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DE LA COSMOGONÍA A LA FANTASÍA: EL LEVISTERIO
Brujos y corsarios en el Chiloé del siglo XVII
Novela de Persus Nibaes. Ediciones Austrobórea, Valdivia, diciembre 2017

Por Felipe Moncada



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Uno de los efectos de la globalización que saltan a la vista, es la transferencia de la fantasía, su masificación según el trabajo del mercado y sus publicistas, pensemos por ejemplo en Santa Claus un mediodía de diciembre por calle Meiggs, Santiago, con 40 grados de temperatura y ropa del Ártico: la fantasía desborda los márgenes de su contexto, o; el mercado es el infinito mar en el que desembocan todas las fantasías. Podemos pensar también en los juegos de rol de los 90, ¿quién jugó al Dungeons and Dragons?, o ¿quién se perdió las sagas que impone el cine de las grandes producciones? Recuerdo que la rápidamente envejecida Guerra de los galaxias en los 80  —en la pantalla chica del televisor en blanco y negro, a perillas— era anunciada como la producción del siglo, y pensándolo bien, en esa pantalla, con esos héroes del futuro, era quizás el único lugar donde podían vencer los rebeldes, el cotidiano —años ochenta en Chile— estaba bastante más volcado hacia el lado oscuro. Esta saga interespacial, con sus héroes rebautizados en los patios del colegio como princesa Leya, El oso Chubaca,  el robot Arturito y sus Jedis que parecían karatekas o monjes new wave, hizo que más de un niño dibujara en su cuaderno batallas interestelares en alguna lejana ciudad de Chile; o que una niña luchara contra soldados imperiales usando la linterna de su abuelo en la oscuridad de algún campo. En eso me gustaría fijarme, en las fantasías que viajan y se asientan en otra parte. ¿A dónde se va una cosmogonía una vez que deja de tener un rol identitario? Larga es la mano de la fantasía y afiladas las uñas del mercado. La década del 2 mil fue de El Señor de los Anillos, su lucha contra la industria del mal desde un imaginario híbrido de bosques nórdicos, y con Tolkien escribiendo en rúnico, notas para escapar de su presente industrial. Con fin de la historia y todo, la épica vuelve a hacer sonar su tambor, la mitología en tiempos de la Matrix sigue teniendo su eco de arquetipos.

Una de las cualidades del libro El Levisterio, Brujos y corsarios en el Chiloé del siglo XVII (Ediciones Austrobórea, Valdivia, diciembre 2017), del autor nacido en Puerto Montt, Javier Soto Cárdenas, de seudónimo Persus Nibaes, es este movimiento de echar mano a las mitologías para construir el soporte de la lucha entre el bien y el mal, pero la mitología escogida en esta caso es la del Chiloé profundo. El hecho de que Nibaes, además de ser escritor de ficción bajo seudónimo, sea especialista en su vida académica en historiografía mapuche, influye en el contexto histórico de esta novela, la primera del autor. En ese marco se construye la historia de un grupo de isleños que se enfrentan a una organización de brujos, hechos que coinciden con el paso por la isla de un pirata holandés.

Probablemente todos los profanos en la cultura del sur, tengamos alguna idea del Caleuche, ese barco fantasma que recorre los mares australes recogiendo náufragos, o del Trauko, ese pequeño ser de los bosques que seduce a las chiquillas con artes de magia, y también es probable que todas esas nociones que tenemos estén mediadas y edulcoradas, por el filtro del folclor más mediático, ese de las ferias costumbristas, de la televisión, del lugar común. Y no es que eso esté mal, solamente sucede y lo que lleva consigo es una poda de las aristas más agudas y cortantes del mito, pues en un constructo de seres que oscilan entre el mal y el bien, se nos olvida profundizar precisamente qué es y cómo es, aquello del bien y del mal.

La brujería como se desarrolló en Chiloé durante el siglo XVII, hasta el XIX y —quién sabe— antes y después también, fue una compleja trama de conocimientos sobre la naturaleza, sus plantas, los lugares de energía, los potenciales humanos y sobrehumanos, y de cómo con ello se influencia para bien o para mal en la vida cotidiana de los seres, con sus aspiraciones de riqueza y poder, o para su resistencia como mundo otro, que permanece invisible para el occidental.

En la novela de Nibaes no se escatima en mostrar lo grotesco del mal, su pulsión sexual compulsiva, su lado criminal, taxidérmico, escatológico, características que frecuentemente asociamos con el horror, por ello quizás se le relaciona con Lovecraft y no sea casualidad que haya sido publicada en una editorial especializada en el género de terror.

Pero no creo que eso baste para encasillarla dentro de ese género, otros podrán decir que se trata de una novela histórica, pues da cuenta de sucesos políticos mientras se desarrolla y resuelve el conflicto, algunos de estos hechos históricos son: la destrucción de Osorno por Pelentaru, la posterior migración de sobrevivientes a Chiloé, las navegaciones de corsarios por las costas de Chile en el siglo XVII, informaciones sobre distintos grupos indígenas que habitaron los archipiélagos australes, noticias de las sociedades de brujos que poblaron Chiloé. Pero todo eso, tampoco sirve para denominarla una novela histórica sin ser una reducción.

Quedamos entonces que no es una novela clásicamente fantástica, ni de terror, ni histórica, aun teniendo elemento de todas ellas, tampoco es criollista, aunque muchos de sus personajes hablan en jerga local y las descripciones de entornos naturales o caseríos rurales son vívidas y convincentes.

Persus Nibaes echa mano de todos estos recursos y crea una pócima a su medida, que le permite dar cuenta de una singularidad cultural y a la vez dejar volar la imaginación.

En uno de sus capítulos, los protagonistas que se dirigen hacia la cueva de brujos de Quicaví, van cruzando campos y se encuentran con un chilote de nombre Renato Cárdenas, él los orienta por quien deben preguntar para seguir su camino, luego de compartir el trabajo y la comida de una minga. Pero Renato Cárdenas es también en la actualidad, uno de los intelectuales chilotes más importantes, por su investigación y defensa de la cultura local. En uno de sus libros; Chiloé: Manual del pensamiento mágico y la creencia popular (Castro 2002), habla sobre la bujería chilota:

“La demoniolatría y las prácticas de brujería constituyeron, en especial durante la Edad Media, uno de los capítulos sanguinarios de occidente, no tanto de parte de sus cultores, sino más bien de sus perseguidores. Los europeos que arriban a este archipiélago encuentran que la práctica de la hechicería estaba institucionalizada y en manos de machis y calcus. La acción de la machi, se ligaba estrechamente a la comunidad a la que protegía de los seres y fuerzas del mal que podían provocar la muerte de los individuos. La brujería contemporánea de Chiloé da testimonio del encuentro de dos culturas en este asunto.

En el proceso judicial a que fueron sometidos los brujos de este archipiélago en 1881, encontramos las características básicas de una organización indígena que se apoya en prácticas de hechicería para resistir los abusos del estrato social dominante, imprimiéndoles a esos ejercicios los temores que las propias concepciones sobrenaturales del conquistador podían concebir.”

Ese proceso judicial del que habla Renato Cárdenas, se llamó la Recta Provincia y está ampliamente documentado en los tribunales de Ancud, acusaría a una organización secreta de brujos y brujas chilotas, imputadas por intervenir en enfermedades y muertes por envenenamiento. El mismo nombre utilizó el cineasta Raúl Ruiz, para una serie televisiva sobre las provincias de lo denominado Chile profundo, con lo abierto y ambiguo que ello pueda significar.

En esta novela de Nibaes, lo sobrenatural, la brujería, lo mitológico, son parte de la vida cotidiana, atraviesan la realidad del chilote, no como un souvenir para el veraneante. Se trata de algo serio que determina el destino de los personajes. Con elementos de la novela de aventura, la fluidez del relato hace que pasen rápidamente las 200 páginas del libro, me atrevo a intuir una tradición del relato oral muy propio del sur lluvioso. Quien haya vivido en Chiloé, habrá podido experimentar quizás la fantástica oralidad local, los torneos de mentiras, o jugar al truco (que se acompaña de acertijos lingüísticos y señas) no sin trago y comida, para pasar las largas oscuridades invernales. Así esa mezcla de anécdotas, exageraciones, fábulas, donde se cruza lo más básico de la chismografía personal con lo más profundo de la imaginación, es parte de cierta cultura oral, de una narratividad cotidiana donde puede ocurrir desde lo más escabroso hasta lo real maravilloso, en un abrir y cerrar de ojos, de manera similar a cuando leemos Las mil y una noches, o esa versión aconcagüina de la fantasía rural que es Mi tío ventura, de Ernesto Montenegro. De esa tradición de contar, de sorprenderse, me parece que esta narrativa toma, más que descubrimientos técnicos del mundo de la literatura.

Volvamos a la idea inicial de la fantasía como emprendimiento. Hace poco terminó una nueva temporada de la serie televisiva Games of Trones. Al terminar, miles de seguidores escribían por las redes sociales su disconformidad y muchos escribían a la productora exigiendo cambios en la trama. Cambiar la fantasía según el gusto del consumidor pareciera ser una posibilidad en estos tiempos de hiperconectividad, el derecho de quien paga por un servicio. Y quienes —como quien escribe— nunca vieron un solo capítulo de esa serie, se convierten en analfabetos especializados. Si te quedas fuera de las conversaciones sobre estos posmos megarelatos, puedes llegar a ser una nueva forma de solitario; si te mantienes al tanto eres parte de la sociabilidad. Así de importante puede llegar a ser la fantasía, incluir, excluir, crear una burbuja, montar un espectáculo, ser el reducto de un mundo otro, uno que no parezca estar siempre consumiéndose en su disputa por aparecer, que nos permita reconocernos en las diferencias de imaginario.

Valparaíso, 01 de octubre 2019


 

 

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