Como narradora, surge un natural pudor de comentar poesía, como si una narración y un poema no se nutrieran de los mismos elementos, como si la palabra escrita proviniera de distintos orígenes. Está bien, me dije, al escribir algunas líneas para esta presentación del libro de Felipe Moncada, puede ser que sean cosas distintas. Pero son afanes con la palabra, en suma. Son quehaceres que tienen que ver con nuestras percepciones del mundo, de nosotros, de nuestros anhelos, dolores. Y la palabra sigue siendo el vínculo más fuerte entre el comienzo de la vida, su transcurso, su final. Poesía en la letra, prosa en la letra, son descubrimientos que todos los que escriben poemas, cuentos, novelas, forjan de distinto modo.
En el caso de este libro de poemas, lo percibo como una especie de viaje memorioso por la poesía hecha, dejada atrás, pero mezclada con la poesía que se va escribiendo. Me llamó la atención su manera de presentarla, de adelante para atrás, empezando por poemas inéditos, siguiendo el 2018, 2009, 2008, 2006, 2003 y que finaliza con el brillante y perceptivo Posfacio de Damaris Calderón.
Este viaje memorioso es mío, como lectora: al leer cada una de sus partes, fui insertándome en esa especie de universo que al mismo tiempo se abre y se cierra sobre sí mismo. Es un universo abigarrado de poesía, que no da tregua, que respira, anhela, cuenta, describe, compara, sin pausa, como si también a uno, como lector, le exigiera una voluntad de participar de lo que la voz lírica está diciendo. En tal sentido, no es una poesía plácida, lárica, que busque u ostente la belleza o el sentimiento preciso o la palabra en su máximo esplendor. Es una poesía inquieta, que se ilumina con la fuerza reiterativa de un hablante inquisitivo, disconforme, irónico, que a veces adopta un tono discursivo, reflexivo, o de fría descripción microscópica, como buscando entre las movedizas arenas de la memoria, de los recuerdos, pero, fundamentalmente, del presente, visto en su totalidad, integrado el mundo natural, humano, animal, vegetal, cultural, artístico como también el mundo en ruinas y el mundo de adelantos tecnológicos, como si tejiendo una larga manta de palabras, pudiera al fin decir que lo creado con la palabra es la visión de cómo se percibe desde el ángulo del creador poético.
En esta línea, todo el libro está situado en una especie de mirada espectadora y observadora de la realidad. Como tal, el primer elemento que sobresale es el de la ruralidad, una ruralidad que no abandona ni siquiera cuando describe espacios urbanos, como si fuera la sombra que acompaña a las palabras. Poemas como Zapallos, Púas todos los poemas de Nativos y muchos otros que habitan este hermoso libro, tienen la marca de un mundo natural, campesino, conviviendo con el entorno humano, de pobreza y soledad, como Unas Monedas, Bolsas y tantos versos que a veces me recordaron las voces de Carlos Pezoa Veliz y Jorge Teillier, en su raíces pueblerinas, sociales, esa voluntad de retrato, que se asume sin complejos, casi gozosamente.
Dentro de estos componentes, aparece nítida una voluntad de identidad, que se vale tanto de la tercera como de la primera persona, en una amalgama intencionada entre describir y sentir, como si esos dos verbos fueran el trasfondo que agrega más colorido, fuerza y luz a una realidad muchas veces sórdida, turbulenta, ajena, descolorida a ratos, compleja siempre. En este caso, la identidad se funde tanto en lo rural como en lo urbano. Poemas —o prosas poéticas, aunque suene anacrónico— como Montamos una bicicleta en llamas para llegar al potrero donde anida el colibrí estresado, la loica esquizofrénica, la tórtola angustiada, aparecen con la naturalidad engañosa de un trabajo lingüístico y creativo que residen en poemas donde lo urbano es el trasfondo una cultura violenta, donde nada es ajeno, como el tema de los migrantes, la violencia, la instalación de miedo.
De esta manera tenemos una poesía que privilegia, más que una actitud netamente lírica, una actitud épica, en tanto su voz impregna todo lo que quiere decir y contar en sintonía con una voz profundamente masculina. Al decir esto no me refiero a las antiguas diferencias estereotipadas entre lo masculino y femenino, naturalmente. Solo adivino, al trasluz de la palabra que elige, ese temblor apenas perceptible, de la llamada dolorosa a una naturaleza que está escapando de las manos del hombre, que mantiene su fuerza y da respiro al hombre que la llama, ese mismo hombre, el que maltrata y es maltratado, el que ignora, a fuerza de ser ignorado. En el poema Tambor de fuego está la voz apostrófica, que se dirige al otro, al mismo tiempo que lo describe
Vuelves a bajar / por el sendero hasta el Lircay / nadas contra la corriente y cierras los ojos / para borrar el tiempo / Saludas al roble seco / La retorcida parra de la vega/agitas sus brotes al verte / Un chercán mueve su cabeza en un boldo.
Conecto lo que acabo de leer con el tema del Maule: el otro aspecto esencial y relacionado con el tema identitario, es lo maulino, como trasfondo permanente, tanto en los paisajes inmensos como en lo pequeño. En esa naturaleza, fundida con lo mágico y lo mítico, anida también el deterioro, la destrucción, la tecnología como invasora y destructora de esa naturaleza. Y entonces, vuelve el refugio de lo natural, de los lazos. Por momentos esta poesía prosística se transforma en una suerte de crónica de percepciones urbanas, culturales y artísticas, sin perder nunca la esencia de lo lírico. Porque este hablante no olvida nunca que todo se vuelve a crear con la palabra. Como cuando dice, en poema Utilidad:
Un poema, una palabra / sirven de vez en cuando / para tocar la mano del otro / cuando creíste no volver a verlo / oír el grillo de la casa materna (…..) un poema sirve lo que un sorbo de agua / un abrazo / un vaso de vino (….)
Porque la poesía, lo que aquí nos reúne, nos demuestra, en el bello recuento que leemos de parte de un notable poeta, es importante; porque la poesía es esencial para aportar más humanidad a través de la palabra creadora, reflexiva, crítica, dispersa, dolida y encantada, encontrémonos sin falta con este trabajo valioso.
A veces / un poema sirve / para oír las trompetas de una batalla / o volver a sentir el viento en los pinos / ya postrado.
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Felipe Moncada. Editorial Aparte, Arica, 2022, 208 páginas
Por Susana Burotto