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        Presentación de Piel de Gallina
            novela  de Claudio Maldonado
        Felipe Moncada Mijic
          Santiago,  viernes 23 de agosto de 2013
         
         
        
          
          
           
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        Los estudiosos de las sátiras, quienes saben  distinguir entre parodia, ironía y caricatura, observan que ellas abundan en  épocas de corrupción, baste ver su apogeo latino en la decadencia del Imperio Romano  o su abundancia en los actuales reinados del dinero, como si la narración humorística  fuera un alivio para la brutal exhibición de los privilegios de clase, o como  si a través de la burla, se realizara al menos una metáfora de justicia, a la  manera de un Pedro Urdemales, quien consciente de seguir descalzo hasta el fin  de sus días, al menos festina del avaro y del poderoso y así trasciende en la memoria  de los que no tienen lugar. 
        Pienso en aquello, con respecto a la novela Piel de  Gallina, de Claudio Maldonado, que a la manera de una desventura, nos conduce  por las fatigas y esperanzas de su protagonista: Lizardo, un arquetipo de  profesor provinciano, agobiado por la planicie de la realidad, más que por el  peso de la jerarquía o del orden, condiciones que al parecer le acomodan, pues  adopta la sumisión a las autoridades políticas, pedagógicas o familiares, como  una manera de ser invisible antes que la sociedad lo castigue por querer saltarse  algún conducto regular. En la novela hay humor, a pesar de que sus personajes  solo se ríen a carcajadas ante la desgracia de un tercero, pero es la  formalidad del lenguaje usado para ocultar situaciones brutales, maquillando  las relaciones de poder entre los interlocutores, lo que nos ilumina el rostro  en la mueca de risa cuando vemos el maquillaje descorrido y la solemnidad  descompuesta. De esa manera, Piel de Gallina, realiza una especie de  radiografía a estructuras de poder tradicionales en nuestro 
país, como lo son  las escuelas, las empresas y las fuerzas armadas, mediante la travesía de  Lizardo, “el profe”, quien busca obtener su único privilegio posible, aquello  que llamamos con pobre orgullo “una jubilación digna”, que si bien puede sonar  a lugar común, en el idioma de las reivindicaciones, es una de las pocas utopías  sociales que nos quedan.
        Los datos oficiales de Claudio Maldonado, nos dicen  que nació en el año 1977 en Curicó y que estudió castellano y un magister en  educación en Temuco, pero los datos extracurriculares, nos dicen que el sujeto  es un observador del habla, lo que se manifiesta en los modos particulares de  la provincia que utiliza, los usos formales e informales transmitidos por su “oído”  de narrador y por su capacidad de reproducción, los que parecen fundirse de  manera natural en su escritura, ya que para quienes vivimos esa especie de edad  media que fue la dictadura en provincia, podemos palpar el habla de aquellos  lugares, el hablamiento, como dijera  inmortalmente el pequeño “Zafrada”[1] en su  entrevista televisiva luego del terremoto, mientras era utilizado como símbolo  de lo ridículo, la “inocencia campesina”, o lo pintoresco por las cadenas de  televisión, en su perpetuo comercio con la tragedia. Retomo la idea: la presencia  de los clichés, los refranes, los localismos, reproducen una época por el solo  hecho de exponerse en un diálogo, sin la necesidad de acometer una tediosa  descripción neocostumbrista, o un alambicado análisis enciclopédico. La magia  del gesto en los diálogos, nos da cuenta de distintos usos de la palabra, más  allá de lo que pretenda algún canon literario. Se podría resumir aquello en  algo así como: el lenguaje es lo que se  dice y no lo que los literatos pretenden que sea. Recordarnos aquello, es  un acierto de esta novela.
        El oficio narrativo de Maldonado, delineado ya en su  volumen de cuentos Santo Sudaca[2], opta  por explorar mecanismos de fragmentación, pero sin perder la continuidad del  relato, ni el tono coloquial de su primer libro. En cuanto al uso de recursos  narrativos, nos libra del tedioso monólogo lineal, o de la simple sucesión de  hechos, pues si la voz principal la lleva el profesor, se ve matizada con  diálogos y relatos de terceros, que a la manera de cuentos cortos abordan  tangencialmente, pero sin perder el norte, el desenlace de la historia. Por  otra parte, la tensión de la historia aumenta gradualmente, a medida que la  complejidad de sucesos desemboca en el capítulo final, el cual puede llegar a  ser angustiante, como en aquellos segundos antes de despertar de una pesadilla.  El narrador sale bien parado de su ejercicio de mimesis y fragmentación, experimentos  que corren el riesgo de la impostura o la dispersión, si no son dosificados por  alguna medida que ponga freno al delirio.
        Es interesante el hecho de cómo un relato puede  contener temas que se van volviendo paradigmas para una sociedad, sin centrarse  necesariamente en ellos. En el caso de esta novela, algunos de los que toman  protagonismo, son: la mentalidad empresarial en la educación, el doble discurso  pedagógico adquirido a través de sucesivas reformas impuestas por teóricos, la  corrupción al interior de los recintos militares, los cuadros de locura de los  torturadores de la dictadura manifestados en años posteriores, la  implementación de ideologías pedagógicas sobre un sistema que no está  estructuralmente preparado para ello, la vulnerabilidad de las localidades  rurales ante el poder centralista; creo que se podría hacer una lectura de Piel  de Gallina, desde cualquiera de esos puntos de vista, siendo los personajes y el  argumento, un conector en esa trama mayor que denominamos realidad, y que  parece estamos condenados a comprenderla a retazos.
        La historia en sí, es la de un profesor que desde la  cama de un hospital, desarrolla un estructurado delirio onírico, que lo lleva a  proyectar su rutina en un escenario fantástico: una empresa faenadora de aves,  transfigurada en la Escuela Avícola Abelardo Taladriz, en la cual se representan  y exageran todos los vicios del sistema educativo. Esta es quizás la gran  metáfora de este libro: la educación concebida como un laboratorio de la  conducta, orientado por los intereses de la clase empresarial. El relato avanza  desarrollando situaciones paralelas, hacia un final qué más de alguno podría  considerar familiar, como si sobre el delirio ascendente de la historia se  impusiera la más absoluta realidad, en este caso, la aspiración del profesor a la  tranquilidad económica, a su merecido tiempo libre e ilimitado, pero en  condiciones que ya no es posible disfrutar, y lo predictible de ello, tiene que  ver con la proyección de nuestra “experiencia previa”, utilizando esa figura  del constructivismo, pues su final es el destino de miles de pensionados, que  luego de entregar las mejores energías de su vida a una institución, se quedan  con los restos de un cuerpo enfermo, para mantenerse de pie hasta la hora de la  despedida, y es en ello donde el absurdo se impone en lo más crudo de lo real,  y donde el epígrafe de César Vallejo que abre la novela, se ve acompañado del escalofrío  de la predicción: “Absurdo, solo tú eres puro”.
        Bastante se ha hablado de la imposibilidad de escribir  “la” novela de la dictadura, y de como en vez de una única gran versión, se han  ido sucediendo múltiples visiones, miradas desde la microhistoria, y en esto le  podemos hallar razón, o al menos establecer relación con aquello escrito por Benjamín  en el “Narrador”, en 1936:
        Con la Guerra  Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se  notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de  retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos. Todo  aquello que diez años más tarde se vertió en una marea de libros de guerra,  nada tenía que ver con experiencias que se transmiten de boca en boca.
        La observación de Benjamín, parece alertarnos de que  por intentar asir un tema tan traumático para la sociedad, solo logramos que se  escape entre los dedos, y que una posibilidad útil de reconstrucción sea una  mirada múltiple al presente, pues en él, están latentes todas las oscuridades  del pasado. Creo que la novela de Maldonado es una manera de poner en práctica  aquello.
        SOBRE LA EDICIÓN
        Comencé esta presentación mencionando el espíritu de  la sátira y me gustaría agregar que ello no solo guarda relación con el  lenguaje literario, pues la caricatura, por ejemplo, es uno de los recursos de  ella, en cuanto a caracterizar los personajes e interpretar el espíritu  humorístico del texto, menciono aquello con respecto a los dibujos de Chanchán  Olibos, quien retomando una antigua tradición de ilustradores, pone su técnica  e imaginación en sintonía con la del escritor, para agregarle otra dimensión al  libro, y materializar así la sicología invertida en la construcción de los  seres. Los dibujos se alejan de una intención meramente decorativa, para  interpretar situaciones-escenas de gran carga simbólica y la bizarría patente  de algunos personajes. El trabajo anterior de Chanchán Olibos, proviene por una  parte de la experiencia de las vanguardias, fuertemente influenciado por el  mundo onírico y los viajes psiconáuticos, y por otra parte de la tradición de  la figura humana y las ilustraciones de los libros juveniles, los que mediante  grabados tenían la función de hacer un primer llamado hacia la lectura. Creo  que del hecho de conectar dos capacidades creativas y rigurosas como las de Olibos  y Maldonado, solo puede haber resultados que se potencien, y espero que el  libro sea un testimonio material de aquello.
        Me gustaría cerrar, comentando brevemente algunos  aspectos de la edición del libro, de la cual me considero una especie de  espectador, más que parte del grupo editor, en el término más tradicional de la  palabra, me explico: el libro fue leído y comentado por varias personas, siendo  el autor quién reflexionó los comentarios y le dio la forma definitiva a su  texto. El ilustrador, por otra parte, fue determinante en muchos aspectos  relacionados con el diseño, mientras que para el nacimiento de sus dibujos, fue  importante el diálogo de él con las personas que conocían el texto. De esa  manera se fue dando forma al libro, sin una idea inicial intransigente y mutando  en el camino hacia la imprenta. Ahora bien, el buen lector sabrá perdonar si entre  las 170 páginas del relato encuentra un acento de más, un guión fuera de lugar,  o una “c” en lugar de una “s”, el fantasma de las erratas recorre el mundo  editorial en todas sus categorías y no somos la excepción a la regla, eso a  pesar de poner todo nuestro esfuerzo y ojos al servicio de la buena gramática.
        Menciono todo esto, porque en el incipiente mundo de  las fábulas, de la pretenciosamente llamada “industria cultural”, ya se  empiezan a oír postulados que aspiran a ser ley natural: que el editor de un  libro no puede opinar sobre él, que debe ser una especie de empresario  inversionista de lo que publica, que debe estudiar un diplomado nacido al  fragor de la demanda mercantil, en fin, pequeñas verdades de corredor que ya  pretenden normar, definir y delimitar, la función del grupo que participa en la  realización de un libro, y que le asignamos el nombre de editorial. Prefiero  creer que la noción de editor en el contexto de un tejido comercial, es una  figura obsoleta, que fracasa al enfrentarse a las nuevas realidades de  divulgación de materiales escritos por parte de una comunidad organizada. Basta  con creer en las declaraciones de la mayoría de las editoriales denominadas  independientes, quienes como contrapartida de un mercado normado por la  competencia, aspirarían a la construcción de un nuevo paradigma, ¿postularían  entonces a la colaboración, el cooperativismo?, me parece que todavía no es  así, pues más allá de alianzas comerciales, estamos lejos aún de un propósito  en común, pues en la práctica el espíritu neoliberal ha impregnado todas las  fibras del ser nacional, a límites quizás lamentablemente irreversibles: pues  se aprecia un desvelo por construir el poeta único, la gran novela de un  período histórico, el crítico oracular, la editorial éticamente correcta,  estéticamente superior o económicamente exitosa; como si la voz épica del  patrón en el inconsciente nacional, nos repitiera la historia en miniatura, el  enorme zumbido de un moscardón en las ideas, recordándonos que se puede ir más  allá, pero siempre que contemos con la autorización correspondiente. Por eso, agradezco  especialmente a los presentadores del libro[3], pues  todos aquellos, aparte de ser escritores y practicar la crítica como diálogo y  difusión, son parte o han sido parte de editoriales pequeñas, territoriales,  independientes, como se las quiera llamar, pero que en resumidas cuentas, no  han esperado el beneplácito ni la validación de las estructuras existentes para  poner en circulación contenidos nuevos, tan necesarios para una sociedad  bombardeada de ruido y de farándula. La invitación es entonces, a sumergirse en  el imaginario delirante, pero vaya paradoja, profundamente realista de esta  novela.
         
         
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        NOTAS
        
          
          
            [1] Durante  las transmisiones televisivas, posteriores al gran terremoto de febrero del  2010, se apodó con ese nombre a un niño de la comunidad de Iloca, Región del  Maule, pues al ser entrevistado por la televisión se equivocó al decir la  palabra frazada, en el contexto de narrar las necesidades de los pobladores  afectados por el terremoto y tsunami. 
            [2] Editorial Fuga, Santiago, 2008.
           
          
            [3] En  Santiago presentó el libro Guido Arroyo (Ediciones Alquimia), mientras que en  Valparaíso presentaron Cristóbal Gaete (Ediciones Perro de Puerto) y Jaime  Pinos (ex Ediciones Calabaza del Diablo y Ediciones Lanzallamas). En ambas  ciudades participó, además,  el artista  plástico Chanchán Olibos, haciendo un relato de sus ilustraciones.