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RUIDO DE PASOS DE UN GRAN CRIMINAL
CUENTOS Y PENSAMIENTOS DE CÉSAR VALLEJO[1]
Edición, prólogo e ilustraciones de Chanchano Libos
Ediciones del Caxicondor, Valparaíso, diciembre 2016[2]


Por Felipe Moncada Mijic



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Quiero agradecer en primer término a Chanchano Libos, por invitarme a presentar este libro y llevarme a esta relectura de César Vallejo, desde la perspectiva que me puede dar la cercanía con la escritura o la edición. Lo primero que me surge, es la pregunta: ¿Qué se podría agregar a estas alturas sobre la escritura de César Vallejo?, pues ha pasado tal caudal de estudios, tesis, ensayos, comentarios, interpretaciones, sobre la obra del peruano, que pareciera imposible agregar algo que no sea una reiteración o una obviedad.

Intentemos una ruta entre su poesía y la prosa que se presenta en esta edición.

Primera cosa, la estructura. Este libro se divide en dos partes, y comienza con la sección Escalas, que fue publicada en Lima en el año 1923, y que muestra similitudes estilísticas con su poesía de aquella época. Hagamos notar que esto es un año antes de la publicación del Primer Manifiesto Surrealista de Bretón, y que ya contiene elementos que se podrían concebir dentro de los recursos de las vanguardias, como el gusto por lo sonoro en verso libre, más allá del significado. La segunda parte, agrupada bajo el título Contra el secreto profesional, recoge notas de singular densidad filosófica y especulativa, en los que más bien desarma concepciones intelectuales a partir de variados registros, desde el aforismo, pasando por el cuento, y llegando a textos que podrían considerarse poemas en prosa y que no fueron publicados en vida por el autor.

Sobre la poesía de Vallejo se ha dicho bastante, de su virtuosismo en el lenguaje, su ruptura de la sintaxis, su asimilación y superación del barroco y el modernismo, en su particular síntesis, su profundización en la solidaridad humana, su compromiso político sin abandonar su independencia estética, y a todo ello, se agrega en estos cuentos, una presencia implícita de la cosmovisión andina, como un estado originario o natural del ser, en tensión y contraste con la razón occidental. Hay fragmentos de estas prosas que parecen estar escritos en sintonía con su libro Trilce, por su imbricación del lenguaje, así por ejemplo, en el cuento El unigénito, cuando un personaje de la sociedad limeña, el señor Lorenz, se entera del inminente matrimonio de su amada con otro hombre, ocurre en su mente una especie de cataclismo lírico, que lo hace sentir que:

“asistía al sepelio de diez sarcófagos ingrávidos, en cuyos labrados campos de azabache, habrían, decorados a la usanza etrusca, verdes ramas de miosotys florecido portadas por piérides mútilas y suplicantes; boscajes de rumorosas uvas vivas, bajo el cielo de puras anilinas anacreónticas; vientos encontrados desnudando árboles de otoño; y montañas de hielos eternos. Dentro de los diez sarcófagos, irían diez relojes difuntos…”

Tal es el aparato verbal que despliega Vallejo, parodiando quizás los excesos del modernismo y aprovechándose del shock emocional o de percepción anormal de sus personajes. En otro párrafo, para describir una sensación física de sequedad, lo expresa de la siguiente manera: De pronto la sed aciagamente ensahara mi garganta.

Da la impresión de que todos los hallazgos finales de su poesía están siendo experimentados en estos relatos, los que no aspiran siempre a contar una historia, en el sentido tradicional de un relato, con un principio, un desarrollo y un final, si no, desconcertar y poner en duda el orden de las cosas, un poco a manera de venganza con el clasismo de la sociedad letrada de su época. Esto último, es una suposición personal.

Es así como en el extraordinario cuento Cera, en que realiza un retrato sicológico y físico de un chino adicto al juego, y su obsesión por los dados, lo describe amplificando los pequeños detalles, describiendo con una minuciosidad de cámara lenta el transcurso del tiempo, como lo hace Borges en su cuento de la bala que nunca llega al fusilado, o como lo podría hacer la cámara lenta de Tarantino en una escena de violencia, o un matemático analizando una curva mediante un método infinitesimal. Estas desviaciones aparentes del relato hacia la amplificación de los detalles, le permite explorar su objetivo mediante un filtro personal, por ende poco común, ya que la tensión no está puesta en la resolución de la acción, en el resultado del cuento, sino en lo tangencial. De esa manera, la libertad del relato permite fugarse de la narración lineal, como lo siguen haciendo ahora algunas narraciones posmodernas, que encuentran en los fragmentos unidos arbitrariamente, un vehículo que se lleva mejor con la experiencia del sujeto en las ciudades contemporáneas.

Su crítica a la vanguardia como pirotecnia vacía —que se puede rastrear en algunos de sus póstumos Poemas Humanos— se puede encontrar en un extrañísimo texto llamado Magistral demostración de salud pública, en que enumera una cantidad impresionante de recursos expresivos, que le permitirían decir algo percibido en un hotel de Niza, llegando a explicar un método de usar fragmentos de distintos idiomas para expresar la situación, la que sin embargo nunca es dicha, ya que se denuncia el encubrimiento del contenido, y el posible extravío en los caminos de la forma, casi como una manera de alienación culterana que esquiva el trasfondo de lo que quiere comunicar.

Si en un cuento de Allan Poe puede haber misterio, este se encarga de ser dilucidado hacia el final del relato en el triunfo de la razón, lo que no sucede en los cuentos de Vallejo, aunque posean similitudes formales en el tejido del suspenso, un ejemplo de esto puede ser el cuento Coro de vientos, donde el personaje se ve pasmado por el asombro de reencontrarse con una persona venida de la muerte, y cuando un lector occidental esperaría la solución del enigma, la explicación positivista, se impone con naturalidad lo fantástico, como algo que no exige explicación, sino que valida lo inexplicable como una experiencia.

Otro aspecto que me gustaría destacar en estas prosas es la figura de la madre, ya que podría representar el orden cosmogónico de los pueblos andinos, pues es ella la que nutre, regenera, reúne, aconseja y puede inclusive vencer el orden racional de las cosas, como en el cuento ya citado, en que el hijo regresa de la muerte, anticipando —como lo hace notar Chanchano en el prólogo—, la atmósfera que desarrollaría Rulfo más adelante. Esta madre quizás simboliza a la Pachamama, en su rol de acoger a todos los seres vivos, y actúa más allá de su propia conveniencia, así, cuando un presidiario comienza a rememorar algunos sucesos de su infancia, recuerda cuando su madre lo sorprendía robándole azúcar, quien al contrario de propiciarle un castigo, le compadecía como prójimo, sintiendo misericordia por su hijo, por su posible destino fatal, más allá de su propio lazo filial, diciéndole:

—Pobrecito mi hijo. Algún día acaso no tendrá a quién hurtarle azúcar, cuando él sea grande, y haya muerto su madre. (Alfeizar).

La figura de la madre, entonces, como quien comprende al humano, más allá del bien o del mal, una especie de voz de la naturaleza, como soporte del mundo rural andino, en esa generosidad terrestre de la cosmogonía indígena, que acompañó por siempre al poeta mestizo. Relacionado con lo anterior, y siendo un tema de gran actualidad, es lo que ocurre en el cuento Sabiduría, cuando un explotador de minerales enferma y sufre alucinaciones de fiebre a partir de una iconografía popular del Corazón de Jesús, colgada en su pieza de convaleciente, y cuando finalmente arrepentido de su conducta avara y de transgresión, le solicita rogando a Jesús un consejo, este le recomienda: ¡Ajustarse al sentido de la tierra! Y es increíble la actualidad de esta sentencia, ya que el socialismo de su época no consideraba relevante la sobreexplotación de los recursos, pero delata la enfermedad del materialismo del mundo contemporáneo, que en nuestro Chile actual es un padecimiento generalizado y más aún patrocinado por las leyes y amparado por la Fuerza Pública en su rol mercenario del Capital.

Se reiteran los paisajes y situaciones penitenciales, la soledad de la celda, el interior amenazado, la injusticia, la lucha de clases. Y no es casual, recordemos que Trilce se imprimió en los Talleres Tipográficos de la Penitenciaría de Lima, y que en la cárcel de Trujillo, Vallejo pasó más de cien días.

Me gustaría destacar también la versión biográfica de César vallejo de Chanchano, ya que se inscribe en la tradición en que la biografía incorpora anécdotas humanas, datos cronológicos, aspectos estilísticos del escritor, siendo una narración en sí misma, que no solo da luces técnicas sobre el volumen de relatos reunidos, sino que también entretiene e invita por su contextualización histórica, siendo una extensión narrativa del libro, ante lo cual, además, agrega su síntesis gráfica de los grabados, a los cuales me referiré finalmente de manera breve.

LOS GRABADOS DEL LIBRO

En los grabados —xilografías en linóleo— del libro, predomina el claroscuro como recurso dramático, los fuertes contrastes de luz, metaforizando quizás los fuertes contrastes sociales del Perú colonial y aun feudal, que nos revelan los relatos. Si pudiera destacar algún aspecto notorio, diría que es la interpretación sicológica de los personajes atormentados por las pasiones, ya sea deseo, miedo, ira, o el salvaje estado de epifanía natural en el caso del cuento El niño del carrizo, o del indio Sora que se ríe dentro de la catedral. Cada grabado es una escena que permite rememorar la narración, ya que sintetiza un instante clave, captada por la intuición de Libos y concretada con un pulso firme y expresivo.

Me gustaría detenerme en el retrato de Vallejo con que se inicia la introducción, en él aparece serio, proviene de una fotografía en que está sentado en una banca de plaza, como concentrado hacia profundidades andinas, una mañana fría de Niza con el sol en la cara; y su cara es una roca de la que ha caído la nieve, y que cruza repentinamente la sombra de un cóndor, o es una paloma que va desde un campanario al suelo de la plaza, como si la huida de esa América negra fuera un imposible cruce de imágenes anónimas en la extrema delgadez de un mestizo vagabundo, ingrávido en la extrañeza del suelo que no es el suyo, aunque el suyo, el del origen, tampoco ya lo sea.

En el ceño concentrado, en los pliegues planetarios de su rostro, como gritos de una tierra seca, se podría leer la tensión de la incomodidad social y el vuelo de la utopía, es pétrea su quietud, su seriedad es la de un acantilado; basta verlo para sentir que algo está en peligro, la impotencia del mundo andino ante la burocracia dominante —en el caso de Vallejo— el drama de los expatriados, la sombra de la pobreza.

Para finalizar, quizás la única conclusión que pueda ofrecer en esta presentación, sea leer, leer y releer a este Vallejo antiguo y recién nacido a la vez, de las grietas del linóleo y de la oscura y espesa tinta de Chanchano.

Valparaíso, diciembre 2016

 

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Notas

[1] Presentación leída en la inauguración de la exposición de grabados homónima en Perro Sur Bellavista, Taller de gráfica colaborativa, Valparaíso, 09 diciembre de 2016.

[2] Se trata de un libro financiado por el CNCA.


 

 

 

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