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"Jóvenes Buenas Mozas" de Claudio Bertoni. Editorial Cuarto Propio, 2002. 130 Pgnas.

Bitácora del desamor

Por Felipe Ruiz
Revista Rocinante, 2004.


A la obra poética del Claudio Bertoni (Santiago, 1946) – aclaremos a la “obra poética”, pues Bertoni  tiene tanto de poeta como de músico y fotógrafo – no se le puede atribuir un interés particular por la búsqueda de formas y expresiones “novedosas”, así como tampoco un machacado trabajo experimental en pos de un utópico encuentro con la “voz propia”.

Efectivamente, de los poemas que van desde su magna opera prima,  Cansador Intrabajable hasta Jóvenes Buenas Mozas, nos encontramos con un Bertoni de factura impecable y de una regularidad poco habitual para estos lares; como si la ratificación – obra tras obra - del sello libidinoso y satírico de su poética fuera  a la vez el mejor antídoto contra el paso del tiempo. En Jóvenes Buenas Mozas gravita el Bertoni de ayer y de siempre, el Bertoni piropero de los andamios, el Bertoni lúdico y, si es posible ponerlo en algún pupitre a escribir, el Bertoni antipoeta: ese que bajó del Olimpo y descendió más abajo incluso que el propio Parra en busca de pequeños fragmentos de realidad, de trozos dispersos de días sin gloria, y que encuentra  acaso profusamente la misteriosa belleza de lo prosaico: Algo me debe querer /porque me llama al celular/ y sale super caro (¿Que si me quiere?). En Jóvenes Buenas Mozas nos encontramos con el anverso de la antipoesía, En Bertoni no estamos frente al  mito de la búsqueda de una muy original “forma” poética, sino ante un uso original de expresiones no – originales, pedestres. Se trata, en efecto, de una autoconciencia de la inutilidad de todo ideal de “progreso” y evolución, de un cierto pesimismo que afirma tanto el descenso del Olimpo como el daño de la caída. Bertoni se contenta con registrar en su bitácora la monotonía desencantada del paso de nalgas y senos: No hay para qué ducharse/ voy donde Fulanita/ Me lavo la pichula no más (Pensándolo bien).

Y no debemos confundir la en ocasiones delirante y psicópata obsesión del hablante por el sexo femenino –en especial las más jóvenes, en especial las rubias y buenas mozuelas  -  como una razón para elevar las esperanzas más allá de lo suficiente para hacer durar los días. Por el contrario, la reiterada alusión a la belleza de las feminas en la obra pueden verse más a la luz de una presencia maligna que hacen caer al sujeto en desesperación: ¿Qué mirái?/ ¿Querí chuparme la pichulita?/ ¿Por qué no te bajái? (Rubia que pasó en un Jeep). De hecho, Jóvenes Buenas Mozas, a diferencia de otros poemarios cuyo objeto es la mujer -. como por ejemplo, los 20 poemas  de Neruda - no gira en torno a musas determinadas, poseedoras de propiedades y cualidades particulares, susceptibles de metaforizar e identificar. Las jóvenes buenas mozas de Bertoni son en su mayoría presencias fugaces, casi visiones del hablante que apenas puede obturar sus voluptuosidades – nalgas, pechos, cabellos, caderas, minifaldas – dejando la “liricidad” para su propia imaginación. Es el amor tal y cual lo vivimos en nuestras sociedades: un amor fugaz y estético, cargado de envidia y soledad, stendhaldiano: Él no tiene que ser un mal tipo/ pero la niña que le salía de la mano/ como de una lámpara maravillosa/ lo hacen acreedor a la guillotina (Envidia).  La presencia de las mujeres en este libro sirven como contrapunto para dar cuenta de la soledad del hablante, más que para mostrarnos su bondadosa compañía.

En definitiva, este es el mismo ermitaño del Litoral Central que vive el día con lo puesto, y que no alejado de las discusiones sobre los vaivenes del mundo globalizado,  vagabunda en sus obsesiones juveniles. Y es precisamente por eso que Jóvenes buenas mozas es una obra de una autenticidad única. Y aunque bien pudiera aparecer bajo la lupa de algún perito como el libro de un psicópata, nadie - ni siquiera aquellos que no han leído un poema en su vida - podrían no sentirse identificados con la sinceridad de Bertoni, sin duda uno de los poetas más “hondos, confesionales e intensos de su generación”, como señala Alejandra Costamagna en el prólogo del libro.


 

 

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