Memorias del Bardo Ciego
Poemas de Bernardo González Koppmann, 2010
Felipe Moncada Mijic
Valparaíso. Febrero de 2010
¿Habrá un momento en la biografía de un autor, en que se hace necesario un movimiento antológico, la suma del tiempo, limitar los contornos de su poética? Quizás aquello tiene que ver con la revisión de los momentos registrados por la escritura, la posibilidad de leer su trayectoria como un cuerpo, descifrar su coherencia aunque no se trate explícitamente de una escritura programática. O bien puede corresponder a un momento de giro en la poética de un autor, o a la espera de un reconocimiento, en fin, queda abierto el campo de las posibles intenciones, pero el hecho es que generalmente sucede cuando la obra y el tiempo se confabulan en una obra madura. Aquel ejercicio lo realiza Bernardo González Koppmann (Talca, 1957) en su libro Cantos del Bastón (1), que reúne gran parte de su escritura entre los años 1981 y 2006 y que corresponde a pequeñas autoediciones (2) publicadas en la ciudad de Talca.
Cantos del Bastón es un libro que ha ido creciendo de edición en edición, pues Bernardo González tiene la convicción de unicidad de obra, la que va decantando a través de poemas situacionales, generalmente ubicados en la urbe provinciana, la ruralidad del valle central o el mundo silvestre de la montaña, apostando a la universalidad mediante la descripción de la aldea, en este caso la región del Maule, con su geografía natural y humana. Curioso es notar que las tres recopilaciones antológicas de Bernardo (las dos versiones de Cantos del Bastón e Intemperies) comparten algunos poemas, e incluso presentan versiones modificadas de los mismos, pues el autor ve los poemas como perfectibles, dejando en claro que el artesano tiene derecho a seguir redondeando la arcilla, hasta que la textura le parezca convincente. A propósito de Cantos del Bastón, el autor señala:
Recopilo mis poemas en Cantos del Bastón porque pretendo dejar una obra, escrita desde 1981 en adelante, que contenga una propuesta poética indisoluble, compacta, unitaria. He visto con el tiempo que se ha ido armando un conjunto con distintos motivos, registros y lenguajes, pero siempre hay componentes transversales que dan identidad a este mamotreto: lo rural, lo humano, lo minimalista, lo social, lo erótico… Pretendo con la madurez eliminar bastantes poemas todavía que aún me resisto a abandonar por motivos mas bien personales, pero estoy cierto que la poda viene. Antes de morir dejaré la versión definitiva. Hay que trabajar mucho, demasiado, cuando uno no es tan talentoso; pero limando, limando brillan los pedernales. He tomado esta idea de escribir una obra vasta, única y definitiva de los poetas Jorge Guillén (Cántico), Walt Whitman (Hojas de Hierba) y Antonio Gamoneda (Edades). Especialmente de Gamoneda -poeta que también admiro por su estética adusta, parca, telúrica y entrañable-, porque trabaja mucho la reescritura, técnica literaria que considero plenamente válida y vigente, además de honesta. Se me ocurrió reunir mis poemas cuando estuve acosado muy de cerca por un cáncer testicular, hace 10 años atrás más o menos; entonces me dije "Voy a recopilar mi obra antes de morir". Y aquí estoy todavía, vivito y coleando. (3)
Para quienes gustan de comprender las cosas por sus clasificaciones, y en particular la poesía chilena por generaciones, Bernardo González Koppmann debiera pertenecer a la Generación del 80, la que según los autores de Veinticinco Años de Poesía Chilena (1970-1995) (4), hace su aparición a mediados de los años 70 en plena dictadura militar, compartiendo algunos rasgos en su aspecto editorial. Cito:
…mayoritariamente en forma de autoediciones, empiezan a aparecer las primeras publicaciones individuales, las que van constituyendo un escenario textual múltiple y heterogéneo, en el que se entrecruzan, confrontan y coexisten distintas maneras de ubicarse en el decir poético. (5)
Las ediciones de aquellos años, limitadas claramente por la censura política, además comparten de manera frecuente una materialidad, motivo por el cual también es apodada Generación del Roneo, pues ese tipo de papel barato lo ocupaban los profesores en las escuelas y los enemigos de la dictadura en panfletos mimeografiados que se lanzaban en la calle, de manera que poemas y llamados civiles compartían una urgencia, una intención y una manera de producción similar. A propósito de ese término acuñado por el poeta Jorge Montealegre, González señala:
La Generación del Roneo es aquella que nace durante la dictadura de Pinochet, cuando nos reuníamos especialmente al amparo de las salas semioscuras de las parroquias poblacionales y universitarias, en total clandestinidad como en las catacumbas, a conversar de esa cosa rara llamada poesía, especialmente de poesía social -hablo de Cardenal, Dalton, Celaya, Miguel Hernández, Benedetti, los salmos, etc.-. Hubo un caso notable de un grupo de poetas en Curicó que se reunían en una citroneta, entre las sombras cómplices y sediciosas de la Alameda, chofereados por Juan Jofré Bustamante, donde se ocultaban para realizar un taller literario. Se llamó Generación del Roneo por que en ese tiempo -principio de los años 80 - se picaban stenciles en máquinas de escribir olivetti que nos facilitaban las secretarias del obispado, vicarías u oficinas de las pastorales juveniles, recuerdo, las que luego, y con mucho miedo, se imprimían artesanalmente en ese papel ocre, grueso, poco elegante, pero tan noble llamado “papel roneo”, que guardaría, éramos tan pretenciosos, toda la historia oculta y mágica de la noche negra de Chile. Recuerda, que en ese entonces no existían ni las fotocopias. Me emociona un poco anotar estas remembranzas porque reparo ahora en la entrega gratuita, desinteresada, ingenua casi, a la palabra escrita, a la palabra justa y necesaria, en aquellos largos días donde persignarse era un acto terrorista. (6)
Quienes se dedican a la literatura como objeto de estudio, aseguran que entre los rasgos de la generación del 80, aparecen alusiones al contexto histórico, la inclusión al texto de variantes provenientes de lenguajes como el cómic, la plástica, u otros (en su vertiente más experimental), mientras que más relacionado con la poesía de Bernardo González, estaría el grupo de poetas del sur. Cito a los autores de Veinticinco Años de Poesía Chilena:
En el sur de Chile se empieza a escribir una poesía que, a partir de una matriz común conformada por la obra de Juvencio Valle, algunas obras de Neruda y toda la creación poética de Jorge Teillier, evoluciona y transforma sus elementos textuales. Se trata de una poesía arraigada en la naturaleza de Valdivia, Puerto Montt o Chiloé y que ofrece la imagen abierta de sus habitantes, espacios, mitos y costumbres, en la que el poeta asume tanto la voz personal como la colectiva. En esta opción poética ocupan un sitial destacado los poetas mapuches quienes dan cuenta de su cultura, lenguaje y visión del mundo. (7)
Algo más al norte y más aislado en cuanto a grupos poéticos se encuentra Bernardo González, quien sin embargo es poseedor de otra tradición literaria, la maulina. No por casualidad el autor es sobrino nieto y recopilador del “poeta de las tierras pobres”, Jorge González Bastías (8) (1879-1950), quien vivió y escribió sus obras en una pequeña aldea a orillas del río Maule, Infiernillo, pueblo que hoy lleva su nombre. González Bastías es considerado el fundador de la maulinidad, así como más al norte, en Rancagua, se reconoce a Oscar Castro como el fundador del ser de su zona, cumpliendo aquello la literatura, de dar existencia a una identidad a partir de ser nombrada y dada a leer.
Generación del 80 según el criterio tradicional, Generación del Roneo según la manera de editar y distribuir sus textos, lo que me hace más sentido, Generación NN por el contexto político, sea como sea, cada generación tiene sus adelantados y rezagados, excluidos por olvido, por conveniencia, o porque no caben en el molde; cada horda exhibe sus antologías y cada nueva camada reacciona ante otras para justificar su destete, muestra sus rechazos y filiaciones como manera de fijarse en el tiempo, de fundarse y persistir. Pero, ¿qué tiene que ver aquello con la poesía en sí?, ¿habrá algo menos efímero que la persistencia en un cuerpo teórico?, ¿a tan poco aspira la poesía?, quizás podríamos preocuparnos de averiguar que es lo que ve el poeta y de qué manera lo hace ver. A propósito, cito un texto del poeta argentino Roberto Juarroz:
Hay una hermosa frase de Paul Eluard, que dice que el objeto del poema es dar a ver, mostrar al mundo, mostrar esto que nos disimulamos todos los días, esto que la tontería de nuestra vida no nos deja ver. Dar a ver la realidad sustancial del hombre, esto que se nos escapa por fragilidad, por incapacidad, por las presiones de la vida, que se nos escapa porque no somos capaces de proveer suficientemente a esa exigencia de lo absoluto. (9)
Sería conveniente entonces, revisar qué es lo que ve González Koppmann, revisar sus temas. Y es que una lectura ligera de su obra lo acercaría al larismo de Jorge Teillier, debido al flojo estigma que pesa sobre la literatura de provincia, pero basta con avanzar un poco para darse cuenta que no es el mundo de la infancia, ni la frontera mágica de los colonos franceses en la Araucanía, la que se extiende ante el poema, sino una naturaleza viva de volcanes, poleo y burbujas, una urbanidad que cambia sus costumbres por la invasión neoliberal, pero donde aún pasean vecinos tomados de la mano y subsiste una vieja ternura en las pichangas de barrio, un erotismo que vitaliza en la mujer las fuerzas de la naturaleza; lo político que se refleja en su poesía, ya en los textos contestatarios de los años 80, como en los que dan cuenta de la actualidad. Cito tres ejemplos de lo último:
La rosa incinerada (1) (Cenizas vuelven al misterio)// Sobre Bergen - Belsen una paloma/ indaga la forma de ser vuelo/ Hermosura tenaz, enumerada/ rapada epifanía en celo/ Engendra, Sulamita, nuestro anhelo/ de sol por las rendijas del anexo/ Serás sobre la piel incinerada/ la pureza que soñó mi pueblo:/ cenizas vuelven al misterio/ acariciadas por el viento. (10)
La Moneda// El cardenal en La Moneda/ conversa con el dictador/ el nuncio en La Moneda/ conversa con el dictador/ el papa en La Moneda/ conversa con el dictador/ pero el dictador no sabe/ que a La Moneda/ si no entra el pueblo/ no entra Dios. (11)
Los Sobrevivientes// Conozco allegados en el cuarto del fondo/ pájaros de buen agüero, amigos que/ se sientan a conversar de otro tiempo/ cuando trabajaban entonando corridos/ en una cantera polvorienta de Rauquén/ conozco personas que han dejado la ciudad/ y arrastrando los trastos de toda una vida/ con su escuálida merienda de agua y pan frío/ persisten entre los árboles/ como hijos pródigos de la intemperie/ conozco mujeres que aún sonríen/ y beben su vino en un bar de las afueras/ junto a profesores rurales/ carabineros jubilados/ antiguos deportistas/ conozco lugares llenos de maleza/ donde más de alguno descubrió sus orígenes/ en lentos gestos rústicos de viejos ovejeros/ que bajaron silbando de montaña en montaña/ detrás de rebaños siempre ajenos/ conozco artesanos nietos del mar/ ciclistas sin luces que emergen de la niebla/ palanqueros dormitando sobre sus banderas/ en estaciones vacías de un ramal, hortelanos/ que discuten con los espantapájaros/ amantes a la antigua dados de baja/ esos eternos enamorados de una sombra/ que narran sus endechas hasta el amanecer.../ Ellos, sobrevivientes del país verdadero/ gentes que destilan la alegría por dentro/ arrimados a los muros de una vieja bodega/ magullan el lenguaje de la sabiduría(12)
Se puede notar la diferencia en como se expresa lo político a lo largo de su trayectoria. El primer texto, dedicado a la prisionera política Ana Frank, data del año 1981 y en él se puede notar la contención necesaria para poder dar un testimonio político en aquellos años de censura; el ocultamiento que genera el lenguaje al decir las cosas de otra manera, tan necesario en aquella época y en general para la poesía moderna, se hace patente en esa forma de relacionar la ceniza, la prisión y la muerte. El segundo texto data del año 1988 y en su tono se nota ya un inminente cambio social; recuerda la agilidad de los Epigramas de Cardenal, una función militante de la poesía en la calle, cívica, tan lejano al gesto oportunista de los Poemas Militantes(13) de Zurita al asumir el gobierno concertacionista de Ricardo Lagos, cuando el único peligro real era quedarse fuera de la repartición de cargos públicos, o al de Incitación al Nixonicidio y Alabanza de la Revolución Chilena, de Neruda, en que la cualidad instrumental del lenguaje es evidente, aunque curiosamente en los dos textos se invoque al bardo que supuestamente habita a los autores. Finalmente el texto Los Sobrevivientes apunta a la actualidad, a pesar que mencione antiguos oficios, nos dibuja seres anónimos que viven al margen de la sociedad de consumo, haciendo evidente que la resistencia (si se puede utilizar aquel nombre) no radica en quienes enarbolan un discurso marginal, sino en aquellos seres que realmente viven al margen del tiempo y de las intenciones neoliberales de éxito, figuración y preponderancia.
LA PRESENCIA DEL MUNDO NATURAL
Desde los primeros poemas de Bernardo González está presente el mundo natural, pues a partir de ciertos elementos nace una evocación que culmina en el vuelo poético; a partir, del sabor de la ciruela, la sombra de los nogales, de un manzano derribado por el viento o del maíz que crece junto a un estero. Elementos que tienen una presencia real en la región del Maule y que constituyen una especie de mapa simbólico, pues son imágenes que a parte de retratar un presente -permanente en el poema-, tienen un equivalente emotivo, un valorar la experiencia sin la necesidad de que grandes acontecimientos ocurran; basta que tengan un significado en el universo del poeta para que sean dignos de ser nombrados. Aquello ocurre, por ejemplo, en el poema El Chal del año 1990:
Mi madre anda bajo el agua por el patio/ recogiendo naranjas/ acarreando leña/ dándole comida al perro/ No se moja/ porque pasa pegada a las murallas/ con maceteros en las manos/ Mi madre anda sobre los charcos por el patio/ ordenando las herramientas/ guardando la ropa seca/ buscando al gato; se afana/ poniendo ladrillos en el suelo/ para que cuando salga alguien/ no se embarre…/ Si tiene que ir al fondo/ se cubre con el chal/ y la lluvia no cae
El poema tiene un epígrafe de Vallejo que dice: Y mi madre se puso el abrigo/ no porque fuera a nevar/ sino para que nevara, que invierte la causalidad de los fenómenos con esa naturalidad con que ocurre lo sobrenatural en América Latina, sobretodo en el mundo rural, y que se emparienta con aquello conocido como “realismo mágico” por los europeos, pero que en nuestras latitudes, como afirma el escritor argentino Héctor Tizón(14), se trataría más bien de un realismo pedestre, pues en el mundo campesino siguen significando muerte o buen presagio el canto de las aves agoreras, a pesar de que lo ignore un presente mediático enfocado al encanto y desencanto de las ciudades. En la ciudad de Bernardo González se sigue deteniendo la lluvia según los caprichos de la memoria.
A medida que avanzamos en su obra, la naturaleza sale de los márgenes de los patios, el territorio de la familia, hacia el campo maulino, para finalmente ponerse el morral al hombro y llegar al mundo de la montaña, su poderío volcánico, sus lagunas en medio de la soledad y la efervescente vida que baja junto a los ríos, configurando identidades y memoria, sin las cuales, el paisaje sería solamente una postal; de ahí que continuamente Bernardo evoque una belleza relacionada con la contemplación:
Volveré a sentarme en el suelo/ a orillas de un fogón,/ volveré a escuchar los chapoteos de los peces/ que saltan en el río del silencio/ …volveré a tender mis huesos a la intemperie/ a tirar el cansancio en los pastizales/ a cubrir mis palabras con ceniza; en fin/ a callar las cicatrices que duelen con el frío.
Pero la naturaleza, a fuerza de ser nombrada en muchos giros, no decae, pues no es siempre la expresión de la vitalidad, si no que también recoge la penumbra, el silencio, como se denota en Poema Lento:
Al dulce otoño no se llega gritando/ como un muchacho ebrio que sale de una fiesta/ se llega arrepentido, con ganas de llorar, mordiendo/ acaso el desencanto de haber perdido un sueño/ en un lejano pueblo donde pasan las ánimas/ golpeando los tejados con un presentimiento
Se podría aventurar que algunos elementos naturales dispuestos como recursos expresivos, aumentan la distancia que puede haber entre un texto con carga simbólica y emotiva, a una simple naturaleza muerta. Además, lo sensorial de esta poesía emparentada con los elementos (agua-fuego-tierra-aire) posibilita un trance natural a los poemas eróticos que son frecuentes en su obra.
Mencionar finalmente la variedad de temas que interesan al poeta; un arquero de Rangers, su padre cuando pega partidos de ajedrez en un cuaderno, una mueblería antigua, un sillón de mimbre, un paseo en bicicleta, los cajones de los muebles abandonados, un muro con buganvilias, una sarta de pejerreyes, el agua de bailahuén cuando en el vaho de la jarra danza la montaña azul. Se trata de impresiones y elementos que van configurando un mundo de elementos cotidianos, pero que contienen un substrato de ensoñación, lo que no permite la entrada del tedio a la percepción, pues permanentemente se encuentra fundando su territorio.
A LA MANERA DE LOS BARDOS
La última publicación de Bernardo González, Memorias del Bardo Ciego (Ediciones Inubicalistas, 2009), recoge en gran parte los tópicos anteriores, pero aglomerados en torno de un núcleo novedoso para su poesía; se trata de un cruce entre el mundo campesino finlandés y su propio territorio. ¿De qué manera es posible aquello?, ¿a qué responde esa intención?
El capítulo central del libro, La Hija de Ukki, funciona bajo el telón de un relato tenue, de cómo una mujer finlandesa, muy cercana a su tradición campesina, se acostumbra a las materias y aromas del Maule. Y no se trata de una trama caprichosa, sino de una experiencia real del autor que motiva la génesis de los poemas; en ellos se funden los imaginarios de ambas latitudes, como ocurre en cada emigrante que busca la luz, la posibilidad de otras constelaciones. Así en el poema Cuando se Llega a un Lugar Desconocido, se retrata la extrañeza del nuevo mundo:
Cuando se llega a un lugar desconocido/ y no se sabe el nombre de las cosas/ los terrones te hablan, y los pájaros/ las correhuelas, las melosas, los cardos/ con sus espinas moradas: ésas son las/ que más te hablan
Hay un lento nombrar de las cosas, de las nuevas texturas, algo así como el descubrimiento diario que realiza cada niña, niño, cada extranjero que decide habitar un mundo desconocido. En el poema La Casa Azul hay un registro de lo que abandona el que viaja y de lo que funda:
Crió tantos cachorros con la miel de los astros/ con calostro de higos y aguas de toronjil/ que celebró en su mesa la liturgia heredada/ del mundo más antiguo// Enterró el horizonte/ debajo del rescoldo -venados de los bosques/ arenas del estero, cóndores del volcán-// y mientras bebían rocío los chamicos/ hacia los cuatro vientos balbuceó una oración
De a poco los poemas se van traspasando de una mitología fundada en el mundo natural, más que de los personajes de una epopeya, aún así aparecen alusiones al imaginario rural finlandés, y es que el título del libro rememora a esos poetas campesinos que guardaron oralmente los mitos del pueblo finés y que fueron recopilados e intervenidos por Elías Lönnrot a mediados del siglo XIX en El Kalevala. Es curioso de cómo Lönnrot reconstituye a partir de fragmentos una identidad y memoria rota (en Finlandia la trizadura se llamó Iglesia Luterana), recuperando una forma de ser y de ver el mundo, gracias a la memoria y el canto de esos bardos campesinos. Es interesante, de igual modo, pensar que en nuestro país son varias las memorias y lenguas desaparecidas sin que hayan sobrevivido como nación; pienso en los Selk`nam de Tierra del Fuego y los Kawésqar de los canales patagónicos, de quienes queda el registro de una lengua prematuramente muerta, que ya no podría nombrar lo nuevo.
¿Qué es lo que ve este bardo ciego en su memoria?, pues ya no se trata de hacer perdurar una tradición, sino de fundir dos paisajes, dos aromas, o quizás imaginar qué diría, y de qué manera, un bardo al recordar la experiencia de la contemplación, los rastrojos de un mundo semi-sumergido en los recuerdos. Dice Bernardo en el poema que le da el título al libro (cito fragmentos):
Recuerdo un sendero entre cipreses/ el aleteo de codornices tras las zarzamoras/ abejas en los estambres, liebres en los zanjones/ una melga desmalezada por la escarcha// …recuerdo/ barqueros remolcando un falucho, el pito/ del carguero dejando en los andenes/ encomiendas, recados, damajuanas, canastos/ miradas que se fueron trinando río abajo// …Recuerdo al rebaño volviendo de los yuyos/ un silbo de afuerino cruzando la neblina/ las herramientas sucias apoyadas al muro/ grillos en los dinteles, cortinas de totora…// (Cuando llega la hora de atizar las cenizas/ las ánimas en pena regresan al fogón)
Y es un hablante que está en un futuro, que se ubica ahí para darle valor a una forma de vida que aún no se acaba, pero que al permanecer en el límite crece en valor, pues perfectamente los faluchos mencionados en el poema, esas embarcaciones que navegaban el río Maule hace no tanto tiempo, eran depositarios de una forma de vida, de una relación con el entorno y la materia que persiste ya sólo en el imaginario. Y quizás ahí está una de las funciones del bardo, cantar la memoria, transmitir la sensibilidad de un pueblo, una aldea, una comarca, narrar el soplo del viento entre los cardos, pues se busca algo que persista entre tanto anecdotario personal, una sustancia que perdure en las palabras.
Pero la memoria del bardo también se preocupa de transmitir la historia; de esa manera narra también lo político, como se puede apreciar en el capítulo titulado El Lento Trajinar de lo que Amamos, aunque en este caso no desde una perspectiva del gran discurso, ni de la víctima o el victimario; el tono aquí es el del vecino del barrio que ve pasar el mundo por la calle, así por ejemplo, en el poema Pichanga, se rememora a Germán Castro, fusilado en septiembre de 1973; pero se recuerda de niño, cuando bastaba decir puedo jugar para ser amigos y correr hasta el atardecer por el polvo. Cito el final de ese poema:
Todos/ corrimos raudos detrás de la victoria/ pero aún nos duele la derrota:/ al mejor del barrio sur lo fusilaron…/ Ni la pelota nos devolvió la infancia
Las memorias de este bardo permiten múltiples lecturas, siendo lo que más permanece en la mía, la perspectiva del autor sobre lo real, ese andar calmo que tanto se extraña en una generación preocupada del espejo y de protagonizar una vanguardia añeja ya de tanto decir sin decir. Por eso se agradece a Bernardo González Koppmann que narre lo que no tiene trama y que cante en la espera, alejado de la ansiedad, amiga de lo mal hecho, pues como sugiere en su poema Pájara Empollando el Silencio:
La lentitud, acaso/ sea el respeto por las cosas/ ese ir decantando los sonidos/ los aromas, el canto// palpar la suave nervadura/ de la piedra, la oculta/ sombra, el chagual de los montes/ la vieja forma del tiempo/ incrustada en el aire.
Felipe Moncada Mijic
Valparaíso, febrero 2010.
* * *
NOTAS
(1) González, Bernardo. Talca: Imprenta Los Andes, Colección de Poesía Sol Azul. 2006.
(2) Sin conciencia Ninguna; Talca, 1981. Poemas Simples; Santiago, 1984. Poemas de la Contemplación; Curepto, 1985. Poemas Transparentes; Talca, 1987. Barrio Cívico; Talca, 1988. Nuevamente los Pájaros Acuden a Rescatar mi Soledad; Talca, 1990. Remos; Talca, 1995. Teatinas; Talca, 1999. Dedales de Oro; Talca, 2001. Aprendiz de Pájaro; Talca, 2002. Cantos del Bastón (primera edición); Talca, 2002. Intemperies (antología fugaz); Talca, 2004. Cantos del Amancay; Talca, 2005.
(3) Correspondencia con el autor.
(4) Calderón, Teresa; Calderón, Lila; Harris, Tomás. Santiago de Chile: Editorial Fondo de Cultura Económica, Colección Tierra Firme. Primera edición 1996.
(6) Correspondencia con el autor.
(8) Misas de Primavera (1911); El Poema de las Tierras Pobres (1924); Vera Rústica (1933); Del Venero Nativo (1940)
(9) Juarroz, Roberto. Poesía y Creación, Diálogos con Guillermo Boido. Buenos Aires: Ediciones Carlos Lohlé. 1980.
(10) Sin conciencia Ninguna; Talca, 1981.
(11) Barrio Cívico (epigramas); Talca, 1988.
(12) Cantos del Amancay; Talca, 2005.
(13) Dolmen Ediciones; Santiago, 2000.