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Poesía de la interioridad
Pasajes, de Fernando Pérez Villalón. Santiago, 2007, 45 págs.

Por Grinor Rojo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 30 de Septiembre de 2007



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En el colofón de Pasajes, Fernando Pérez Villalón dice tres cosas que me sirven para este comentario: a) que los poemas que se reúnen en Pasajes se escribieron entre 2004 y 2007 en las ciudades de Santiago y Nueva York: b) que son poemas que están llenos de "paráfrasis de otros textos de autores como Marx, Darío, Sor Juana Inés de la Cruz, John Donne o Marcel Proust, y c) que hay una diferencia, que en todo caso es más que una distancia, entre los poemas y el mundo de "afuera del libro".

Casi todo está ahi, aunque engañosamente, hay que decirlo. Fernando Pérez ha escrito el libro de un tránsito entre dos ciudades, según dice, y por eso el titulo que escoge, pero la verdad es que se trata más bien de un tránsito entre dos interiores. Las ciudades que nombra en el colofón son siempre un "afuera" distante, que el poeta observa, cuando lo observa, desde un "adentro" en el que se encuentra todo lo que de veras le importa, donde está todo lo que de veras le ocurre. La ventana es el puente visual entre uno y otro lado. Uno de los poemas (que carecen de título, dicho sea de paso), el que comienza con el verso "Espío la ventana iluminada", que remite no a la literatura, sino a La ventana Indiscreta, de Hitchcock, da la medida de esto que afirmo: "Espío la ventana iluminada/ del edificio del frente. Detrás/ de las cortinas una mujer sola [...] Desabrocha/ botones de su blusa, apaga algo/ y corre la cortina. Yo me quedo/ un rato mirando el cuadrado más claro que el muro,/ por si una silueta aparece. Pero es/ el final de la pieza. No aplaudo. Me aparto/ del vano y enciendo la televisión". El poema concluye con la derrota y el repliegue. Es el reemplazo del afuera, al que el poeta convierte en representación, por la representación sin más, la que se dibuja sobre la pantalla del televisor.

El otro conector es el oído, y en este caso la referencia son los poemas de insomnio, como en el "Nocturno" de Darío. Escribe éste: "Los que auscultasteis el corazón de la noche,/ los que por el insomnio tenaz habéis oído/ el cerrar de una puerta, el resonar de un coche/ lejano, un eco vago, un ligero ruido...". Escribe Pérez Villalón en dos poemas que son casi idénticos: "Oigo tus pasos bajar la escalera, alejarse/ salir a la calle, aún medio dormido los oigo/ pisar las baldosas del segundo piso y después el cemento/ Los sigue el silencio compuesto/ por una multitud de indistinguibles/ ruidos apenas perceptibles, hasta/ que, sin saber cuándo,/ se enciende en mi un sueño/ y el mundo se apaga".

Es la vuelta hacia adentro otra vez. Y ese adentro no es muy grande, ni lo que en él pasa es especialmente importante. Es un espacio reducido, que el poeta comparte con alguien y al que ese alguien satura con "cosas" mientras "yo me aferro en vano/ a las paredes vacías que quedan". Es como si este individuo estuviera en una batalla permanente, aunque asordinada, con un exterior del que se defiende como gato de espaldas.

Entre los sueños, que "en general los olvido en cuanto abro los ojos", pero en los que insiste de todas maneras, y una vigilia hecha de rutinas pequeñas, la misma ayer, hoy, mañana, pareciera querer que se agote su historia. Con la excepción de la escritura: lo que no se articuló en el pasado, en aquella ciudad otra, y que "ahora regresa/ con más claridad que jamás". Retorna el pasado, opaco entonces, en el recuerdo epifánico, para transformarse en lo que salva: la poesía.

Interior es, pues, en Pérez Villalón, interioridad. Sus viajes son en efecto el "Voyage autour de ma chambre" del que hablaba Xavier de Maistre. La cama, la persiana, la mesa de escribir, el cuerpo mismo, son tal vez las materias más relevantes que rodean y guardan a la interioridad, esa que para esta poesía es al fin de cuentas el lugar, el solo lugar, de la existencia.

Poesía culta y desnuda, que huye del aspaviento como del demonio mismo, que deliberadamente apuesta al mínimo con el mínimo y que sin embargo posee fuerza, comunica y atrae. Es un buen indicador de estos tiempos en que lo que sucede en el mundo "de afuera" es cada vez menos amable, en que el sonido es ruido y la tentación de abandonar el juego es compartida por muchos.




 

 

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Pasajes, de Fernando Pérez Villalón. Santiago, 2007, 45 págs.
Por Grinor Rojo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 30 de Septiembre de 2007