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Género, credo y vínculo en “La sagrada familia”
 de Fernanda Martínez Varela
 O “aún cruda la carne en la pared”.

Por Gabriel Larenas


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Una madre y una hija. Qué terrible combinación de sentimientos, confusión y destrucción. Todo es
posible y hecho en nombre del amor y la soledad. Las heridas de la madre han de ser entregadas a la hija.
El fracaso de la madre ha de ser pagado por la hija. La infelicidad de la madre ha de ser la
infelicidad de la hija. Es como si el cordón umbilical nunca hubiese sido cortado. ¿Es así? ¿Es la
desdicha de la hija el triunfo de la madre? ¿Mamá, es mi dolor tu placer secreto?


Eva en “Sonata de Otoño” escrita por Ingmar Bergman


Camino a la botillería, trabajando en la presentación de “La Sagrada Familia” de Fernanda Martínez, encuentro en el gran lote de basura que se deposita a diario frente al mural en homenaje a Jécar Neghme, asesinado a pocos días del primer cierre del golpe, cajas forradas en papel de regalo, con corazones de colores que aparecen en la basura: café, ocre, naranja. En cada una, pegados a la contratapa, corazones de tela bordados bajo el nombre de una flor. En el interior, fotocopias de cuadernillos con preguntas pertinentes de encontrar en la basura: “¿Yo, quién soy? ¿Qué es la sexualidad?”. Preguntas que me gustan y aún no dejan de interesarme. Dado el “compromiso” que tengo de mantener mi Diógenes exclusivamente a nivel virtual, decidí no recoger las cajas, pero leer, quizás buscando más cables a tierra para hablar de esta lectura. Qué encuentro. Las palabras de Jesús. “Escuchen y entiendan: lo que entra por la boca hace impuro al hombre, pero lo que sale de su boca es lo que mancha al hombre” (Mateo 15, 11). Pienso en qué es aquello que hace impuro al hombre al entrar, y si aquello que sale será el escupo o las palabras o una mezcla entre ambos, palabra-escupo que podría ser violencia dirigida o digresión. Palabra-escupo que podría ser lubricante o etérea fuerza creativa. Lo que entra, cuerpo, carne: masticar, tragar. Lo que sale, lo que mancha al hombre, lo que el hombre crea de su hacer para renombrarse hombre. Me surge entonces una duda. Entre el entrar y el salir para Cristo. Busco la cita de San Marcos. Y he aquí una presencia del “el cristo pegado a la pared”, como me hubiese señalado Fernanda anteriormente, la carne aún expuesta, el cristo clavado, mal citado. El cuadernillo dice hacer impuro aquello que entra por la boca, cuando en realidad la cita nos dice: “no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca” y luego continúa en Mateo 18, porque: “lo que sale de la boca proviene del corazón”. Esta mala cita me parece muy pertinente para una pregunta previa que quería responderme en el texto antes de mi paseo a la botillería. Por qué volver a habitar esta triada, hoy, que el espíritu santo nos ha mostrado su amplio despliegue de armas. Por qué cada generación continúa desmenuzando estos referentes. De qué nos hablan, qué nos traducen. Personalmente, encuentro que son preguntas importantes para la lectura de “La Sagrada Familia”, el encuentro de los cuadernillos y la mala cita las acentúa. La relación entre lo sagrado y la familia crece y se retuerce como espiral de Fibonacci. La institución que le rodea esconde vocabularios y manías que el libro de Fernanda logra desenterrar y reverberar en luz propia como relincho en su visita. No es por casualidad -para esta trenza, aún sea azarosa- que la enseñanza de la impureza que he encontrado en la basura resulte de un pasquín de catequesis, y que la mala cita yazga en el apartado “qué es la sexualidad?”, ya que el despliegue de la sexualidad traducida en ansiedad, vértigo y posesión, son palabras elementales que subyacen al cuidado de Fernanda Martínez. Hablo de la sexualidad de la triada volcada en verbo y sustantivo. En nonato, madre y “pensar en esposo”. El instructivo de catequesis que ahora alumbra e imagino botada a voluntad bajo los ojos de Jécar Negme, señala, en su comienzo: “Mi sexo es mi primera carta de presentación”. Interesante que el instructivo denote que lo primero que el otro verá de mí como sujeto, cómo me presento, sea el sexo; como si este fuese un estigma ineludible. Ves de mí primero lo que he aprendido a vestir como cuerpo, mujer, hombre. Se retuerce más el espiral. Y en esta visita a la sagrada familia la autora lo intuye en un ejercicio de espiritismo y posesión, que no encuentra sujeto, es constantemente el uno poseído por el otro por este mito-referencia, mito que acostumbra a los cuerpos a un orden silábico y que escrituras, como la que presentamos hoy remueve, en espíritu y carne, recrean, políticamente, sosteniéndose lo más impura y ansiosa posible, pensando aquí en la conocida relación placer y fractura. Es la impureza hecha palabra, asfixiando la vida, lo que entra y sale de la boca y en su tormento nos enriquece, en su saturación y desborde, nos llama. Segunda clave del folleto: “Soy dueña de mí”, lo cual nos induce a un yo femenino receptor de la sagrada enseñanza. Importante. Dejar de buscar en lo denominado “escritura de mujeres” la perpetuación de lo sagrado. Acá es la institución, la catequesis, quien entrega el género a sus aprendices. “La Sagrada Familia” vuelca el sexo en las trampas maniatadas por un credo, omite en el triángulo del hombre: posesión y vínculo, pero reclama ausencia, ya sea del padre en torno a su tiempo, o del padre que en el tiempo deja de ser su propia ausencia, pues logra retirarse dejando a nombre de su huella, conducta, gramática, voz y, por último, engendro. Pienso que esta sagrada familia desboca al cadáver y lo ofrece en sacrificio a esta escritura que, en lúdica gastrosofía, le devora, como quien piensa en el cuerpo de Cristo previo a su confesión. El engendro no es sólo la hija, enigma de ambos tiempos, es la figura de un muerto perpetrada en la pared revelando un cordón umbilical nunca antes cortado, la imposibilidad del duelo que nos refiere a Marchant; en esta escritura, usando al padre esposo como prótesis de la lengua. Fantasma en posesión de la hija en lo que piensa pantano del ser madre. El folletín, que prepara a la mujer para ser partícipe de la triada, nos recuerda: “mi sexualidad es sagrada [...] y constituye la mejor ofrenda del amor. Es decir, lo primero de mí es expuesto a tu conquista y devoción. Por eso, vuelvo a insistir en la necesidad de volver habitar a través del lenguaje creativo las arcaicas espinas de la memoria, aún sea para remover el orden de las más gruesas, religión, sexo y política.


 

 

 

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