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Entrevista a Floridor Pérez, educación y poesía:
EL MUNDO NO ES REDONDO, ES UN CUBO Y AL FONDO TIENE UN PIZARRÓN.

Por José Tomás Labarthe

(Fotografías de Francisco Flores)





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¿Usted comparte esa idea de Borges que la poesía no se puede enseñar, sino que debe ser contagiada?
— Los niños no desechan nada antes de conocerlo. Si le ponen un gato y le dicen que es liebre, ahí se dan cuenta que la cuestión no es así. Eso es lo que pasa un poco con la poesía. La enseñanza de la literatura convierte a la poesía en un problema de álgebra, con una pila de descubrimientos por hacer, y un poco como estudiantes de medicina de estos que hacen las autopsias y empiezan a buscarle por aquí y por allá. Y le pasan por último una que llaman prueba que consiste en un alfilerito y un texto y lo mandan al alumno a ensartar 27 comparaciones, 78 metáforas y 554 no sé qué. Así nadie va a amar nada. Y en eso, antes de pelar a los colegas que hacen clases, ahora me doy cuenta que hay que defenderlos.

¿Cuál es su defensa a los profesores?
— Porque así son las cosas. El profesor tiene que dar cuenta no de cuantos chiquillos amaron la poesía después de su clase, a él no le preguntan eso. A él le piden que sus alumnos tengan tal puntaje en el famoso SIMCE, que es una excelente prueba, maravillosa, que inventaron los nórdicos hace no sé cuántos años, y que hace tantos años desecharon, porque no se le puede hacer una prueba homogénea para un grupo que no lo es, o por las razones técnicas que sea, eso ya no está en los países que la propusieron. De manera que el profe tiene que hacer lo que el programa, la escuela, la institucionalidad le pide, a riesgo de seguir el camino mío, que me echaron.

¿Por qué lo echaron? Carlos Calvo afirma que un profesor debe estar dispuesto a ser expulsado de su trabajo para cumplir con su labor...
— Desconozco la razón, pero por alguna razón así me deben de haber echado de la escuela rural. Luego tuve que irme a un liceo, del cual me volvieron a echar, y no me quedó más que irme a hacer clases a las universidades. Volviendo a tu pregunta inicial, yo estoy en condiciones de afirmar que los niños aman la poesía. He contabilizado más de 80 páginas en libros de lenguaje escolares en que andan los poemas de este modesto servidor. Desde primero a octavo básico. Y nunca he encontrado que un chico se pare y se mande a cambiar cuando leo estos poemas.

En esos poemas que sí conectan con los niños hay algo, a diferencia de esos otros poemas que aburren o alejan al alumno del fenómeno poético. ¿Es gracia lo que tienen? De ser así, ¿podría ahondar en esa gracia? ¿Cómo se encuentra? ¿Cómo escribir sin que ella se pierda?
— Recuerdo una anécdota. Un niño llamado Matías, de 2 años y medio hablando con su mamá. Mamá, pregunta el niño: qué es una entrevista. Un juego de preguntas y respuestas, responde la madre. Juguemos, dice el niño. ¿Para qué te sirve el pie? pregunta la madre. Para chutear, responde Matías. Y el brazo para qué te sirve, pregunta la madre. Para que no se me caiga la mano. Búsquenme un Huidobro, un creacionista que invente una lesera más linda que esa. Yo digo que el asunto no está en escribir pensando en que es para el niño. No escribir para el niño sino desde el niño. Meterse en el alma del niño que fuimos y que en alguna parte tendrá que estar. Una forma de reconocer que un poema infantil es bueno es que lo lea un adulto y siga gustándole. ¿De qué manera yo creo pescar eso a veces?

SOSPECHA

¿Consulta el Sol
el informe meteorológico
que nunca sale
cuando llueve?

 

DIAGNÓSTICO

Este doctor se volvió loco:
dice que “tengo treinta y nueve”
cuando recién cumplí los ocho.

 

CIENTÍFICO

Mi libro dice:
“Las rosas tiene espinas”
Pero en mi escuela hay una con espinillas.

— ¿De qué forma se debe presentar esta poesía fresca en la sala para que no pierda su atractivo?
— La forma no puede ser otra que lo más parecido posible al juego y en ningún caso a la ciencia, en ningún caso a la matemática. Tiene que ser para disfrutarla. Lo que no quiere decir que sea chacota y que no sea para pensar.

¿Cómo crear ese ambiente para que el alumno sienta y experimente y que el profesor no sea alguien que la imponga, arbitrariamente?
— Yo me dirijo a todo el mundo como si fuera un niño. No le hablo como cabro chico, pero pienso que le estoy hablando a un niño pues esa parte todos la hemos vivido, todos tenemos experiencia, por lo tanto es más fácil encontrar la conexión. Lo que están haciendo algunos buenos autores de textos escolares, porque hay que reconocer que han mejorado mucho, es guiarse más que por los cursos por la etapa de vida que cada uno tiene. Por ejemplo, algo debe pasar para que este poemita aparece en varios libros, en séptimo año:

ANÓNIMO ESCRITO EN UN CUADERNO DE MI COMPAÑERA DE BANCO

Me besas al despedirnos
como mamá
te preocupas por mí
como mi hermana
y no te burlas como la vecina
si me pillas mirándote
y miras para otro lado
si me pongo rojo
y no preguntas por qué
ni dices que sabes
que me pongo rojo
porque me pillas
mirándote y no me atrevo
a decirte que me gustas.

Entonces me voy y regreso
a decirte que me gustas
pero sólo te digo si hay tarea
y vuelvo a volver
para que me despidas como mamá.
Pero como mamá despide a papá.

Aparece el enamoramiento, una experiencia transversal de la juventud. ¿Cuál es la historia tras ese poema?
En la Escuela Suiza de Victoria, el año en que cumplí 10 años, al profe se le ocurrió sentarnos a una niña con un niño. La compañera de banco existía. Era la más linda del curso, la mejor alumna. Y yo no era el peor alumno pero era el más feo sin duda. Luego sobre esa base real viene el pasarse la película.

Pasémonos la película con la educación. Usted ha sido partícipe y testigo del proceso de cambios de la educación y de los debates que han acompañado cada reforma. ¿Cuál es su visión histórica acerca de esta trayectoria, cree que es posible hablar de una evolución?
— Se ha hecho una lista larguísima de defectos en la educación. Salvo pre-kinder y kínder yo me he parado en todas las salas de clases existentes y he encontrado poquísimos defectos. Uno es que Chile siempre ha tenido buenos teóricos, buenísimos pedagogos, pero el defecto es que la teoría va para allá y la práctica para acá. Si reducimos eso a una línea de tren, ¿a dónde llegará el tren? A ninguna parte.

Es una visión sumamente optimista. Hay otros que piensan que a la educación le falta mucho y viven engrosando el currículum, los planes y programas…
A la educación le faltan solo dos cosas: un poquito de humor y un muchito de ternura. Sin esas dos cosas que hacen grata la vida entera cómo diablos se va a hacer grata la educación. Yo siempre le digo a los alumnos de pedagogía que entren por la parte de atrás de la sala, y al pasar caminadno si ven a un chicuelo demasiado chascón, denle una suave, no sé si caricia, pero algo, tóquenle la cabeza con ternura y cuando finalmente lleguen adelante verán otro curso, otra disposición.

Sin embargo la palabra afecto no está en el debate…
— Revisando los libros de clases me ha tocado en los colegios en que he trabajado que hay chiquillos que en abril ya le están faltando hojas para ponerle anotaciones. Ay qué activo es este chiquillo, a ver veamos. ¡Son todas anotaciones negativas por la reflauta! Raramente cae, como esas nevazones en Puerto Montt, una anotación positiva. No puede ser así. No funciona un matrimonio así, una empresa así, nadie así. Yo he tenido la queja contraria, "oye que pones anotaciones positivas tú”. Entonces cambié las anotaciones positivas por los 7 parciales.

¿Hay algún elemento que se haya extraviado de la sala y que usted quisiera devolver?
— La educación tradicional chilena, la primaria, le dio gratis a cualquier chileno medio tres verbos para una idea. “Empezar”, “comenzar”, “iniciar”. Tres verbos. Imagínense una información: comenzó la exposición, va a iniciar el partido, empezó un pololeo. De esos verbos ya no existe ninguno. Queda un remedo del verbo “iniciar” escondido en el sustantivo abstracto “el inicio”. Ahora nada comienza, nada empieza, todos tienen “el inicio”. Carajo, qué es eso. Cito estos tres verbos porque me parece escandaloso y a nadie le preocupa. Yo le daría a la televisión chilena un premio especial si nos devolviera un porcentaje del vocabulario que nos ha robado, así de simple.


¿Hay diferencias entre el maestro de antes y el profesor de ahora?
— La palabra: maestro es una aspiración, profesor es una profesión, muy digna, pero es eso, un trabajo.

¿Con qué soñaba el maestro?
— Soñaba con esta frase: el mundo no es redondo, es un cubo y al fondo tiene un pizarrón.

¿Y el profesor tiene espacio para soñar?
— El profesor es el ser más desamparado de la sociedad, además de mal pagado, de maltratado. Y quieren que él solucione los problemas. No pueden pedirle a la escuela, maltratada como está, como ha estado casi siempre, que solucione los problemas que no es posible solucionar desde esta sala de clases actual, con esta mirada de poco aprecio al profesorado.


LAS SIETE TENTACIONES DEL PROFESOR

Primera: una lección de anatomía
Con déjenlo que él sabrá con quién.

La segunda es hacer la cimarra: tenderse
En un parque público, con un fardo
de pruebas semestrales por almohada
y volver con un justificativo
firmado por el incorregible del curso.

Tercera: tener una casa enorme
como escuela pequeña, y matricularse
con una mujer hermosa como colegiala.

La cuarta es huir: salir huyendo de la sala
cruzar corriendo el corredor, volando el patio
adiós: “Aros… Bustos… Cabello…”
no más lista, y listo.

La quinta es ahorra unas monedas
para hacer de veras esos viajes
que sólo hizo a dedo por el mapa.

La sexta, no evitar las tentaciones
propias de la edad.

La séptima es que el día y en su hora
las campanas de réquiem repiquen a recreo,
las colegas enjuguen una lágrima huacha
y unos chicuelos locos se lo lleven en andas,
como si fuera el día del maestro.



 



 

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