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EL MAPA ROTO DE WENUAN

Por Felipe Moncada Mijic


 



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Indagar en la identidad individual y de la comunidad que se habita, sea esta una aldea, “la provincia” o una gran ciudad, pareciera ser un gesto siempre contemporáneo, si se hace observando esa tasa de cambio llamada “modernidad” por Baudelaire, y que ahora es posmodernidad, neoliberalismo, hipercapitalismo, o como se quiera denominar a lo contemporáneo, según el prisma con que se mire y el lugar en que se esté situado.

El prisma con que mira Wenuan está fracturado y es genealógico, mientras que el lugar en que está situado pasa por distintos estados: el encierro de un hospital, las extranjerías históricas de sus hablantes, o las calles del Temuco actual.

Esta división tiene su concordancia en los dos capítulos del libro: La sangre rota y El mapa roto. Los grandes temas del libro son entonces sangre y territorio, pero en pugna, pues como advierte el epígrafe de José Emilio Pacheco: “Algo se está quebrando en todas partes”.

El hablante de Wenuan se sitúa en un espacio arquetípico ente la memoria incompleta de los antepasados, el delirio de una enfermedad, la ficción histórica y los fragmentos de una ciudad que lanza al sujeto al caos del habla.

Si bien en su libro anterior, Romería, Wenuan hace el camino desde el presente hacia la aldea, buscando el rastro de una sangre antigua donde se fragua el ser; en el libro que presentamos hoy se hace cargo de la “impurezas” propias de la experiencia real en un mundo complejo y pletórico de intercambios culturales, más aún si recordamos que Wenuan se sitúa en La Frontera, en Temuco, y que decide problematizar su apellido mapuche y su condición urbana.

El libro comienza con una declaración, de la cual podría hacerse cargo cualquier poeta que creyera en el poder transformador del lenguaje y en su capacidad de producir realidad, dice el autor en el poema que sirve de inicio:

Antes de hablar, de conocer mi voz,
he de quemar la palabra aprendida

¿Cuál es entonces esa palabra aprendida?, ¿se refiere a la de la escuela primaria, o a la lengua de la tierra, aprendida de mayor y que es una evidencia más de la ruptura del lenguaje?, los versos siguientes responden aquello, afirmando que se trata de la primera palabra materna que enseñó el mundo. Entonces se ingresa al libro y en general al lenguaje, como quien asume la tarea de desaprender.

Sobre todo en el primer capítulo, el hablante se permite un lirismo en prosa poética, siempre desde la primera persona y desde el cual se articulan preguntas y se permiten reflexiones relacionadas con el origen genealógico, cultural y sus actuales coordenadas en un contexto complejo:

Mi sangre es un puente arruinado, un accidente donde ha muerto la épica. Un desastre, donde mis escasas lecturas de historia no alcanzan a ser fe. Aún así, disperso y bello como un rewe de oro, tengo los ojos abiertos y veo en mi mano la cosecha quemada del idioma, los árboles cortados veo, a nuestras tumbas familiares robadas de cántaros y plata.

Pero ante esa idea de pureza y antigüedad que emana del fragmento citado, lo que le interesa desarrollar al autor, es el devenir hacia el presente en conflicto, por eso afirma que:

…atrás queda la choza del pasado y la niebla que cubre a los muertos de mi casta. Solo pasaba a saludar les dije cuando andaba de Romería, y así llevarlos en el cuello como a un cuarzo de la suerte.

Se escoge, entonces, el camino de la continua revisión en el propósito del poema, ya que se está consciente de la dimensión crítica de la escritura, pero también de su realidad competitiva como oficio, por ejemplo, cuando se permite la parodia del poeta que ingresa a los engranajes de la institucionalidad cultural del Estado, concluyendo que “no hay subsidios que remedien la amnesia del lenguaje”, es decir, los caminos paralelos del dinero y de la búsqueda de sentido, se interfieren, pero no arrojan luces perdurables. En el desarrollo de esta primera parte, también nos encontramos con los “hombres oscuros” de las ciudades, aquellos que “no recuerdan la respiración del canelo” y que podrían rememorar vagamente a esos tísicos de Nicomedes Guzmán, que desde sus conventillos proletarios de la Generación del `38, han abandonado la lucha social, adquiriendo nuevas máscaras en el mercado de la depredación. Y como para acentuar el hecho que se trata de un viaje radical, sin retorno, en el que se arrasan los cultivos, termina esta sección con una especie de despedida:

Miro el sol ponerse contra este mapa roto, mientras abajo se fraguan espalda y lenguaje en los podridos escalones de la historia. Estoy en marcha, dije, y atrás queda el gran espejismo de la tierra.

Ese espejismo, como imagen enigmática de una tierra que de pureza deviene en abandono, vuelve a aparecer hacia el final del libro, como un impulso para retomar un canto fresco y renovar la sangre. Ese lirismo que domina la primera parte, se transforma, se endurece y toma elementos y modos más cotidianos cuando se realizan una serie de alusiones a personajes de apellidos mapuches o mestizos, tratando principalmente de cuestionar a un hablante que encarna la idea de pureza:

¿Entonces, que es tal retrato?
¿Acaso somos puma, treile o zorro,
animales de un equilibrio iluminado?
¿Y dónde las costras del alma
y sus túneles horrendos?
(ELEGÍA AL LONGKO LLANQUETUR)

Plantea entonces que la oscuridad, las costras, lo horrendo, quedan fuera del estereotipo de lo nativo que se cultiva para ser consumido, ya que al usar ese filtro, se quita veracidad a cualquier construcción identitaria, puesto que la idea del buen salvaje es útil mientras inofensiva y hasta que no toque la comodidad de quien va a consumir aquel estereotipo. El peligro en la poesía de la pureza, pareciera ser la de todo arte que puede convertirse en un elemento decorativo de la sociedad, a la que justamente quería incomodar. Se propone entonces Wenuan ir más allá de la música agradable al oído y entrar en el conflicto de las identidades mestizas. Aquello se manifiesta en la sección del primer capítulo, titulada Box, haciendo alusión a aquellos espacios asépticos de la medicina occidental, donde el enfermo es tratado como un organismo netamente biológico, al cual se le suministran medicinas sintetizadas por la química. Ese conflicto entre el cuerpo y el espíritu, llamado enfermedad, hace reflexionar al hablante y confesar que:

Quito mi calzado y siento el frío de una peste que me observa, una niebla mojigata que me oculta del calor. Se acabaron las pastillas y duermo en la ciudad: cerca de farmacias, lejos de la Machi.

En el prólogo del libro, la académica de la Universidad de la Frontera, Mabel García, propone que esta sección se puede interpretar como la manifestación de un “trafentu”, mencionado en uno de los poemas en prosa de la sección, y lo que en términos de la cosmogonía mapuche, y en palabras de García, consiste en:

la enfermedad espiritual de trasgresión a la norma y que se manifiesta en la fragmentación del “ser” al separarse espíritu (püllu), cuerpo (kalul) y alma (am). Sólo ánima, el trasplantado a la ciudad di-vaga en territorio ajeno, lugar donde impera el wesa newen, el aliento de un mal que lo afiebra, lo desequilibra y lo atrapa.

Se plantea la enfermedad, entonces, como una situación que nace del desequilibrio entre el mundo interior y el mundo exterior, mediante la transgresión. Una visión similar han adoptado también algunas vertientes contemporáneas de la medicina occidental, refiriéndose a la “enfermedad como camino” o como un diálogo entre las divisiones del ser en busca de su unidad. Estas “nuevas” maneras de concebir el malestar del individuo, en realidad son brumosamente antiguas, ya que se basan en elementos de las grandes religiosidades arcaicas, me refiero al hinduismo, el budismo, el taoísmo, así también como a varias medicinas tradicionales, las cuales bajo la influencia de Jung, han sido asimiladas paulatinamente por el mundo médico occidental. Pero volvamos a la lucha del poeta en el box de un hospital, ¿cómo se conecta esa agonía con la identidad colectiva que problematiza el libro?, lo hace a través de los sueños del delirio, pues allí comienza el poeta enfermo a reconocer símbolos que lo pueden orientar para recuperar la unidad:

Escucho tambores, gritos y el piafar de caballos me acerca a una ramada en donde veo mi nombre remojarse en un cántaro. Un rayo quema el pecho y me veo saltar entre cables y cueros, una vez, otra vez. Una mujer entra y moja mi frente con una rama de canelo.

Se trata de la aparición de una machi inmaterial, que avanza en los sueños hasta la pieza blanca de un hospital, lo que da al hablante un motivo más para hacerse cargo de la mezcla de las culturas: lo arcaico y lo occidental asimilado en la debilidad del delirio. Y si bien se permite narrar el contenido del sueño, lo hace con un escepticismo que sería bien visto por la racionalidad triunfante:

Veo hacia el lado, mi bisabuela toca su kultrún y le canta a Chau Dios. Siento aire en mis pulmones. Yo antes no creía en estas cosas.

En el segundo capítulo se desarrolla la idea del mapa roto, y lo hace mediante el recurso de la historia transfigurada, la ucronía, un mecanismo usado frecuentemente por la literatura de ciencia ficción, en que el viajero temporal es testigo o protagonista de múltiples acontecimientos históricos, imposibles de abarcar en el período de una vida humana, pero que también en la poesía chilena reciente podemos encontrar, léase por ejemplo, el Boston Evening Transcript de Ruben Jacob, o las fantasías belicista atemporales de los Sea Harrier de Diego Maquieira, por dar un par de ejemplos, sin contar con la poesía de contenido histórico que es innumerable, baste mencionar dos montañas como lo son La Araucana y el Canto General. Wenuan ingresa en la máquina del tiempo, pero no solamente para ficcionar combinaciones ingeniosas, sino para buscar las huellas identitarias que son el norte del libro, cito un fragmento del poema que da inicio a esa sección:

¿Dónde estoy situado entonces?
En la técnica del mapa roto,
la esperanza en que mi actor explote
y su esquirla obligue alianzas nuevas
en la imaginación.

Ahora Wenuan es un actor que adopta distintas máscaras en situaciones tan diversas como la expansión de la industria en Norteamérica, la Araucanía de los grandes desastres españoles, la batalla donde se detuvo la expansión del imperio napoleónico, la batalla de Lepanto, entre otros lugares históricos relacionados con momentos claves en la consolidación de los mapas y de las fronteras, como en el fatídico 1861 que marca el inicio de la llamada “Pacificación de la Araucanía”, y que abre una nueva etapa histórica de confinamiento mapuche y expansión de la mentalidad occidental, que perdura hasta hoy.

Sobre la noción de mapa, es interesante la cita que hace Mabel García en el prólogo del libro:

(…) el “mapa”, haciendo referencia a una cartografía geopolítica que el colonialismo construye como escritura ideográfica en su proceso de legitimación, y que, en sus modos de representación, inscribe las huellas de esta expansión foránea sobre las culturas y pueblos prehispánicos, cristalizando la fragmentación cultural de indoamérica. El “mapa”, se convierte así en el símbolo de una cartografía que se dibuja y desdibuja imponiendo fronteras culturales “contra naturam”, instituyéndose sobre los restos de “los otros”, resistidos, quebrantados y perennes en el tiempo.

Es decir, el mapa, más allá de lo pintoresco o lo utilitario, funciona como una representación gráfica y legal, que valida el dominio político sobre los territorios incorporados el Estado Nación. El orden. La ley. El mapa, como una síntesis de la violencia de las naciones en su búsqueda de riqueza, bajo el argumento civilizatorio.

Con el poema Retratos de voz en Temuco, comienza la parte final del libro, donde se propone un recorrido por la urbanidad actual, usando el tópico renovado del flâneur, el paseante por la ciudad ajena y en perpetuo cambio. Para ello usa el mecanismo de los monólogos registrados en grabadora, como una manera de fijar un instante en una coordenada específica de la ciudad:

Al grabar mi voz,
me pregunto si será complicado manejar los silencios.
Uno, en el papel, moldea, quita, pone, tacha,
pero acá, mientras sumo pasos en la calle,
mi silencio tiene un peso diferente.
Tal vez, el único gesto honesto, sea callar.

Sin embargo la poesía no enmudece, aunque use estratégicamente los silencios cuando están cargados de sentido, como otra manera de significar. La poesía intenta romper el silencio y la palabra, como una manera de penetrar en el territorio y en la sangre. En esa última sección, en esas calles de un Temuco con carnicerías equinas, botillerías e importadoras, donde la mixtura está viva y sigue mezclándose, Wenuan retorna al espacio de libertad que permite la poesía, sacándose el deber del origen, y quizás esa es una de las tensiones mayores de este libro: la intensión de salvaguardar una tradición e identidad amenazada, por una parte, y la libertad de usar el lenguaje en su dimensión creativa, por otra. Creo que los distintos registros utilizados en este libro, abarcan  suficientes formas para dar cuenta de un oficio consciente, además de proponer una estructura que lleva implícita un relato, el arquetípico viaje del ser por las regiones de la realidad, de la muerte y del sueño, preparándose para las tareas del devenir. Para terminar, me gustaría referirme a unos versos del penúltimo poema del libro:

En el sueño, escucho la voz del polvo
que mi abuelo cada día buscara con su azadón,
entonces digo: Lo que crece del surco es la pregunta,
es la respuesta.
Secó la cicatriz que de niño me hiciera en el juego.
Secó el ombligo de los hijos que aprenden la acidez
del fruto. Orgasmo y borrachera son los cantos
que dedico a la luna del abismo.
La memoria comienza mañana.

En este mapa roto que arma Wenuan en esta entrega, se mezclan los distintos tiempos que fundan la memoria, en él lo arcaico puede convivir perfectamente con lo contemporáneo, sacando chispas al lenguaje, como cascos de caballos que vinieran desde el fondo del tiempo, con su ritmo dificultoso a veces y otras veces al galope, según las piedras del camino. Esta “memoria que comienza mañana” nos habla de la continua invención de la realidad y de la historia mediante el lenguaje, la poesía como “un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), continuidad de la palabra que siempre está por darnos las mejores notas y las más significativas. Celebro grandemente este nuevo libro de Wenuan, que parafraseando el último verso del libro, nos confirma que “hay un grito de guerra que enciende la vida”.

 

 

 

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EL MAPA ROTO- Fragmento Poemario Juan Huenuan, del libro El Mapa Roto 

 



 



 

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