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LA GRAN INTEMPERIE
Cuentos de Masiel Zagal, Ediciones Puebloculto, Curepto, 130 págs.
Por Felipe Moncada Mijic
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Una “gran intemperie” es la imagen que escogió Masiel Zagal[1] (1984) para titular su primer libro de relatos. Anteriormente ha escrito y puesto en escena obras de teatro.
En este volumen son 10 los cuentos de distinta extensión que nos hablan de conflictos, de tensiones no resueltas en el cuerpo social y que actúan como detonantes de acciones, de dramas que ocurren en esa intemperie amarga que suele ser la realidad nacional, con sus macro y microdramas bajo el sol y las inclemencias humanas e históricas.
Quizás una de las continuidades que atraviesan estos cuentos, es el complejo de autoridad. Es decir, las pasiones, venganzas, la indignación, el conformismo, la naturalización, la sumisión, la tiranía, entre otras conductas y acciones, que crecen y se desarrollan a la sombra del autoritarismo en distintas esferas de la vida.
En el cuento “En la medida de lo posible” se parodia la política de reconciliación puesta en escena por el primer gobierno posdictatorial, como una metáfora de la amnistía y una justicia basada en el olvido. Raimunda se llama la personaja que ejecuta el ajusticiamiento a quienes tuvieron el control absoluto en este país, militares que perpetraron la dictadura, hasta ahora encerrados y protegidos en prisiones de agrado.
Casos de religiosos implicados en abusos sexuales, amparados en una moral patriarcal sostenida en lo sagrado, o más bien, en lo convenido como sagrado bajo la tensa amenaza del garrote. Esto se desarrolla en los cuentos “Tiempo sagrado” y “La estatua”.
Una anciana nostálgica del orden extremo de un régimen militar y molesta contra esa rebeldía que nunca se termina de exterminar en la juventud, enloquece parcialmente en una céntrica calle de Talca ante una marcha estudiantil, ese es el delirio del cuento “Dos mil once”, en que la mentalidad clasemediera y asegurada, se manifiesta de una manera nada difícil de hallar en la realidad.
El SENAME, la cruel familia postiza de los centros de menores del Estado, aparece aludido en el cuento “Palíndromo”. El suicidio de un chico interno, producto de una ruptura amorosa homosexual con un “tío” de la institución, comentado por dos amigas en un bar, en una mezcla de banalidad alcohólica y culpa, da paso a la frialdad del obvio olvido y la imposibilidad de resolver dramas humanos mediante políticas públicas.
La tiranía de quien es amado incondicionalmente y puede jugar “como el gato maula con el mísero ratón” y luego redimirse a través del arte, aparecen en “Otro simple cuento de amor”, desarrollado con la imagen de una relación lésbica, tan intensa como fugaz, dando paso a la distancia, a la instrumentalización de las emociones para el desarrollo del arte y finalmente para el consumo de la vanidad.
En el cuento “La voz del ladrón honrado”, transmuta un texto de la Rusia zarista, a más cercana realidad patronal, presentando la relación asimétrica entre un atorrante y su protector.
La prostitución como un refugio en medio de las heredades patriarcales, se hace presente en el impecable cuento “Cariño malo”, apostando al tópico dramático de la gran casualidad cuasi edípica, pero dentro de un contexto rural en que la fluidez del lenguaje lo hace parecer natural, con esa carga de los destinos negros, que redimen su culpa mediante el castigo de la sociedad.
Y dos cuentos metaliterarios que se distancian un poco de la tesis inicial, el de la profesora suicida y el la narradora que se pierde en lo onírico. El primero, titulado “Tú conoces a Onetti”, desarrolla una ambigua amistad entre profesora y alumna, con una muerte de por medio y un secreto que se rebela a medias, y que finalmente termina por no importar, prevaleciendo la incertidumbre y la continuidad de las obsesiones de la profesora, los genocidios, los asesinatos políticos, la continuidad de una historia llena de trampas y de derrotas.
Fin del recuento. La idea de que hay un hilo conductor puede ser no necesaria, pero permítase como instrumento para abordar el conjunto. Esa continuidad del desencanto y la omnipresencia de lo autoritario en la política, en las relaciones humanas, en el campo cultural, en las obsesiones que se empeñan en determinar qué es lo correcto y cómo afrontarlo. Todo lo anterior, como soporte de una moraleja invertida, esa que dice que no hay moraleja posible en un mundo que se tensa en el poder, pero no solo en las esferas el poder, si no en cada minúsculo acto cotidiano.
Pero ¿qué hay de la forma? “la narrativa es solo forma” dirá algún fundamentalista del cuento. Masiel Zagal usa con destreza un lenguaje coloquial, tiene un oído innato para la oralidad, en esas conversaciones que fluyen naturales como un desagüe de industria en el río del pueblo. Hace uso de una especie de don musical, en que parece que uno no estuviera leyendo, si no oyendo.
El narrador-narradora, se complace en no estar seguro-segura de lo que está contando, no dice “esto fue negro”, más bien dice que se lo contaron en alguna gama del gris, pero que bien pudo ser blanco o rojo, ese narrador-narradora no es omnisciente, y no tiene problemas en suponer escenas, pues finalmente todo lo que se relata pudo haber sido —alguna vez— oído por ahí, supuesto, imaginado, y en ese margen de ambigüedad está la libertad, la distancia a lo categórico que permite que la gran intemperie de las relaciones de poder, sean el campo de batalla de estos relatos, la cárcel de la que se puede fugar, mediante “un barco dibujado en la muralla”.
[1] Cuentista y Dramaturga. Autora de “Avenida El Dique”, “Lucila, la niña que iba a ser reina”, “La mujer quebrada” entre otros. Profesora de Castellano y Magister en Humanidades: Literatura y Artes Visuales.