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VALPARAÍSO, SITUACIÓN IRREGULAR, UNA MIRADA

Por Felipe Moncada


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Toque de queda en el puerto, la ciudad entera es una obra de percusión que supera cualquier expectativa de festival sonoro: cacerolas, tambores y todo lo que esté a mano, sirve para la sonajera universal que inunda colinas y quebradas. Ya es la cuarta noche de prohibición de circular por las calles y la ciudad es una jaula que por fin muestra con nitidez sus barrotes, mientras los camiones de militares recorren la ciudad despejando barricadas y practicando su brutalidad profesional contra “el enemigo interno”. La imagen es fuerte. Quizás particularmente en Chile, la figura de militares en la calle, nos trae el recuerdo de allanamientos de poblaciones, decretos transitorios de fusilamientos, procedimientos macabros, argumentando un cierto heroísmo en nombre de la patria. Es una imagen cíclica y está en el inconsciente colectivo, en muchos y muchas despierta una oscura carga de represión y el recuerdo de ciertas cuentas pendientes, como cuerpos de desaparecidos, por ejemplo. En algún lugar de la psiquis nacional está guardada esa pesadilla de chilenos y chilenas, víctimas o cercanos de víctimas y desaparecidos, y es una herida fresca, la cicatriz es frágil y vuelve a doler apenas se toca. No parece una buena idea para calmar las cosas ver esos camiones llenos de reclutas felices de apuntar a su propia gente. Me perdonará (o no) algún conocido de la “familia militar”, en toda institución pagan justos por pecadores, y la corrupción de unos pocos suele enturbiar las aguas para todos, pero cuando el río suena… y a ratos el sonido de este río es ensordecedor, pues más allá de caricaturizar, hasta ayer iban 5 muertos reconocidos por el gobierno, con balas compradas con el dinero de sus impuestos y de los míos, disparos realizados a quemarropa, no en enfrentamientos ni nada que se les parezca, sino en desmadres personales de funcionarios del Estado.

Oscurece ya, y en los cerros cercanos se comienzan a oír canciones antiguas, suena “El pueblo unido”, “El derecho de vivir en paz” “Armas vuélvanse a casa”, canciones que dentro del exitismo y globalización del modelo neoliberal habían sido ya desechadas por multitudes de cantitos pop, minimizadas y hasta ridiculizadas por la misma gente que las cantó en marchas o en la clandestinidad, pero ahí están, aparecieron, no son Paganini pero tienen alma. Y parece —hablo de una sensación personal— que de pronto fuera septiembre de 1989 y el plebiscitito que sacó a Pinochet aún no ocurriera, y que todo ese lapso hasta ahora no hubiera ocurrido, fue un sueño, pero ¿qué ha ocurrido? Pasan las imágenes por la mente, como de quien va cayendo para morir: El modelo de los Chicago Boys, las multitiendas, los televisores, las tarjetas de crédito, los celulares, los reality, los partidos de la selección, las deudas, las privatizaciones, el saqueo de los recursos naturales, las forestales, la resistencia de los peñis, los montajes, la farándula, las empresas extranjeras manejando la energía y los servicios básicos, los privilegios romanos de las fuerzas armadas, los fraudes millonarios, la pasta base, la coca, la cultura narco, el lumpen, los matinales, la competencia, el exitismo, la venta de la educación, las colusiones, la represión ascendente, las muertes sin aclarar de dirigentes ambientales, uff, despertemos ya, lleguemos al suelo de una vez. Entonces bajo esa piel del modelo económico había otro cuerpo, uno que se endureció en la clandestinidad, en la calle, y que nunca ha comprado un modelo experimental impuesto por la fuerza. ¿Y el pueblo?, ¿se acuerdan de esa palabrita?, ¿se lumpenizó?, ¿se entregó?, ¿se aburguesó en la medida de sus posibilidades?, o bien se compró entero el sueño chileno de libre-mercado y ahí está ganando lo justo para endeudarse, con los parásitos de las AFP succionando sus sueldos, con los servicios básicos de una ciudad megacéfala —como el Metro— creciendo monstruosamente como un capital abstracto y que traga y traga sueldos y vidas, hasta que explote, y explotó. Pero esas canciones se vuelven a apagar, solo fue un deja vu ochentero, es 2019, y aunque esos cantos vuelvan a significar por un rato, denota que en algún grado hay un inconsciente dormido, y que así como despierta la milicada a recordarnos su fuerza, despierta esa cosa amorfa y apaleada que se le solía llamar —me disculpará el lector el anacronismo— pueblo.

Termina el caceroleo, silencio absoluto en el puerto, patrullas pasan y pegan unos tiros al aire para amedrentar, para “prevenir saqueos” aunque estos ocurren a vista y paciencia de mediomundo y a plena luz del día. Al respecto: En los primeros días del estallido social, la prensa se concentró en los desvalijamientos de supermercados, de tiendas, como si todo se tratara de una locura materialista, como si gran parte de la población disfrutara del robo como deporte y aprovechara de tener al fin todo aquello prometido por el sistema y que no ha podido conseguir. Ese tipo de saqueos que la televisión nos mostraba en Venezuela, ese país al que no teníamos que parecernos según el candidato Piñera. En Valparaíso también suceden, cualquiera que apague la tele un rato y baje al plan durante el día los puede observar de cerca, pero hay que diferenciar distintos tipos de saqueo: Está el de quienes están movilizados en los cortes de calle y usan el contexto para “repartir” mercaderías sin acapararla y eso ocurre en lugares simbólicos del sistema (farmacias coludidas, por ejemplo). También está el saqueo flaite, o lumpen, o cuma, o vandálico, o “sin ideología”, con gente que corre con bolsos de local en local como si fuera la gran compra de fin de sistema; ellos y ellas andan detrás de mercadería, son hijos e hijas de este sistema que pone a la propiedad privada como vara que mide el respeto de un sujeto, ellos no harán mucha diferencia entre una sucursal de una gran cadena o una pequeña zapatería, si usted los puede condenar y desearles la muerte, como mucha gente lo hace, bien por usted, debe ser una especie de arcángel sin antecedentes, yo paso. También está el “saqueo autorizado”, cuando uniformados dejan pasar a la turba, asustada o empujada por los mismos medios que fabrican una escasez mediática, mientras los almacenes rebosan de abarrotes en los barrios. Esos saqueos controlados ayudarán en la cuenta final a equilibrar los muertos versus los números que indican las pérdidas de los grandes empresarios. Y llegamos por fin al saqueo más grande de todos, el de las tierras para forestales, el de los recursos naturales, del agua de los campesinos, el que realizan las mineras extranjeras, el de los fondos privados y obligatorios de pensiones, de las empresas de energía, de la agricultura intensiva, de los privilegios de las fuerzas armadas, de las deudas universitarias, en resumen: el agujero sin fin en el bolsillo de cada uno y una de quienes portan la cédula chilena de identidad. Ese continuará con o sin vigilancia militar, son los privilegios de una clase que piensa que la subsistencia de su estándar de vida es equivalente al de la especie sobre la Tierra.

¿Y mañana qué? El regreso de los matinales, de los pactos políticos para volver a repartirse los restos de la torta, más reggaetón, más éxito económico, más sequía, ¿alguna respuesta? Solo se me viene a la mente organización, información y más organización, pero difícil es consolidar una red comunitaria si para trabajar tenemos que atravesar toda la ciudad y no conocemos ni a nuestros vecinos, o si las organizaciones territoriales caen en el autoboicot del cacicaje excluyente, o se llevan el agua hacia su propio molino en vez de abrirse a la otredad, o si se toman los caminos de la política tradicional del poder por el poder. Salirse del sistema en la medida que se pueda, crear y cuidar redes solidarias, asambleas, no sé, nadie lo sabe, se especula, se experimenta y se toman los mejores resultados, hay mucha gente haciéndolo, cualquiera puede empezar por la puerta de su casa hacia afuera. Puede que algo ocurra, resistencia, otro habitar. Difícil, más no imposible, pero al menos de quienes han tenido el megáfono desde 1989 hasta ahora, no esperaría nada más que nueva retórica y nuevos privilegios, de esos que —ante la llegada de los alienígenas—, la Primera Dama sugiere compartir.


Valparaíso, 23 de octubre



 

 

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