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LA EXPERIENCIA DE MIRAR

Felipe Ruiz


 

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Conjeturo algunas palabras acerca del tiempo. El tiempo, desde Ser y tiempo, ya no es lo mismo. Un descubrimiento tan acabado de la temporalidad debe haber provocado cuando menos un cambio en la relación del tiempo mismo, como lo fue un cambio lamentable en nuestra relación con el mundo el descubrimiento de la relatividad. En mi principio está mi fin ya no puede ser el guía mentor de nuestra relación con la temporalidad. Escrito al pasar, descubro un poema en donde el tiempo de morir es un azar fortuito y la última mirada es simplemente la de un canasto de peras. Zurita: qué se sabe del último minuto. Sigo sosteniendo que no se puede hablar en quince segundo lo que son quince segundos. Extremos de la vida que se abren sin tocarse como dos polos opuestos de la experiencia del tiempo, aquella de lo segundos, experiencia humana, y aquella del misterio del habla, rasgo del existir. Pienso, por ejemplo, en autores cuya obra completa tienen 400 páginas y otros que a los 25 ya han escrito el doble de eso. Giro en la temporalidad. Escucho que me dicen, “hace 30 años no era lo mismo” y yo replico, “sí, pero de todos modos, yo no puedo hablar de hace treinta años más allá de lo que tú me cuentas aquí y ahora”. Si Dios existe es plausiblemente un acontecer, pura presencia. Pero la presencia, con todo lo que admiro a Eliot, no es el presente, aunque sí debemos estar a cada segundo ocupados por la hora de la muerte. Sólo así es comprensible aquella urgencia: “hablar en 15 segundos lo que son 15 segundos”. Y no me refiero simplemente al ejercicio de apagar un fósforo para tratar de hablar sobre lo que seremos en el futuro. Simplemente el futuro está cancelado. Me refiero más allá de eso a la casi condena de tratar de aprehender esos 15 segundos en su esencia tratando esquivar las mediaciones múltiples del mundo hipertecnificado. Aquella de la velocidad de las super carreteras de la información, los tic de los que hablan de tics, y el embargo de cierta vergüenza de tratar de hablar para uno mismo o de escribir para uno mismo sin buscar dichas mediaciones. El tiempo se ha clausurado en la medida que el mundo ha dejado de ser el espacio tangencial de fronteras y países. Los países están muertos porque no ofrecen al vecino nada más que una imagen de otro desastre en otro lugar. Las crisis son globales, y así a algunos les afecta el espíritu turista y a otros nos conmociona que lo global sea sencillamente un maquillaje de la experiencia extra nacional. Pensamos en el mundo como un conjunto de países y sabemos que esos países cambian a cada instante y que no conservan ya la imagen cristalizada de postal que una vez tuvieron. Desde esa premisa el tiempo no parece estar medido por la dinámica de los encuentros con lo extraño, fremd, sino con cierto espacio para la comprensión de uno mismo en un entorno casi clausurado de antemano. Resulta extraño pensar que este proceso puede pensarse bajo aquel verso de Celan: el tiempo vuelve a su cáscara. Y de tal modo, volvemos quizás nosotros a una provincia posible aún para recuperar la experiencia del asombro, y así también, recuperar la experiencia de la muerte.


 

 

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