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Sobre el disfraz: Migratorio, de Felipe Moncada

Por Juan Manuel Silva Barandica




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Este poema del hambre
Está escrito con el estómago lleno,
Los maestros recomiendan distancia
Nada de pintar del natural
El pobre debe hablar de reinos fantásticos
No redundar en el mosquerío de los tachos,
Mentir. Palabras
. . . . Perros disfrazados de marioneta.

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Hoy escribir es un lujo y hacer poesía lo es aun más. Ahora bien, si este estado de excepción es percibido positivamente en otras disciplinas, por misteriosos azares, entre las pocas personas  que disfrutamos de esta antigua práctica hay aun menos lectores atentos y desconfiados, a quienes sin mucha razón se los ha llamado críticos. Explicar esto significaría una digresión larga y aburrida, pero si tuviese que resumirse, podría ser algo así: es complejo que haya crítica de poesía, porque la poesía en sí misma desde antes de la modernidad es una forma privilegiada de crítica. Metacrítica, podríamos llamar a los argumentos que intentaré esgrimir, aunque quizás sea otro contrasentido.


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Felipe Moncada es fiel a la naturaleza: muta, avanza, retrocede y desconfía de la estabilidad en las formas y la voz. Por eso, Migratorio es una sinuosa progresión de estampas articuladas a través del desplazamiento y el montaje. Esta suerte de documental descansa en su capacidad para componer atmósferas musicales y sensoriales, simulación del desarrollo y las trasnformaciones naturales en mundo salvaje. Quizás dialogando con la poesía china del siglo viii, las imágenes dinámicas que maneja Moncada están más cerca de un imaginario animista preoccidental que desconoce las causalidades, los fines, el ordenamiento ontológico a través del paralelismo y la analogía, privilegiando el flujo incesante de las imágenes para representar las diversas formas en las que la realidad se presenta.

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Sangre rural, corazón urbano: lo que Moncada realiza en este libro, para dar cuenta de la síntesis propuesta por la migración a través de una figura, es el paralelismo entre la relación entre provincia/capital y entre extranjero/nacional, dando cuenta de una representación que no calza, que avanza a contrapelo y que llega siempre tarde. El vaciamiento del contenido mítico y simbólico de las imágenes foráneas despliega una compleja trama de tensiones, principalmente aquellas provocadas por la pérdida de una función o del valor. En este sentido, Moncada desordena el mapa de referencias culturales bajo el signo funéreo de su inutilidad. Si la muerte hermana los humanos, la ruina es la clave crepuscular de estos poemas, siendo la melancolía su tono: lo que es actual en el primer mundo existe en la forma de sueño en nuestros países, mientras lo que consumimos y valoramos en la capital es la ruina de los países ricos, y así se va desplazando el subdesarrollo y la imposible simultaneidad de la cultura en los múltiples tiempos de nuestro planeta. Hay lugares que viven el presente y desplazan lo que no usan a los espacios de mayor injusticia y menos desarrollo: el sentido de esta traducción va siempre hacia el mismo lado: el margen más extremo, el lugar donde vuelve a florecer la ruina con un aura del pasado. Videojuegos, porcelana, ropa y objetos inútiles acaban siendo el ámbito y el contexto del lenguaje con que Moncada hace, a la manera de Teillier, que el vino viejo de lo rural inunde los nuevos odres urbanos.

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El sentido del campo es el oído, mientras que la visión prepondera en la ciudad. Al menos así lo pensaba Georg Simmel, hace varias décadas. Lo que Moncada sugiere en sus poemas es que el montaje visual hace una sinestesia del sonido, sin horror ni espanto, sino más bien desde la triste resignación de la derrota. Habla de la ciudad como si estuviese observando una montaña, siendo lo salvaje de su tráfago otra forma de habitar. Lo que me interesa de esto, es que Moncada logra asimilar a través de la figura de la migración una mezcla de registros, referencias y sentidos. Esta algarabía, en vez de ser inhabilitante y frustrada es el germen revolucionario de un nuevo tipo de imágenes y producciones artísticas: salvajes, irreverentes, hambrientas y llenas de una triste alegría y esperanza. Esto es, básicamente, lo que decía José Lezama Lima en La expresión americana cuando hablaba de barroco como un arte de contraconquista.

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Migratorio es un libro barroco, un contrapunto claroscuro entre diversas tonos y culturas, un lugar de paso teatralizado, en el que la posibilidad de la metapoesía es cierta, ya que la ejecución de poema es ya una reflexión sobre el trabajo mismo, el rol de los principios constructivos del poema y las posibles hegemonías culturales y sus supuestas dignidades.

Como plantea el epígrafe escogido, hay un trabajo de recolección de escenas, pero también una actuación, en el doble sentido de la palabra que actúa: ejecuta y representa, el disfraz y el distanciamiento justo, porque este barroco es profundamente realista: realza las contradicciones y las hace vibrar como combinaciones de armónicos o colores sobre un lienzo. Este trabajo de superposición es una posible causa del efecto de dinamismo, una feliz y extraña diferencia con la estática presentación del yo y sus cuestionamientos que tanto abundan en la poesía actual.

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Moncada busca la suspensión del yo por una vocación de objetividad. No aquella preconizada por la teoría soviética, sino por la antigua poesía china, para la cual el movimiento del sujeto al objeto y viceversa era el centro de lo real y no la existencia de un binarismo polar. El movimiento, el camino, el tao, se ve representado a través dos recursos:

El bi (“comparación”) se usa cuando un poeta recurre a una imagen (por lo general de la naturaleza) para figurar una idea o un sentimiento que quiere expresar.  Se usa en cambio el xing (“inspiración”) cuando un elemento del mundo sensible, un paisaje, una escena, suscita en él un recuerdo, un sentimiento latente o una idea hasta ahora no expresada (Cheng 115).

Lo que Moncada alcanza en este sorprendente poemario es la disolución de la lógica occidental a través de la observación natural. Más llamativo es entonces, que este poemario hable de la decadencia de las sociedades binarias a través de la búsqueda de un flujo común, un tropo absolutamente ambiguo que hace que los polos se confundan. Habrán de disculpar mi largo excurso para llegar a una obviedad, porque lo que Moncada había encontrado en la naturaleza lo vuelve a hallar transmutado en el flujo de las migraciones, una energía que da esperanzas a la especie humana, que se vuelca a la mezcla y la aleatoriedad y que es una promesa del quiebre con un pasado tremendamente injusto y gris. Este movimiento o diálogo es el que Moncada dispone en su propia poesía, la que avanza y se distingue, con una venturosa singularidad. Si estar en continuo cambio no es la más alta meta, no se me ocurre cual podría ser.

 

Referencias

Cheng, Francois. La escritura poética china. Valencia: Pre-textos, 2007. Impreso


Diseño de portada Harol Bustos



 

 

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