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Presentación de El Olivar
(Chiri Moyano, Ediciones Cataclismo, Valparaíso, 2011)

Por Felipe Moncada

 

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Cristian Moyano Altamirano, Chiri Moyano, nace en Quebrada de Alvarado en el año 1974. Ha publicado los libros: Hace siglos que no iba a la ciudad (1998), Taciturno (1999), Las cosas de magdalena (2002), Las confesiones del caballero andante (2004), El olivar (2011). También ha participado de investigaciones sobre religiosidad popular, ha recopilado relatos campesinos del cordón La Campana, y últimamente ha documentado oficios estacionales al interior de la V región.

El hecho que se realice la presentación de El Olivar, en la Escuela de Quebrada de Alvarado, donde también estudió el autor, creo que tiene un especial simbolismo. Estamos acostumbrados a que las obras de creadores de provincia, aspiren a exhibirse en los centros urbanos más cercanos o en la capital, legitimando de alguna manera una paternidad, de la cual no siempre el centro es el culpable. Presentar el libro en la comunidad donde nació, estudió y vive Chiri Moyano, nos remite a épocas en que el poeta es quien canta las tristezas y alegrías de su aldea, en un lenguaje sencillo, de manera que nadie sea excluido de su mirada sobre las cosas.

Otros poetas nos podrán deslumbrar con hallazgos de elementos retóricos, con la importación de temáticas o estéticas, con la articulación de discursos de margen bendecidos por la universidad, con su dominio de técnicas de vanguardia, en fin, hay hablantes para todos los gustos, pero lo que Chiri nos recuerda con su poesía, es el vínculo íntimo del hablante con su comunidad, con el origen simbólico que lo hace real y nos replantea la posibilidad de que un poeta esté sustentado por su coherencia, por sus actos, en el supuesto que estos tengan un sentido, más allá de su ubicación dentro de una literatura comercial, o el glamour adquirido en las ferias y que sirve solo para adornar el vacío. Pensamos en el poeta como la persona que devela un mundo, no como un redactor de discursos, o un gramático que accede al poema como si se tratara una pieza de relojería.

En ese punto me gustaría citar a Heidegger, cuando en su ensayo acerca de Hölderlin y la esencia de la poesía, se pregunta: ¿Qué es el hombre? y responde: Aquel que debe mostrar lo que es…, Pero ¿qué debe mostrar el hombre? Su pertenencia a la tierra. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y aprendiz de todas las cosas. ¿Por qué sacar a colación a un filósofo alemán con respecto a un poeta de Quebrada de Alvarado? Y es que ambos hacen referencia a lo terrestre, a lo esencial, a la transmisión de las tradiciones, a establecer un diálogo de temas profundos de la existencia con un lenguaje sencillo. Sobre esto último, agrega además el alemán: La palabra esencial, para entender y hacerse posesión más común de todos, debe hacerse común.

Los temas de la poesía de Chiri, han sido a lo largo de sus libros; el amor, la familia, la lucha por la sobrevivencia. Todo ello en contraste con la irrupción del neoliberalismo, la industrialización, la explotación, la extensión de las ciudades. Su escritura está marcada por la resistencia frente a la pérdida del sentido, proponiendo como respuesta el arraigo a la tierra y la dignificación del campesinado, pero también a la cultura callejera, al viaje como aprendizaje, y su rechazo total, pero lírico, a la brutalidad de un sistema que proclama la muerte de la semilla, la venta de la tierra, el desprecio por formas de vida que se desenvuelven en el sudor de la faena.

El libro El Olivar comienza con un capítulo llamado Rezos, donde desarrolla su noción de lo sagrado, lejana de cualquier liturgia o catecismo, más bien, se trata de lo profano puesto en el lugar de las preocupaciones trascendentales, pues comienza el libro con la pobreza mirándose en el espejo. Es en el barro, en la miseria, en un espejo roto, donde Chiri encuentra símbolos que representan la pureza, lo cotidiano, y el verdadero sentido religioso en la preocupación por el otro, como en el poema en que la madre reza por Dios, sin que él tenga un gesto similar. En general, se trata de poemas que hacen sentir el lado amargo de la existencia, como cuando confidencia al lector:

Para qué vamos a engañarnos/ sacándonos la suerte entre gitanos/ la verdad es que no le hemos ganado a nadie/ somos una metáfora que no se puede mantener en pie/ ni con su propio peso/ somos una bolsa de caca tirada en la vereda
(Metáforas)

Esa suerte de amargura es la que predomina en el primer capítulo, pues como afirma en el poema Epitafio, la poesía también es una daga que corta orejas largas y feas. Aquel temple se mantiene en el capítulo titulado Dos animales que se aman en tiempos difíciles, donde se habla sobre amor, pero de ese que no siempre resulta, del tiempo de los distanciamientos, de estar con el ánimo por el suelo, de la ternura que rescata a la pareja de la destrucción, de la soledad terrible que no se desea.

Creo que el título del libro es muy acertado, pues en el tercer y último capítulo: El Olivar, es donde Chiri desarrolla su visión de manera más completa. Se trata de una secuencia de nueve poemas, nueve momentos, en que realiza varias cosas a la vez: narra la historia de una arboleda, de una familia y justifica la opción por el arraigo, frente a vender la tierra y formar parte de la maquinaria, de la mismidad como lo llamara el anarquista contemporáneo Hakim Bey.

El olivar lo planta Enrique Altamirano a pata pelá, y en él ocurren las más singulares situaciones: pasan monociclos con alas y fantasmas de malabaristas, las lechuzas y los tordos beben sangre de los frutos, se hunde el esqueleto de un río, una mujer hace fuego para pasar agosto, fuma y canta una canción de cuna, se aparece un niño ahorcado, los amigos poetas duermen la mona en una hamaca, se crían los hermanos y en los tiempos de guerra y sequía, balas calibre 38 silban en medio de la pobreza.

Lo que ha hecho Chiri Moyano es crear la epopeya de su familia en la palabra, resistiendo en una tierra yerma, y en aquello, ha narrado la historia de miles de familias campesinas, que luchan por mejorar sus condiciones de vida en las laderas de un cerro, en una caleta de pescadores, a la orillas de un bosque talado. Y es que la condición de naturaleza amenazada es otro fantasma que ronda el libro, con respecto a esto me gustaría citar a Luis Oyarzún en Defensa de la Tierra, cuando habla de los males del campo chileno:

No solo las semillas que vuelan por los aires o que caen en los surcos fecundan la tierra. También la empreñan los rituales, las imágenes de los hombres, las hadas y los elfos. Por eso también nuestra tierra se nos empobrece, se nos escurre entre los dedos y se desmorona debajo de nuestros pies. ¡Oh, tierra nuestra sin fuego interior, tierra opaca, espejo nuestro!

Y es en ese espejo nuestro, de campo sobreexplotado, latifundista, ahora con la amenaza transgénica, con robos de agua, embriagado de pesticidas, con faena mal pagada, pero también con tradiciones humanas y labranza, es donde Chiri apuesta por la fundación:

El olivar gira en torno de mitos y leyendas/ de una familia a cuatro generaciones/ llevando una vida de oxígeno, comida y pala/ una vida de sombras, de espinas dolorosas/ algo así como una carga de cruz de una historia que no te pertenece
(El Olivar, II)

Sin querer hacer el árbol genealógico de las influencias, estos poemas nos recuerdan a veces al Machado que canta las riberas estériles del Duero, a Pezóa Véliz en la ironía y el descarnado relato social, a Parra en lo coloquial, a Rokha en lo trágico, y sobretodo, creo yo, a otro poeta campesino, que levanta su sombrero desde la vieja república española, me refiero a Miguel Hernández, que si bien en el uso del lenguaje pueden tener muchas diferencias, hay una sensibilidad que los hermana por ser conscientes de los ciclos de las cosechas, de los trabajos, de las hierbas del monte, que al fin y al cabo son los ciclos astrales que mueven al hombre, como lo observara Hölderlin en su reposo final de Tubinga.

Podríamos dar miles de vueltas en torno al simbolismo de los olivos, desde representar la fuerza y la fertilidad en la antigua Grecia, aparecer en la boca de una paloma tras el diluvio en el arca de Noé, volver a brotar como oratorio en el huerto de Getsemaní y representar la paz en el hipócrita escudo de las Naciones Unidas. Pero creo que los más cercanos al mundo de Chiri, son los que se relacionan con la fertilidad, la trascendencia, la longevidad, el esfuerzo, por eso me viene a la mente un poema que el ya citado Miguel Hernández dedicara a los aceituneros de Jaén, durante la guerra civil española, cito las tres primeras estrofas:

Andaluces de Jaén/ Aceituneros altivos,/ decidme en el alma: ¿quién,/ quién levantó los olivos?// No los levantó la nada,/ ni el dinero, ni el señor,/ sino la tierra callada,/ el trabajo y el sudor.// Unidos al agua pura,/ y a los planetas unidos,/ los tres dieron la hermosura/ de los troncos retorcidos.

Así el olivar viene de Andalucía a los pueblos rurales de Chile, a las quebradas del norte chico o los faldeos del Valle de Aconcagua, arriba, donde se ha vivido del fruto de este vegetal que soporta dignamente las sequías. ¿Qué nos muestra el poeta de Quebrada de Alvarado en su mirada?, escuchémoslo:

Ha quedado el esqueleto de un río/ en medio del olivar/ y con el tiempo/ las piedras empezaron a enterrarse/ entonces brotaron flores/ con colores e himnos anarquistas/ y pintó la aceituna en el árbol/ y las comió el tordo/ y las comió mi madre/ y de ahí nosotros amamantamos/ y somos lo que somos
(El Olivar, IV)

En ese poema, creo que se ve clara la filiación de la tierra con la fundación del ser, en el amamantar del fruto al igual que el tordo, una misma carne nutricia que a la vez es resistencia.



 

 

 

 

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