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Una lectura social de Inventario colectivo, de Ángela Barraza Risso

Por Felipe Ruiz

 

Existen pocas obras publicadas en Chile que arriesguen una apuesta novedosa respecto de un tema tan aparentemente tratado como la situación precaria de subsistencia durante el Gobierno Militar. Del lado de los derrotados, la experiencia poética de la pérdida de un lenguaje común para denominar la lucha implica una herida profunda en la matriz común de la izquierda. Ella parece dividida en aquellos que se quedaron en Chile a habitar en el más crítico de los estados sociales y culturales, y aquellos que partieron al exilio. Inventario Colectivo es una obra que habla desde la precariedad de la resistencia interna, amenazados por la pauperización del Habla, pero más que nada, amenazada por el carácter de la herida, que abre una solidaridad nueva con los pares que se quedan.

La suma de todos los horrores de esta lengua fracturada es el miedo. Pero el miedo no es simplemente el efecto visible de la represión. El medio es un estado cotidiano de intemperancia, de abandono laboral y social, que obliga a los sujetos a ponerse en posiciones que muchas veces traicionan sus propios proyectos de vida. Hablar, en tal sentido, de resistencia, no implica situarse desde algún lugar extemporáneo, incorpóreo, sino de palpar la precariedad de la vida humana, donde la subsistencia se pone en juego.

Allí se pone en jaque no simplemente los ideales, sin también la propia continuidad de cualquier resistencia. De tal modo que, la generación que vivió su adultez marcada por el fuego de aquella lucha, que tuvo que criar a sus hijos con aquella herida, indica en dirección de saber hasta dónde se puede hablar de una familia, pues es, a fin de cuentas, el orden de la familia lo que se ve alterado.

El libro Inventario Colectivo, de Ángela Barraza, patenta esa alteración. En total, el conjunto del poemario representa la unidad de una familia que interroga a su progenitor, el padre, y lo increpa con altura a evidenciar un carácter simbólico de la autoridad doblegada. En otras palabras, si la autoridad se convierte en un patrón absoluto que rige el orden del discurso sobre las vidas precarias, el padre – aquella autoridad insignificante en el orden dispuesto por el “autoritarismo”, a secas – es el que debe cargar con la derrota no solo de un proyecto social, sino de la familia.

La subsistencia económica se convierte, así, en una metafísica: en otras palabras, la herida se vuelve un lugar constitutivo de la experiencia de la familia, que vive entre la necesidad de redención y el deseo de satisfacer la subsistencia material. Es la interrogación que realiza Barraza a su padre, lo que mueve una poesía desde la pena de la derrota.

El lugar de los sujetos subyugados es reemplazado por la figura, más amable al sistema, del renovado, cuyo programa social es la orquestación del retorno. Los paralelos del exilio y retorno adquiere de esta forma el descriptor pesadillesco, pero por lo mismo, actual, de los exiliados voluntariamente, de los inmigrantes. Esa conjugación entre la coyuntura política que propicia el destino social de los retornados políticos, y la actual coyuntura de la trashumancia, adquiere vital relevancia, y se puede ver en el trasfondo de este poemario, dentro de todas las lecturas posibles, aquella que viene a refutar la tesis marxistas de la acumulación de riqueza por parte de los dueños del capital. En el mundo que configura este poemario la recurrente cita pop viene a mostrar que los elementos simbólicos de la cultura de masas no son propiedad de los capitalistas, sino de un sector educado y culto de la población adyacente a las clases medias, pero que se mueve, en realidad, con soltura por los distintos estratos sociales.

La suma de estos componentes transforma a Inventario Colectivo en una obra que nos habla de la crisis del idealismo histórico de la acumulación cultural de la izquierda. El lugar desde donde se habla adquiere una connotación especial, ya que el espacio de configuración de un mapa de lectura es también la configuración de un mapa del habitar.

Dentro de este proceso la lucha no puede darse ya entre las clases. El capital ya no se distribuye inequitativamente, sin que se diferencia la adquisición de bienes como el libro, desde el lugar del privilegiado al lugar del holgazán. Leer se convierte ya no en símbolo de ocio privilegiado, sino en desuso del tiempo. De este modo, el libro abre una interrogación acerca de la lectura misma: si es el soporte escrito lo que hace posible el poema, ¿se puede resistir el emplazamiento cultural de un sector social culto, pero no lector? Por consiguiente, se podría decir que la “gente de mundo”, con gustos amplios sobre la gastronomía y la vestimenta, se presenta como el verdadero público culto, frente a una comunidad letrada.

Lo que pone de manifiesto este libro, entonces, es el desamparo del hablante lírico frente a esa realidad de lo que Nietzsche llamó bien, “filisteísmo cultural”. La relegación social del público letrado y la algarabía en aposentos del buen gusto y la cultura aceptada.

Previamente, lo que confiere sentido a la afirmación del filisteísmo cultural es la apreciación del lugar desde donde se observa la derrota ajena. Esta puede ser, en efecto, el lugar de la complacencia, pero hay, en verdad, algo mucho más profundo. La derrota de la Dictadura no ni siquiera un triunfo pírrico desde donde los supuestos entes culturales, que comienzan a salir del anonimato, pueden festejar. En Inventario Colectivo se pone de manifiesto que para salvar la democracia, se optó por la tragedia, es decir, la mortificación de los débiles.

Con todo, la experiencia de este poemario devuelve, desde la fantasía literaria, la latencia real de una imposición premeditada y calculada, realizada por el propio aparataje de la transición. En otras palabras, de un arte jamás visto que manifiesta el ejercicio de una violencia por debajo de la violencia efectiva de los golpistas.

En resumen, se podría decir que esta obra libera esa energía acumulada de un sector de la poesía chilena, que ha visto la integración de muchos poetas a la escena “filistea” que deja traslucir el estado actual de la literatura. Una apuesta novedosa, intensa, que renueva la voz junto a otros poetas como Marcelo Arce, en la misma línea, o Ana Montrosis (Tacones bajo la luna), desde otra vereda.

 

 

 

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