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Párrafos para Ana
«Cremación», de Ana Martín García. Monorraíl ediciones, 2017, España
Felipe Poblete Rivera
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Esta es la primera publicación personal de Ana Martín García: «Cremación» [Monorraíl ediciones, 2017, España], palabra que da significado a la acción de incinerar, de quemar, pero también es palabra que nombra la función del horno denominado crematorio, a cuyo interior están destinados los cadáveres que serán incinerados. Esto hasta puede servir como metáfora del tiempo, así como las ilustraciones correlativas en portada e índice. Aunque aquí no se trata de difuntos más que de vivientes, cuya cremación no es tampoco literal sino, justamente, interior y ritual, poética. Condescendiente a esto, el formato del libro (11,5 × 17,5 cm.), le aporta características como la de un portátil diario de vida, en donde a veces tendemos a olvidarnos de la artificialidad del lenguaje. Por lo demás, el contenido de los poemas crece, en gran medida, en la primera persona singular, desde un bosque en que se juntan la Experiencia con el Vacío. Conjeturo que a razón de ello en los poemas hay tanto protagonismo para los elementos AIRE y FUEGO.
Al interior del pequeño libro conviven textos e imágenes: todos de la autoría de Ana Martín, salvo por el epílogo que cierra el libro (de Miguel Ballarín). Veintiséis poemas por los cuales existe un recorrido al amor y al desamor, una especie de tránsito por la piel que explota, figuradamente a través del erotismo, y también de modo más bien literal: con interiores del cuerpo y las declaraciones de fragilidad e inutilidad del mismo: “en un cuerpo / hecho de rotos / de piel que queda grande / un traje que no se ajusta” (p. 33). Como lectores, detectamos la declaración de una fuerte incomodidad por el exterior: ese espacio donde la sangre deja de sustentar la vida. Para poder mirarla precisamos que salga, que su furiosa temperatura sea alcanzada por el oxígeno y su color transparente: los brazos del aire.
En esa imagen, o expresión, le hace justicia y rima el aspecto visual que configuran las palabras por las páginas (de color blanco), puesto que es, a ratos, como el sentido que anida en partitura musical; sobre todo para quienes han podido oír –y mirar– leer estos poemas a su autora. Son versos como estallados, separados por aire, por blancura y, al instante, unidos por encabalgamientos que una lectura sentida propicia, en la elasticidad del presente. La voz es el enlace que une de nuevo a las palabras, así como las neuronas, separadas entre sí, con impulsos eléctricos se vinculan. En ese afán unificador, la voz salta y baja y avanza, con arrojo, mientras Ana revuelve y palpa el aire con movimientos que también espejean direcciones inscritas en el texto. Ya presenciaremos su lectura, no obstante, intuyo que esa manera para declamar, está presentada en el diseño y diagramación de los poemas por el libro.
Aunque no todo es musicalidad aérea, también han sido integradas algunas entradas, o salidas, del habla coloquial, acaso en respaldo a la voz directa y segura que ha quedado plasmada en el libro: un cúmulo de poemas que, en varios ejemplos, son como manifiestos, o declaraciones si se prefiere, la palabra yo figura unas cuantas veces[1], muchas otras de manera tácita. La autora reconoce: “Necesito escupir palabras” (p. 42), expresando así una necesidad interna hacia la creación verbal, sea escrita o hablada; avisa “desconoceré las cicatrices” (p.46), de alguna forma expresando su convicción de seguir, aunque también revelándonos su tangible humanidad: “mi piel transpira / y respira” (p. 17) y así confiesa “descuarticé todo cuanto alimenté / con mi exceso de voces / aún grito” (p. 49).
La expresividad visceral es parte sustancial de estos poemas, así como la representación de lo visceral “¿quién llora? / Bebés rellenos de bebés / en comunión” (pp. 26-27). En tanto –como decía hace unos momentos– la proclamación es la forma que en varios de estos poemas ha sido elaborados, con soltura e intensidad, modulando a palabras y sentencias y versos la sangre que fluye por el amor y el desamor; aquellos los dos pulmones en este libro que se deja leer como una mano extendida, como la representada en la contratapa: cinco dedos, cinco secciones, que correlativas construyen esta oración: MI CUERPO INCENDIA TU POLVO. Seguramente allí anida otra clave para leer el poemario.
Son palabras que declaran una cremación, ciertamente, con una especie de ritual lleno de flamas amorosas en que una pasión se deshace y consume, acabándose en su esplendor: “te llamaré / primavera / en otoño” (p. 25), promete la autora en el poema “Sí sé” (pp. 20-25), en el cual las dudas que va confirmando le sirven, como reversos de heridas o peldaños, para trepar a la certeza de un amor.
Ahora bien, también es preciso señalar que a través de las páginas, las venas del poemario, hay otras máscaras para una pasión tan fuerte como abrasadora. Está la recriminación, la directa acusación, rayana en el desprecio, como en el notable poema titulado “Fiebre” (pp. 38-40), que da testimonio de lo que fue “un amor maldito” (p. 38), cito:
. . . . . . . . . . . soy el alma
. . . . . . . . . . . . . . .. . . . de todas las personas
que creaste en tu cabeza
. . . . . . . . . . . para poder
masturbarte. . . . . . . . sin . . . . . . . . . recordar
correrte. . . . . . . . . . . sin . . . . . . . . . . . llorar
gritarte. . . . . . . . .. . . sin . . . . . . . . . . . gritar
Claro, la poesía aquí pugna por ser, una vez más, intensidad. Intensidad que crece con el combustible de la realidad, aunque la poeta ya está grávida desde antes, sin que el poema sea el mero derrame causado por la famosa gota que rebalsa; para el caso de este libro, el procedimiento sería más bien como un flujo, no a la manera de la menstruación, que es retratada en los versos, sino acaso como en la acción de pintar del famoso expresionismo abstracto, a la manera de Jackson Pollock, por ejemplo: acción creativa –pictórica, literaria– llena de gestualidad y de fuerzas trenzadas en interrogaciones y promesas: “He firmado este epitafio / sin tumba/ que fue quererte” (p. 49), declara la autora. A través de muchos versos leo el potente ardor vital de la experiencia, ¿importa acaso saber, importa entender? Acá es la sensibilidad la capitana, y las equivocaciones y dolores son olas más en una ruta de percepciones profundas, acaso incomunicables; se trata “de otro hemisferio” (p. 65). En palabras de la misma autora: “delirio y decisión” (p. 77).
Si bien esta vía crematoria detenta vivencia apasionada que irá desangrándose, ella irá también fortaleciéndose, en una rara paradoja de fuerza y fuego, de oxígeno y ocio, hacia la sección final, POLVO, dando paso a reflexiones torno a posibles sentidos para la vida, ofreciendo interrogaciones que florecieron en las zonas más exclusivas de la contemplación, como el poema titulado “Dónde” (p. 74), en que anida una esperanza que ecualiza los sabores del conjunto lírico, también en el mencionado “Fiebre”.
En suma –y ya para ir finalizando– es este libro un ramo de poemas que la autora nos ofrece como su pequeño cofre de secretos, es un decir, como una caja de fósforos acaso: poemas que, más que ser leídos, exigen ser encendidos con la voz y el atento oír: reiteraciones rítmicas, inclusión de palabras en inglés, exclamaciones e interrogaciones, aliteraciones, entre otros toreos verbales, que en conjunto demandan una atenta lectura, cuidada, reposada, realizarla bajo los tutelares fuegos que muerden y consumen: la palabra dios, no figura en el libro.
Viña del Mar, febrero en 2018
[1] En: “Con menos sentido aún”, “Imagínate”, “Aviso”, “El sólo vino // Vino solo”, “Al final todos mueren” y “Legal pills”.