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Del vuelo de las aves
Sobre Encomienda (Cuneta, 2013) de Lucas Costa
Por Francisco Ovando Silva
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Uno debería ser liviano como un pájaro, no como una pluma.
P.V.
Una loica en trino, detalle de la portada que llama la atención al proclamar el último espacio sobre las rejas como suyo. Parapetada, digamos, en el pestañeo de ese cerco u ojo invertido, que dentro de los poemas se abrirá y cerrará en la transición de la encomienda. Por ahí habría que partir, por las aves y sus vuelos, los giros de la reincidencia y el aleteo que, por el sólo hecho de caer en uno de los patios, se vuelve al mismo tiempo un gesto insoportable y deseado.
No tengo intención de extender un tratado de ornitología, develar, si se quiere, la noche que transcurre en cada pájaro –aquel, el espacio nocturno, es el dominio del avistamiento difícil, última seguridad del ave de la cual sólo tenemos por cierto su canto. La atención debe fijarse en un elemento evidente, en la levedad del mismo cuerpo en vuelo y la posibilidad de un mundo ajeno a cualquier pedestre. ¿Cuánto es su peso?
Tengamos entonces la levedad del gesto migratorio. El exilio autoimpuesto y siempre reversible, el no tener un lugar de pertenencia, advertido sencillamente en la formación puntera con que ciertas aves se lanzan al telón de cielo: levedad. Pongo, por sencillo ejemplo, la ornitomancia que se esconde en la tradición cristiana; el ave que le avisa la tierra a Noé, el Espíritu Santo encarnado en un vuelo de paloma.
El motivo de las aves en el poemario de Lucas Costa, cobra bajo la consideración de una levedad que sugiere un peso insoportable, una lectura que supera la dimensión estética. Pienso en “De la miniatura de sus cuerpos / a la gigantografía de su canto” (Pájaros de cautiverio), como una poética de composición visual que cruza los poemas: haz del cuerpo textual mínimo un vehículo de significación capaz de comportar lo inconmensurable.
Es aquí que me gustaría traer a colación a Italo Calvino. Hacer un breve excurso si se quiere. En 1985 estaba planeado que el italiano diera seis charlas el marco de las Charles Eliot Norton Lectures, en la universidad de Harvard. Sin embargo, Calvino murió antes de dejar Italia, quedando inconclusa la propuesta. El sexto memo, acerca de la Consistencia, jamás fue escrito. Las charlas abordaban seis características que, a juicio del escritor, cruzarían la literatura del siglo XXI. La primera de ellas era, precisamente, la levedad.
Las reflexiones acerca de la levedad arrancan desde el asesinato de Medusa. Para lograrlo, Perseo centra su atención en la más ligera de las cosas: el viento y las nubes que arrastra, para luego fijar su vista en lo que sólo puede ser visto de forma indirecta, la imagen del monstruo capturada en el espejo de su escudo. Para Calvino, esta escena sugiere una definición de lo ligero, en tanto el enfrentamiento a la muerte no se expresa en imágenes llenas de peso, sino en una composición liviana. Pero esto no significa, como podría pensarse, una negación del peso de aquello que puede ser llamado terrible. Posteriormente, la cabeza de Medusa sirve como arma a Perseo, quien la lleva consigo escondida. La fuerza del héroe griego (del poeta de la levedad) no yace en una negación de lo grave, en deshacerse del monstruo, sino en mirarlo de forma indirecta. Calvino anota “Él lleva la realidad consigo y la acepta como su carga”.
La levedad, entonces, es un asunto de miradas. Allí donde es una forma de mirar, Calvino declara “Cada vez que la humanidad se ve condenada a la gravedad, pienso que debería volar como Perseo a un espacio diferente. No me refiero a escapar hacia los sueños o hacia lo irreal. Tengo que cambiar mi acercamiento, mirar al mundo desde una perspectiva diferente, con una lógica distinta y con nuevos métodos de conocimiento y verificación. Las imágenes de levedad que busco no se deberían desvanecer como sueños disueltos por la realidad del presente y el futuro”.
Desde aquí, pienso que la búsqueda poética de Encomienda, que se enfrenta al hormigón, a la lápida, a las grietas trepidantes del encierro, no mira a la Ley, sino al manto sucio que envuelve el cadáver que esta arroja.
Esta mirada, indirecta si se quiere, leve, se presenta en la cuarta estrofa de ‘Celdas’ en una relación metonímica entre el ojo y la ventana tapiada:
Una ventana vendría a ser un hoyo en la muralla.
Un hoyo con un vidrio separado del paisaje
que colinda con otra muralla, tarugos, silicona
y – lo más importante –: el vidrio. Una ventana
tapiada, eso sería.
Es este ojo tapiado (vuelvo a Perseo, a la tapia de su escudo que le devuelve el reflejo y posibilita el asesinato del monstruo), la mira que busca en los zapatos chuecos de una niña el desorden de la espera, el hacinamiento en una televisión sin señal, el mosquito que se transforma en una posibilidad de lugar.
Desde la visualidad del testigo, del cuerpo en fuga (la misma que se siente al ver el vuelo, la que ostenta como probable la posibilidad de un salto repentino), Lucas Costa armó un poemario de escenas sobre un camino a la sombra de la penitenciaría. No le hago con esto justicia, en modo alguno, a este libro. Siendo necesario el juicio, diría que es un debut brillante. Más que exponer el por qué sí o por qué no deberían leer este libro, preferí ofrecer una lectura, una guía, si quieren, para ir abriendo los poemas.
Finalmente, el valor de los versos reside en la sencillez de un gesto poético que evade, como dice Cociña en la contraportada, toda estridencia. La intención de traer a tierra una visión de la cárcel que, por lo ominosa y grave, se ha elevado demasiado, recae en fijar la mira en los más leves elementos: los gestos del penitente se contienen en la proyección de un piño de gorriones, la desesperación del encierro en una grieta del patio, que se expande y contrae.