En el regazo de Belcebú
Cuentos de Cristian Geisse. Ediciones Perro de Puerto, Valparaíso, 2012.
Felipe Moncada Mijic
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Si hay una tradición de antihéroes, es la persistencia de personajes perdedores, pateados por la pobreza, los vicios y la estupidez; los vagabundos de Gorki, los siervos de Dostoievsky, los perdidos personajes de Kafka en la burocracia, los consecutivos alter ego de Bukovsky, ya en una época post capitalista, que bien podríamos considerar como una extendida contemporaneidad. Pero también están los retratos en la literatura social chilena, todos aquellos seres que deambulan borrachos, exaltados o tristes por los conventillos de Nicomedes Guzmán, los solidarios que comparten su pan en las cárceles o en las calles de Manuel Rojas, los rotos alzados de Lautaro Yankas, los expropiados mapuches o mineros infrahumanos en Baldomero Lillo. Parece que la injusticia social, o la atracción del ser humano que fracasa en sus sueños, tuviera un largo magnetismo a lo largo de la prosa chilena y del mundo; allí va Marianela de Pérez Galdós engañada por sucios rateros del Boccacio, allí el hambriento protagonista de Hamsum es convidado a trabajar con los picarescos maestros chasquillas de Alfonso Alcalde, toda una constelación de almas perdidas, para quienes la Tierra es poco más que un valle de lágrimas, “desgraciados del mundo, uníos”, pareciera decir un poderoso brazo de la tradición en narrativa.
En los cuentos de Geisse, también desfilan personajes descritos sin ninguna compasión; un ex panki adicto a los tonariles, un saxofonista fracasado hasta convertirse en un paria y luego engañado, un abuelo que vuelve traumado de un viaje astral con polvos alucinógenos, un borracho místico, un niño maldito, toda una red de tugurios bárbaros y pueblos sin esperanza, donde se alucina de manera colectiva. Para ingresar en esta galería, es necesario haberlo perdido todo y de una u otra manera, haber rozado el mal de los cristianos, personificado por el malo, el cachúo, el diantre, Satanás, en fin: el diablo.
La encarnación de mal en demonios, o su síntesis en una sola personificación, a través del colador hebreo, sería materia de estudio de teólogos, pero hay algo que es cercano a nuestra historia particular y es el norte minero con su ambición de metales y mitos relacionados al diablo. Es en esa línea donde se plantean estos cuentos, esa ruralidad tenuemente conocida, que roza muchas veces con lo sobrenatural.
Desde el monólogo interior que recuerda a veces la autoconciencia lúcida de Poe, a lo real maravilloso en la descripción de los pueblos malditos, es una prosa que se sostiene por una lúcida fluidez que incorpora el habla popular, con chispas de humor, pero que permite reflexiones de orden cósmico, sin caer en un mero registro de las desgracias u odiosidades, como suele ocurrir en la escritura rabiosa que pretende describir los bajos fondos, pero sin imaginación ni reflexión. Geisse logra en cinco relatos, un ritmo ágil que permite integrar la anécdota personal, el conocimiento tradicional y la imaginación.
Los personajes tienen su destino claro, quizás demasiado: sin compasión los excesos los llevan siempre a la locura, la desesperación, la pérdida de la voluntad; la droga es el camino a visiones monstruosas, dignas de un San Antonio luego de haber ingerido los hongos del Apocalipsis, pues se trata de personajes que vagan en un mundo sin mitos, pero con fragmentos confusos de ellos, perdidos irremediablemente en la individualidad, en una inercia social que se eterniza mediante la superstición, el vicio, el delirio místico, abandonando la cotidianeidad como una cosa de viejas, en una sensibilidad adolescente encarnada en el lolosaurio, ese espécimen chileno que se niega a envejecer seducido por la idea del eterno vacilón.
Me gustaría mencionar además, la labor de Ediciones Perro de Puerto, quienes en los últimos tres años se han propuesto hacer circular obras poco conocidas de clásicos de la literatura social chilena, como lo son Alfonso Alcalde y Pezoa Véliz, así como historia local del mundo popular y literatura porteña, en un empeño territorial y de memoria digno de tener presente dentro de las denominadas editoriales independientes.
Valparaíso, marzo 2012