación al poema anterior creo ver síntomas de un sentido del humor sobre el lenguaje, más que sobre una situación anecdótica, o la parodia parriana a las formas canónicas, un humor relacionado íntimamente con el uso del híbrido, expresiones tales como: Ni el Íngres mismo - ¡Era el total sonoro/ que descalabraba el peristilo!Por angas o por mangas/ (tras fogoso fandango), ó Mal terminados/ mis pálidos pucos/ despaturrados/ daban lástima/ a entendidos viajeros, etc., en todos los poemas podríamos hallar el sentido lúdico del habla, sin condenar al hablante al cepo antipoético, como estamos mal acostumbrados a estigmatizar el humor en la poesía chilena, como si no hubiesen existido los poetas latinos, con su austera ironía, ni un tal Quevedo hubiera hecho guerra de burlas con un tal Góngora, así como mil ejemplos más.

No estamos en presencia de un poeta llorón que declara el fracaso de su escritura, o que utiliza la pobreza y la marginalidad como puntos políticos a favor, el hablante de estos textos está consciente de sobrellevar un oficio susceptible a escarnio en un mundo materialista, pero su consuelo vuelve a ser la rara percepción, algo así como la locura que propone Erasmo para sobrellevar el mundo, vaya un ejemplo de su poema Casa del soñador:

Frente a mi casa/ desprovista de vidrios/ algunos desalmados/ trazan morisquetas/ y hacen escarnio/ de mis versos/ prendidos a los muros/ Paupérrimo/ sin embargo puedo/ mantener un buen vino/ y como Baudelaire/ me basta/ ver la hora/ en los ojos de los gatos.

Aquí los ojos de los gatos son el reloj y un vino basta para sobrepasar la incomprensión, quizás el alivio justo para un mal que no es tal.

Me gustaría finalizar mencionando brevemente el poema La muerte del cardo, que hace unos 20 años leí en un pequeño tríptico, o bien, en alguna revista talquina de escaso tiraje, no lo recuerdo bien, y que sin embargo se ancló en la memoria, como esos raros prodigios que ocurren con las palabras. En él, describe mediante imágenes el momento en que el viento desmelena el cardo maduro y la diáspora se lleva por el aire esas cartas que los escolares saltan para atrapar en las manos. El poema comienza con el momento final, cito:

El cardo murió gesticulando/ con sus manos atestadas de aguja/ Fue solo y agresivo el cardo/ Nadie amó sus corolas penitentes/ nadie, ni siquiera los asnos

Y cuando pensamos en su desaparición material, en la muerte que en este caso no trae podredumbre sino sequedad, Lavín nos recuerda que los dones son otorgados y quitados por el Sol, por el viento:

Sólo el sol le regaló una cabellera de vidrio/ que el cardo abrió desde su sepulcro/ El viento la halló hermosa/ y se la arrancó de un soplo

Así es como la belleza se presenta, frágil, como para arrebatarla de un soplo, toda la agresividad del cardo, radiante en su belleza de vidrio, vuelta a su origen como relata en la última estrofa del poema:

Allí se quedó el cardo/ hueco como una calavera/ como una copa vacía/ que desbordó sus deshilachados ojos/ y en cuyo centro iban sus únicas/ y pequeñas pupilas.

¿Cómo es que esa imagen final, las pequeñas pupilas al centro de la vasija que fue el cardo, puede permanecer 20 años en la memoria?, ¿cuál es la fibra que es capaz de tocar la poesía, de manera que las palabras se aniden entre lo más secreto? Solo me resta decir que este acto de presentación (escritura), y lo que fue la edición del libro, es de alguna manera cerrar un círculo iniciado por la lectura de ese poema en una sencilla hoja de roneo. Para quienes creen que la poesía fracasa, que no sirve para nada, o que debe otorgar beneficios como si se tratara de un almacén, les recuerdo que hay quienes amasan el lenguaje deteniéndose en los más pequeños detalles, para persistir relinchando al fondo de los recuerdos, como soberbios caballos de barro cocido.


Valparaíso, 01 de septiembre 2010

 

(1) Revista universum, nº 14, 1999, U de Talca.


 

 

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Fiesta del alfarero. La poesía de Alejandro Lavín.
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