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Hojas de Parra, de Nicanor Parra.
Ganymedes. Santiago de Chile. 1985

Por Floridor Pérez
Publicado en El Espíritu del Valle N°1, Diciembre de 1985



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Hojas de Parra reúne textos escritos desde 1969, año del Premio Nacional a Nicanor Parra y de la publicación de su Obra Gruesa.

Los libros posteriores -unos más, otros menos- continúan la empresa de demolición iniciada en los Antipoemas y que parecía destinada a culminar en los Artefactos. Como respuesta a ese lenguaje destructivo surgen los Sermones del Cristo de Elquí, intento de echar las bases de un nuevo discurso poético fundado en la palabra heredada, lo que el autor llama el lenguaje de la tribu.

Sin embargo, como lo popular es asumido desde el punto de vista particular de un solo personaje, por representativo que sea, no es posible abarcar el mundo humano total, y los sermones resultan flechas indicadoras de una dirección deseable más que la ruta misma.

Esto queda de manifiesto, a mi entender, en los Ecopoemas, que al no encontrar aún un lenguaje de signo positivo, creador, deben apelar a la expresión antipoética rupturista, explosiva -del enfrentamiento diría tal vez su autor- terminando por aparecer como una representación verbal de la misma destrucción que condenan.

Por mucho que esta contradicción formal agregue encanto expresivo, ella indica que lo que un día fue antipoesía -revolución triunfante del medio siglo- no encontraba, al establecerse como el nuevo orden poético, un lenguaje capaz de emprender su etapa (re)constructiva.

En tan delicado punto de su evolución sorprende a esta poesía insoslayable la aparición de Hojas de Parra, ofreciendo una buena oportunidad para analizar -sin ebriedades parrianas ni antiparras- su desarrollo actual.

Hacia una Ubicación Adecuada. El regocijo con que se leen muchos versos de Nicanor Parra ha llevado a celebrar el humor de los mismos, confundiendo ese efecto externo en el lector con un elemento poético del texto.

Si bien esto le ha sumado más de algún lector extra, ha tenido, a la larga, un efecto contraproducente en la valorización crítica de esta poesía. Ella no se funda en lo humorístico ni mucho menos en lo cómico, sino en el absurdo. ¡Otra cosa es que las situaciones absurdas produzcan efectos humorísticos en el lector!

Así por ejemplo, ocurre con muchas situaciones del teatro del absurdo, sin que nadie hable de teatro del humor a pesar de las similitudes entre el discurso de sus personajes con el del hablante lírico antipoético.

El absurdo legitima artísticamente textos como no tomaría en brazos una guagua aunque todo el mundo se estuviera viniendo abajo o aquel admirable Proyecto de tren instantáneo entre Santiago y Puerto Montt.

Un elemental sentido del prestigio de las palabras reclama el reconocimiento de una poesía del absurdo -hermana mayor, por varios años- del teatro así llamado, y como él, hija de un tiempo absurdo. Solo allí la poesía de Nicanor Parra encontrará su justo lugar en la literatura contemporánea.

Algo mas que ejercicios retóricos. Releyendo sus tres décadas de creación fundamental, admira comprobar que ni en su época de más cruentas embestidas a la tradición lírica, el antipoeta abandone las formas establecidas por la métrica del idioma, que conoce al dedillo y maneja a la perfección.

Ignoro - ¿o simplemente no deseo averiguar?- hasta donde los poetas jóvenes que lo admiran habrán recogido éste, uno de sus más aleccionadores legados poéticos. Pero es un punto que ni el critico serio ni el lector atento podrán pasar por alto, si desean dar o formarse una idea cabal del significado de las recientes Hojas de Parra.

Su trabajo con las formas es visible, en primer lugar, en su intención expresa de lograr nuevas significaciones a partir de una determinada disposición formal del texto. Eso ocurre en aquel poema-balance de contabilidad que es Misión cumplida, y más drásticamente en ese poema-cementerio que es Cuatro sonetos del Apocalipsis catorce hileras de cruces que, dentro de la tradición chilena, han de leerse como nuevos sonetos de la muerte. Pero una muerte multitudinaria, mas real y cercana que toda palabra que pudiera mentarla.

Sin embargo, no me refiero a éstas, sino a una expresión más tradicional del juego significativo de las formas elegidas.

El autor recurre al artesanal métrico que le es característico: endecasílabo, eneasílabo y otros metros visibles. Pero, de modo más encubierto, practica reiteradamente una combinación muy particular de sus versos preferidos. He aquí algunos ejemplos:

. . . . .Atravesamos unos tiempos calamitosos
imposible hablar sin incurrir en delito de contradicción
. . . . . imposible callar sin hacerse cómplice
. . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . /del Pentágono
. . . . . . . . . . .. . . .. . . . . .. . . . .. . . . . . .. . . . .(p.23)

Es fácil ver que, haciendo un corte vertical podría eliminarse de la lectura lo marcado en cursivas, sin desmedro de un significado básico posible:

imposible hablar sin incurrir en delito
imposible callar sin hacerse cómplice

Pero los versitos cortos añadidos no resultan meros injertos rítmicos, sino que cumplen la función de señuelos, indicadores de un giro muy particular que el hablante desea dar a la situación.

Un caso extremo de estas alianzas métricas en el interior de un verso se da un poema tan importante para el autor como inolvidable para sus lectores El hombre imaginario. En este texto clave se produce lo que echábamos de menos: el hallazgo de un lenguaje de signo positivo acorde con sus motivaciones antidestructoras. Y lo curioso es que esa visión universal de un día después de la hecatombe, se recompone al vaciarla en los moldes más tradicionales de las formas heredadas, ya que este gran poema está escrito en seguidilla. ¡que es la estructura propia de la cueca!

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginario

Al ocultarse sabiamente la seguidilla formada por un heptasílabo más un pentasilabo:

Todas las tardes tardes
imaginarias

no solamente alcanza el prestigio literario de un verso de arte mayor, sino que el giro especial de la situación ya señalado, alcanza altura cósmica con ese imaginario usado como señuelo, como decirle al lector abrocharse el cinturón ante el glorioso despegue lírico.

Descendiendo de la altura alcanzada en este texto -y sólo por ejemplificar el corte vertical propuesto- no resisto la tentación de mostrar el posible poema usado como plataforma de lanzamiento del poema real

Todas las tardes tardes
sube las escaleras
y se asoma al balcón
a mirar el paisaje
que consiste en un valle
circundado de cerros...

Con sólo esta pintura descolorida y prosaica, más la imaginación aportada por un adjetivo exacto, Parra ha hecho un monumento lírico. Interesa recalcar aquí que sus materiales se han vaciado en un molde tan tradicional y popular, que no pocos miran con franco desdén.

(Al revés, es justo señalar el uso que han hecho de una forma como la seguidilla, entre otros, Pablo Neruda en Manuel Rodríguez o Gabriela Mistral, en Mar Caribe, Viejo León, Niño chiquito...)

Pero el uso encubierto señalado en Parra no es más que la expresión más elaborada de su trabajo con la tradición puesta al servicio de un arte nuevo.

Unidad en la dispersión. Injusto sería exigir unidad a un texto notoriamente presentado como antológico, pero aún así, tras la aparente dispersión temática se adivina una profunda unidad interior, dada por la búsqueda de un lenguaje acorde con la actual visión del mundo poético de su autor.

Como sería capitular buscar dentro de las fronteras de un territorio lírico que la antipoesía pretendió arrasar, Parra se lo salta olímpicamente, cayendo en esa tierra de nadie y por lo tanto de todos, que es el folclor. Dos elementos le interesan de modo especial lo popular y lo vulgar.

En una primera etapa. muy cercana a lo que viene haciendo hace años, se deja atrapar por el hechizo de las palabras, y así lo vemos abriendo al azar una página del diccionario que nadie ha escrito:

Murió:
Se dio vuelta pal rincón
estiró la pata
entregó la herramienta...

En total, 16 acepciones del acto de morir en el vocabulario popular y vulgar... Pero las palabras aisladas -como los objetos sueltos en la tienda de antigüedades- no alcanzan a recomponer todo el mundo afectivo del usuario; se precisa un contexto, que Parra encuentra en las formas heredadas. Y la primera forma importante que descubre mas atrás de todas las vanguardias es el romance al que consagra momentos culminantes de estas hojas.

Aclaremos sí que el suyo no es el romance que procede de los clásicos españoles y va de un Góngora a un García Lorca, porque eso sería una vuelta al Cancionero sin nombre, que ni siquiera incluyó en su Obra gruesa. Su interés se centra en el romance popular y vulgar investigado brillantemente en Chile por Vicuña Cifuentes, forma que proviene de la tradición medieval, un tiempo de formación del idioma. Detalle importantísimo, pues prueba que la vulgaridad -tan menospreciada por unos y tan cara al poeta- tiene legítimos antecedentes en la tradición artística de la tribu.

La primen declaración pública de esta preocupación está en Yo me sé tres poemas de memoria, una especie de arte poético a préstamo. Sin títulos, sin autores y sin puntuación, es decir, apropiados están allí el lirismo amoroso refinado y lo popular, representados en Canción de Guzmán Cruchaga y Nada de Pezoa Véliz, santo de toda su devoción. Junto a ellos, Víctor Domingo Silva, más que por el tema de arraigo (tierra querida en que nací) llegó allí por la forma de este Romance del regreso (tan poco leído hoy que no es de extrañar que el corrector de pruebas haya convertido al huinca en inca : el huinca odiado venció al fin...)

Todo esto no sería más que nostalgias personales o aspectos anecdóticos, si no apareciera en estas Hojas de Parra una seria, legítima y bella versión personal de El huaso Perquenco, uno de los primeros romances de autor chileno, aunque desconocido. Frente a él publica su propio romance La venganza del minero, escrito en la más pura tradición popular y vulgar, con un toque personalísimo:

Los grillos hacían cuic
y los guarisapos cuac...

Todo lo que en el libro hay de juego y tragedia, de absurdo y lirismo -las grandes vertientes de esta poesía- vuelve a encontrar su expresión popular en ese hermoso poema Amor no correspondido: huainito, como lo clasifica el autor, pero también romance o romancillo de metro alternado con estribillo, muy del agrado de Gabriela Mistral que -digámoslo para los que crean que estamos hablando de detalles- escribió en romance más del 90% de toda su obra posterior a Desolación, como ha señalado Tomás Navarro. Se trata, pues, de un aspecto formal que entronca con la más noble tradición poética del idioma.

Por aspecto formal no ha de entenderse sólo la forma externa, sino la lengua poética que impregna de ecos populares incluso los textos de mayor lirismo. Así, en Clara Sandoval ( ¡la misma madre Clarisa de las décimas de Violeta Parra!).

cuando no se la ve detrás de su máquina
cose que cose y vuelta a coser

el último verso corresponde a la descripción de Inés, esa que coloradita, se pone cuando la ven, en el romance tradicional Las tres hermanas...

Nota sobre la lección de la antipoesia. Bajo este sugerente título leemos hoy: La poesia pasa la antipoesia también, y es lo que los lectores de Parra veníamos pensando hace años. Cuando más eficaz una empresa de demolición, más pronto quedará cesante...

Emprendida en 1954, con la publicación de Poemas y Antipoemas, la revolución parriana está triunfante ya hacia 1969, año del Premio Nacional y de la aparición de Obra Gruesa. Tras un período equivalente, la lectura de Hojas de Parra viene a demostrarnos un hecho que el profesor de matemáticas podría reducir a teorema: como la suma de muchas búsquedas divergentes dan por resultado un encuentro. Lo universal ¡otra vez! estaba en casa. Era el lenguaje de la tribu en sus formas heredadas, en sus moldes, las más futuristas preocupaciones existenciales no se añejan, se ennoblecen.

Tanto el número de poemas como el tiempo que abarca, hace que el libro ofrezca otros muchos puntos de interés, pero en estas notas sólo abordo éste del encuentro de un idioma poético de signo positivo y nacional capaz de expresarlo todo en chileno, desde la tradición pedagógica cuestionada en Los profesores hasta las dudas de Hamlet a orillas del Mapocho, en Ser o no Ser.

Mi elección de este aspecto se justifica tanto por la importancia que le asigno en el desarrollo y valoración de la poesía de Parra, como por ser un punto que hasta el momento, no encuentra en la crítica la atención que en mi opinión merece.

Asumir la tradición, renovarla, trasvasijarla en el futuro ¡si hay futuro! es la última novedad de este poeta que tan acostumbrado nos tenía a ellas. Antes, claro, hay que conocerla, lo que constituye su invitación y su desafío para los poetas de hoy, bombardeados por la publicidad que quisiera hacernos creer que todo esta partiendo de cero. Lo malo es que esta falacia esconde la aceptación de que todo acabará, también, en cero.

Si hace tres décadas el Soliloquio del individuo, planteó la antipoesía, El hombre imaginario regresa hoy del futuro a matricularnos en una gran cruzada pro-poesía.



 

 

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