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UN VIAJE A UN SUEÑO POR SOÑAR
Sobre “SILVESTRE” DE FELIPE MONCADA (EDICIONES INUBICALISTAS, 2015)
Por Claudio Maldonado
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Varias semanas estudiando la memoria de Borges, repasando la cartografía miope de su biblioteca infinita y entremedio de esos afanes, casi ilusorios de enseñar literatura, el libro Silvestre de Felipe Moncada en la mochila de mis días por hacer. Cobran sentido en mí estos poemas, significan emociones que van más allá de la fraternidad que tengo con el autor, del que se dice nació en Quellón en 1973, que vivió su primera juventud en Talca, que inventó una editorial inubicable, que a punta de buen catálogo, ha resistido los embates de la cultura de retail y también uno que otro pachotazo de los amigos independientes dependientes del libro marginal, pero también cool. Se dice también (ahora) que estamos en presencia de su séptimo libro y que esta modesta presentación, si algo quiere poner en evidencia, es la idea de que una poética difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera en que es leída. Es decir: cuando ya no queden los pájaros, cuando lo árboles nativos sean totalmente cortados y la nieve de las montañas absorbida por unas sondas conectadas a China, la lectura de Silvestre ya será otra forma de leer un tiempo en que un hombre nos invitó a pasear por una naturaleza que aún estaba en pie. Es el artificio de lo simple, lo que hace de este libro un canto sin moralejas ni lecciones dictadas del Olimpo. Percibo en el hablante la señal de una tragedia sin solución, batalla perdida, pero que todas formas debe librarse: “Y si no fuera por la deuda/ por el peso a peso/ de la gotera en la cocina/ por la ambición nuestra/ de cada semana/ con siete lunes de piedras:/ me bañaría en el Sol/ animal de puro lenguaje/ perdería la vista en los cóndores”. Retrocedamos al 2003, al origen de estos versos, hacia una nueva forma de leerlos y que figura en el primer poemario del autor: IRREAL (Ediciones el Brazo de Cervantes), cuando nos señala en su poema Lares: “El ruido del estanque del baño/ del refrigerador/ el ruido de los recuerdos/ del futuro derrumbándose/ son mi silencio en provincia”. A estas alturas del campeonato, hablar de la interpretación del contexto de producción, para entender un texto literario, es casi una tierna tontería, los contextos se multiplican y enloquecen la semiótica. Quizás la mejor forma de leer más allá del texto es ver como se localiza, desde donde se posiciona, para decir lo que desde tiempos inmemoriales se ha dicho, escrito o pensado: En el poema En el Fuego es el provinciano que vuelve derrotado a la casa materna: “Cuando las palabras deberían traer consuelo/ pero sólo traen imágenes”. En Descabezado grande, el hablante se vuelve a situar desde un espacio remoto para la masa: “Caminar en la ceniza parodia la escritura/ la dificultad de avanzar en blanco”. Espacios apartados donde el hablante quiere situar su pensamiento, su viaje al sur, las conversaciones sobre la memoria con Filomena Manquepi. “La escritura correcta es no escribir/ es mirar por la ventana”, nos señala el Moncada del 2003. Y sobre esa lectura establece lo que hoy presentamos, sin los gimoteos metaliterarios de tanto nopodernimiento, con un intento constante por querer armonizar los elementos a los que canta. En Silvestre el ser humano no exagera en mostrar el verde del paisaje, no barroquea en busca de convencernos de que los árboles prevalecerán ante las ciudades, el curso de los ríos es un símil de la sangre que corre por el interior del tipo que levanta una carpa en el Enladrillado, el sudor que gotea sobre el trumao del que sube una cuesta puede estar al mismo son de un pájaro carpintero que construye su refugio en el follaje. Y quizás esta constatación, este impulso por buscar la simetría con los elementos, es lo que me lleva a ver mi derrota humana y a soñar con el viaje Silvestre, ese que más allá del texto, uno de los más bellos que he leído estos últimos años, nos regala la promesa de más de alguna lectura posible en el futuro, que es ahora, porque la invitación al sueño es ahora, viajar con una mochila cargada de silvestres hacia un espacio lejano, donde simplemente se pueda respirar.