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Floridor Pérez
Altares, lares
y penas
Por Patricio Tapia
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo
13 de Marzo 2005.
La biblioteca que Floridor Pérez tiene en su casa consta
de diversos apartados. Hay uno de diccionarios y obras de referencia,
aunque la mayor parte está dedicada a la poesía, sobre
todo, nacional. Así, hay varios anaqueles con libros de y sobre
Gabriela Mistral. Una de las secciones más destacadas es la
que él llama "el altar de la patria", donde están
las obras de los poetas que más valora (su patria es amplia,
pues allí figura César Vallejo). Otra sección,
pequeña, es la "vanidoteca", donde reúne todos
los libros de su autoría. Entre ellos, hay uno de tapas duras,
en cuyo lomo se lee Obras completas bajo su nombre. Pero al abrirlo,
resulta que es una
caja vacía con un mensaje escrito en un papel: "¡Gracias
por esperar!".
En la configuración y contenido de su biblioteca, se reconocen
varios de los rasgos que han caracterizado su andadura literaria:
La devoción por la obra de otros y la distanciairónica
frente a la propia; la pasión por las palabras y las tradiciones;
su amor por la cultura rural y por la enseñanza (ha sido, a
lo largo de su vida, profesor de educación básica, media
y superior, además de dirigir e impartir talleres); su vinculación
como en un segundo plano a las líneas mayores de la poesía
chilena. De esta suerte, junto a su obra en verso, de azarosa vida
impresa —libros no publicados, poemas trasladados de un libro a otro
o incluidos en libros distintos—, ha realizado una importante labor
de antologo y recopilador (de poemas breves; de mitos y leyendas;
de visiones de Chile por cronistas, viajeros y escritores; de poesía
sobre el deporte y los juegos, etc.), además de haber contribuido
a otras empresas (por ejemplo, colaboró desde el primer número
de la revista Orfeo, creada por Jorge Teillier en 1963, y participó
activamente en el Primer Encuentro de Poesía Joven de Valdivia
en 1965).
Poesía y vida
Los dos libros más recientes de Floridor Pérez responden
a su doble aproximación a la literatura. Como practicante y
como estudioso. Uno es una antología de cincuenta textos extraídos
de más de trescientos publicados por Gabriela Mistral en El
Mercurio entre 1921 y 1956. El otro es un brevísimo libro
de versos, titulado Tristura.
Su poesía, marcada por el amor y el humor (basta ver las muestras
de uno y otro en su antología Obra completamente incompleta
de 1997), aborda en Tristura temas que ciertamente no le habían
sido ajenos, como el sufrímiento o la muerte, pero ahora con
una mirada más íntima. Como dice en su prólogo,
si se demoró en publicarlo fue "por un pudor instintivo
a la expresión pública de todo dolor que no sea el ajeno".
En las dos primeras partes, se enfrenta a su vejez e incluso a su
muerte de manera desenfadada: "Se derrumba la piel, como envoltorio
/ de huesos descompuestos por el viaje: / rotos, mal zurcidos y mortuorios
/ que se sacan su cuerpo como un traje"; o bien: "Del primero
al reciente sexagésimo / se ha comido mi torta de cumpleaños.
// Mis tónicos, remedios, analgésicos / le han hecho
tanto bien, como a mí daño". Pero en la tercera
parte, el tono cambia. Dedicada a una niña, Rocío Ignacia
Pérez Jiménez, que apenas vivió tres años,
el poeta recuerda fotografías, escenas tristes, y, conmovedoramente,
le canta una canción de cuna fúnebre: "Duérmete
mi niña / que viene la vida / con su odio su pena / su llanto
su envidia //(...) Pero no te apagues / recién encendida /
luz de la mañana / recién florecida".
Nos reunimos en su casa. Si cambiara su gorra por un yelmo, bien
podría pasar por un caballero, un poco frágil es cierto,
de la Conquista. Su amabilidad, en todo caso, es la de un caballero.
—¿Por qué "Tristura" es una autoedición?
¿Acaso no hubo editorial interesada?
"En realidad, no lo presenté a ninguna editorial. Como
digo en el prólogo, lo tuve por cuatro años hasta que
llegó el momento en que saltó del cajón y me
dijo «publícame hoy», y lo publiqué".
—Le pregunto, porque su primer libro, "Con lágrimas
en los anteojos", no apareció en 1962 cuando casi estaba
en imprenta, y el sobre Gabriela Mistral lo propuso hace veinte años
y no fue publicado... Pareciera no tener mucha fortuna editorial...
"De lo que carezco es de «atarantamiento», como decía
la Mistral. Y es porque creo que si un libro es necesario, va a aparecer.
El libro sobre la Mistral efectivamente lo presenté en 1985.
Fue aprobado, pero la situación económica del momento
llevó a que no se hiciera. Pero si es un libro necesario, no
importan esos veinte años, aparece ahora. Mire... [se levanta
y toma su antología Poesía chilena del deporte y
los juegos] en este libro más o menos reciente, que valoro
porque trata de unir la cultura física con la intelectual,
leo cuándo está fechado: «Combarbalá, 1972-Santiago,
2002». Pues, son otros treinta años escribiéndolo".
—Alguna vez escribió que se negaba "a separar poesía
y vida". Si hay una suerte de autobiografía en sus poemas,
habría que entender que a un hijo suyo lo echaron del liceo
(al que le dedica una "reprimenda en tiempo de rock") y
que ese u otro hijo, estuvo muy dedicado a la guitarra...
"Me interesa la vida que se hace poesía y la poesía
que es vida. Claro que esto suele servir de excusa. Debo aclarar que
el hecho de ser fiel a una circunstancia no salva al poema, sólo
se salva si está bien escrito".
"En el poema sobre el hijo y el liceo, es verdad, aunque ciertamente
no es el único adolescente echado del liceo; por eso, el poema
se salva en la medida en que representa esa situación viva,
escapando de la biografía personal y entrando en la biografía
de las familias de cualquier parte. Por otro lado, me parece importante
el epígrafe del poema, por lo demás encontrado por ese
hijo, considerando que he sido profesor casi toda mi vida: «Va
camino del fracaso», que es una anotación encontrada
en la libreta de notas de John Lennon".
"En cuanto al poema sobre la guitarra, no es un secreto —claro
que esto no lo piensa uno en el momento de escribir un poema— que
el diálogo intergeneracional, sobre todo entre padres e hijos,
es difícil. A veces es más fácil dialogar con
un objeto querido del adolescente, es más fácil acariciar
su chaqueta colgada que cuando la lleva puesta".
—En cuanto a "Tristura", ¿existe la palabra? Por
otra parte, los tonos de sus partes son muy distintos, y se deduce
en la tercera una tragedia personal...
"La palabra tristura me cayó al mate en un momento inesperado.
Me gustó, es una tristeza distinta. Me sonó a un neologismo
de César Vallejo, pero antes de buscarlo en su obra, lo busqué
en el diccionario y ahí está: «tristura: tristeza»,
no se dice que es una forma anticuada ni nada. Y era lo que necesitaba.
La oreja me dijo que era la palabra. De acuerdo al habla chilena,
que es la que yo manejo, en la que hablo y en la que escribo, esa
tristura está dada en el código de los velorios chilenos,
especialmente, creo yo, en los rurales. En éstos, no cabe ninguna
duda que todos los deudos amaban al difunto, lo respetaban, pero si
se pasa por afuera del lugar del velorio, en la madrugada, se escucharán
enormes carcajadas. Pareciera que el habla chilena (o el alma chilena)
tiene un mecanismo de defensa: nos creemos muy valientes, pero le
tenemos miedo al dolor de verdad. Escapamos por la ironía,
por el humor. Y estoy consciente de que corro ese riesgo aquí".
"En la tercera parte del libro se da cuenta, es cierto, no sé
si de una tragedia, de un drama. Se menciona con la intención,
como se diría en términos de tecnología actual,
de no llorar en cámara (que es lo que se hace todo el tiempo).
La idea es no contar un drama, sino cantarlo. Cantar un dolor. Al
inicio de esa tercera parte (y hay otras pistas poéticas) se
lee: «Por Rocío Ignacia Pérez Jiménez.
5 de enero 1995-16 de mayo 1998». Es mi nieta. En el libro figura
esa muerte injusta, pero también la otra muerte, la propia.
Con ésta se puede uno tomar la libertad de coscachar a la muerte,
burlarse de ella, imprecarla, porque es la de uno".
Tradiciones
—¿Cómo surge la idea del libro sobre Gabriela Mistral?
'Tiene que ver, creo yo, con una manifestación más de
mi nacionalismo cultural. No puede ser casualidad que la palabra Chile
está presente entre mis libros, considerando tanto los de investigación
como los de creación, en media docena de ellos. Incluso, un
hijo mío se llama Chile. Amo América, me interesa el
mundo entero, pero mi parcela de trabajo es Chile".
"Lo que motivó el libro es posiblemente el hecho de que
hace años apareció en Costa Rica un libro titulado Gabriela
Mistral en el Repertorio Americano, que recogía los artículos
escritos por ella en esa pequeña pero muy respetada publicación
semanal costarricense. Allí, en el transcurso de tres décadas,
había escrito cincuenta artículos y se editaba un libro,
pero resulta que en un diario chileno, en El Mercurio, había
escrito más de trescientos artículos y nadie dijo nada,
nadie dijo nada... Esta era una cuestión que me parecía
destacable. Hice este libro en el año 1985, lo propuse, el
diario lo aceptó (pues se cumplían entonces cuarenta
años del Premio Nobel), pero no salió. Me alegra que
ahora lo haga, porque no puedo asegurar que vaya a estar vivo para
cuando se cumplan los setenta años del Nobel".
—Recién hizo una cita de un poeta. ¿Cree que existe
en Chile una tradición poética, no sólo figuras
aisladas? Y de ser así, ¿cómo se inscribiría
usted en ella?
"Creo que hay más de una tradición poética
en Chile. [Se levanta, va a su "altar" y toma un par de
libros]. Aquí empieza mi tradición: en Carlos Pezoa
Veliz. Él comienza una línea que culmina en Nicanor
Parra. Es una de las varias posibles líneas. El gran aporte
de ésta es que patentó el habla chilena en poesía.
Pero hay muchos desgloses por el camino. Está Gabriela Mistral,
que también toma el habla chilena, pero en su vertiente regionalista,
seria, como una ceremonia. Ella tomó gran parte de la solemnidad
de la religiosidad popular. Está Pablo de Rokha, quien hizo
muchas cosas, pero por una merece estar en el altar de la patria:
descubrió el alma del estómago nacional. Antes de De
Rokha, las comidas podían ser dulces, fuertes, saladas, desabridas...;
a partir de él, son tristes, alegres, dolorosas, nostálgicas...
No estoy teorizando, simplemente miro [comienza a recitar de memoria]:
«cómase un caldillo de papas, que es lo más triste
que existe y da más soledad al alma, /y beba vinillo, no vino,
el vinillo doloroso y aterrado que le darán a los que van a
fusilar, los carceleros...». Me declaro en deuda con él.
También está Neruda, que sacó volando la poesía
de las salas de clase y la llevó a la casa de población,
a las fábricas, a los parques, en fin, la conectó con
la gente. Huidobro y Mistral. De Rokha y Neruda. Son los cuatro puntos
cardinales de la rosa de los vientos de la poesía chilena.
Están también las diagonales, las direcciones intermedias,
para no extraviarse: Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y
Teillier, Armando Uribe y Barquero. Ellos son los infaltables de mi
tradición".
Lares
—En un poema dice que conoció a Teillier en 1948...
Siempre digo que no hay que creerles a los poetas, sino a los poemas.
Sí, lo conocí en 1948, cuando yo tenía diez años,
en la Estación de trenes de Lautaro. Resulta que mis hermanas
y yo estudiábamos en Victoria, donde vivíamos en casa
de los abuelos. En uno de esos traslados, mi padre, Tomás Pérez,
divisó a un viejo amigo, Fernando Teillier. Se conocían
desde jóvenes, muchas cosas los unieron. Allí conocí
a Jorge. Era un cabro chico flacuchento, más largo que yo (él
tenía doce años, yo diez), que, por lo mismo, no me
dio pelota. Mi hermana Mirta tenía su edad. Lo que me maravilló
es que este carajo andaba con un tremendo libro —o me pareció
entonces tremendo— bajo el brazo, la Historia de Chile de Luis
Galdames, y le regaló el libro a mi hermana, «para que
se entretuviera», le dijo. Este gesto me impactó y hasta
el día de hoy me da envidia que tuviera la libertad para hacerlo".
—Teillier lo incluye a usted entre los llamados "poetas de
los lares". ¿Qué queda de eso?
"No teorizo. Dicho a mi manera, la gran diferencia la marcaron
las circunstancias. Yo decía, algo canallescamente (y se lo
decía al propio Teillier), que los poetas de los lares, a temprana
edad, tomaron el tren y se vinieron a la ciudad a cantar a los lares.
Y desde la ciudad, los lares se veían muy bonitos, sin inconvenientes.
En cambio, yo me quedé quince años en el lar como profesor
rural, calentándome con carbón y leyendo a la luz de
las velas, con los pies en el barro empujando la góndola que
se quedó empantanada. Desde ahí, los lares no eran tan
agradables. Había que transformarlos, mejorarlos. Pero desde
el amor, desde el respeto. Como decía en una parte de Chilenas
i chilenos: «la tierra ensucia las manos / pero limpia al
hombre», que es mi mayor homenaje al campesino. Naturalmente,
observé otras cosas en el campo. Había humor, chispa
(eso que se celebra al campesino), pero también picardía,
malicia. Y había, por cierto, un gran atraso social. El campo
no podía quedar estático para que los turistas lo encontraran
bonito: «no pongan luz eléctrica, para que sea más
autóctono» ¡Vayanse al diablo!"
"Mi lar no es un paraíso, sino una estación del
mundo que es necesario mejorar como todas las otras. El progreso del
campo no es construir un mall en medio del potrero. Es mejorar la
semilla, es mejorar las condiciones de trabajo, es levantar una escuela".
Amores
—En lo que dice aparecen dos aspectos que también están
presentes en algunos de sus poemas: la vocación de enseñar
y la de poeta amoroso.
"Lo primero lo recibo como una queja, no como un elogio. Yo soy
profesor normalista, de la vieja Escuela Normal chilena, lo que quiere
decir, incurable. Ahora bien, dentro de lo posible, mi aspiración
es que el profesor nunca se meta en mi poema y que el poeta nunca
abandone mi sala de clases. En cuanto al amor, yo defiendo la poesía
amorosa, porque en medio de la mayor deshumanización y mientras
no vea a dos computadores besándose, seguiré pensando
que el amor es lo humano intransable. Creo que mi poesía amorosa
es la poesía de pareja. La pareja que funda el mundo, y como
no tiene asegurado el paraíso, lo sostiene en los momentos
difíciles, en las tragedias naturales, que son pocas, y en
las de creación humana, que son las más corrientes".
Floridor Pérez: Nació
en Yates, en el año 1937. Autor de cerca de 40 libros. Entre
los de poemas están: Para saber y cantar (1965), Cielografía
de Chile (1973), Cartas de prisionero (1984; LOM, 2002),
Chilenas i chilenos (1986), Memorias de un condenado a amarte
(1993), Obra completamente incompleta (1997). Otros son:
Antología del poema breve en Chile (1998), Poesía
chilena del deporte y los juegos (2003). Quizá si el más
leído es Mitos y leyendas de Chile que va en la 16a
edición (2004).