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Encuentros y desencuentros en Memorias de un condenado a amarte, de Floridor Pérez,
Ediciones Reencuentro, 1ª Edición (1993), 87 páginas

Por Juan Pablo Cifuentes Palma
juanpix85@gmail.com
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La escritura de Floridor Pérez se caracteriza por la libertad de utilizar el lenguaje en beneficio de la función poética y el goce estético que provoca en el lector el análisis connotativo de sus versos. En este sentido, la lectura de Memorias de un condenado a amarte, es una mezcla entre pequeños recuerdos del poeta y el carácter amatorio hacia su esposa Natacha, esa compañera de toda la vida que una vez más mantiene un sitial relevante en la obra de Pérez al referirse a ella como la dirección obligada a seguir en su caminar: “Solamente hay dos calles en la ciudad: / una me conduce hacia ti. / en la otra ha crecido la maleza”. Un tema recurrente que lo encontramos en Cartas de prisionero en donde la figura de Natacha se acentúa en el periplo del poeta por su obligada estadía en la Isla Quiriquina. Por otra parte, está el hecho de que estamos frente a un profesor de Castellano, proveniente de  la pequeña localidad de Mortandad en las cercanías de Los Ángeles, con lo cual  el verbo y la intención comunicativa presente en el poemario adquieren un sentido simbólico para el oyente lírico.

A partir de esto, la obra se divide en cuatro partes en donde el poeta va dejando su huella a las memorias que desea explorar en sus escritos. Sin embargo, el concepto de memoria tiene otra interpretación en este poemario, ya que no se trata de un cúmulo de recuerdos que nos va relatando el poeta sobre su vida, sino es una recopilación de encuentros y desencuentros entre lo moderno y lo antiguo, entre el soneto y el verso libre, entre lo sublime y lo antipoético, entre el amor y la muerte.

La primera parte se titula “Memoria” compuesta por catorce poemas centrados preponderantemente en la figura de Natacha siendo comparada con la patria (Yo el amante ejemplar heroico / yo el patriota que muere por la amada) con la rutina del día a día (Cuando no teníamos televisor/ éramos el jovencito y la primera dama) y con romper el destino que le han impuesto (Le han dicho/ con ese hombre/ no tendrán donde/ caerse muertos/ Le he dicho/ tendremos/ todo el mundo/ donde pararnos vivos).

La segunda parte se titula “De un condenado a muerte” compuesta por nueve poemas centrado en la figura de Natacha pero con un énfasis en lo antipoético, en  el habla popular  como en los poemas “Mas sabe el diablo por quemao que por tentao” y “Que venga que venga que nadie la detenga”. Además, hay una apropiación de espacios cerrados bajo los cuales se nutre lo amatorio como en los poemas “London Bar” o “Hotel Edén” y profecías que perturban al poeta: “Dormirás soñarás nunca/ en mi lecho despertarás”.

Por su parte, la tercera parte se titula “Con lágrimas en los anteojos” compuesta por diez poemas que transitan entre el paso del tiempo (A quien llamar en la casa vacía/ Solo a las puertas doy la mano); lo cotidiano (Muy pierna encima lee el diario/ noticias de la guerra/ el futbol); remembranzas a relatos infantiles como en los poemas “Varinia un cuento” o “P.D. Para la Cenicienta” y una manera poco  ortodoxa de enfrentar la expulsión del colegio de su hijo como lo refleja el poema “Reprimenda en tiempo de rock para mi hijo cuando lo echaron del liceo”.

La cuarta parte se titula “Tristes Trípticos” compuesta por seis trípticos de los cuales llama la atención el “Tríptico deportivo” en el cual los tres poemas que le componen tienen un fuerte carácter simbólico, histórico y social. El primer poema de este tríptico es “Canto a la derrota de Arturo Godoy” en donde el hablante lírico retorna a la infancia, al día inolvidable en que vio a su padre llorar cuando Arturo Godoy no logró alcanzar la cima del boxeo cayendo derrotado en la pelea por el título mundial. Por su parte, “La partida inconclusa” es un poema representativo de la obra de Pérez, que aparece también en Cartas de prisionero. En este poema, se relata como en su estadía en Quiriquina, Floridor mantenía una partida de ajedrez con el alcalde de Lota, Danilo González y que termina con la ausencia del alcalde quien es llevado por la guardia para ser posteriormente fusilado. El poema contiene una conversación entre Floridor Pérez y otro poeta quien era Jaime Quezada el cual le señala que esa partida de ajedrez pudo haber tenido otro desenlace: “Años después le cuento esto a un poeta/ Solo dice: - ¿Y si te hubieran tocado las blancas?”. El tercer poema de este tríptico se llama “Jorge Luis Borges mira jugar al ajedrez en una calle de barrio” siendo paradójico que el último poema de este poemario esté centrado en Borges, ya que Floridor mantiene un estilo de escritura diferente al empleado por el escritor argentino. Mientras Borges deambula entre lo sofisticado, la perfección de la palabra y la metáfora de la metáfora, Pérez es directo, una palabra adecuada para cualquier tipo de lector, con retóricas no elaboradas para complicar la vida, sino en la búsqueda de la creatividad, originalidad y exaltación de lo antipoético. Sin embargo, tanto Borges como Pérez se reencuentran en un mismo camino con lo cual lo estético que los ha separado ha convergido en esta partida de ajedrez: “Dios mueve al jugador/ y éste la pieza”.

De esta forma, Memorias de un condenado a amarte juega con la dualidad, con los contrastes, con los encuentros y desencuentros para demostrar que la moneda tiene dos caras y ambas son inseparables, complementarias y no independientes tal como en este libro escrito entre “el río laja y el Limarí, que se terminó de imprimir a orillas del Mapocho”.



 



 

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Encuentros y desencuentros en "Memorias de un condenado a amarte", de Floridor Pérez
Ediciones Reencuentro, 1ª Edición (1993), 87 páginas
Por Juan Pablo Cifuentes Palma