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La casa de Dostoievsky, de Jorge Edwards

El poeta como fetiche del sueño de la juventud

Felipe Ruiz

Cuando hacia el año 2000 llegó a mis manos Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, una conmoción enorme me atravesó. Sentí que estaba en mi poder una obra mayor de la literatura, y lo que es más, una novela que me identificaba plenamente como poeta. Por aquel entonces, muchos nos iniciábamos en la arena de la poesía y el impacto de Los detectives salvajes sirvió para acicatear la búsqueda de una “realidad” literaria más allá de la lectura personal: la realidad de los talleres, de las lecturas, de la bohemia y, en cierto modo, la realidad de la vida. Pero ahora, ocho años después, el chiste me sabe a viejo. Y es eso mismo lo que convierte a una novela como La casa de Dostoievsky, de Jorge Edwards, en un fetiche del sueño de la juventud poética. A grandes rasgos, la obra narra la aventura de un personaje nombrado como el poeta, que acompañado de Eduardito y el Chico se lanzan a la aventura de la bohemia santiaguina en calles para nada marginales ni aguerridas: Lastarria, Monjitas, barrio Ñuñoa. El poeta se ha enamorado de Teresita Echazarreta, una cuica del barrio alto que de seguro tiene fantasías jugosas con los poetas del lumpen santiaguino. La novela se conforma de pequeños capítulos que van narrado a buen pulso las aventuras de el poeta, a la par con que va mostrando (era que no) el crecimiento y maduración en la vida de los personajes o sencillamente su ruina.

El acierto de Edwards (el que seguro debió valerle el premio Planeta – Casaamérica 2008) es el de situar su historia en un Santiago de los años 40` 50`, ambientando las aventuras de los personajes en un mundo mucho más segmentado socialmente. Por eso, lo meritorio es devolvernos las imágenes de Dandy en el esplendor romántico de la época en la cual se constituye plenamente, y transformar esas imágenes en insignes personajes. Pero hasta ahí llega su acierto. La mayor parte del relato se contenta con mostrarnos la vida e iniciación de los jóvenes en la poesía, sin profundizar en modo alguno en lo que acaso sería el verdadero centro de esa conflictiva etapa: el dolor de perder la identidad en pos de la aceptación social. Es acaso la crudeza con que los personajes de Los detectives salvajes abandonan esa posibilidad lo que la vuelve una novela atrayente y magnética. En la obra de Edwards, por el contrario, el viaje juvenil se convierte en el fetiche de un público acostumbrado a lo predecible de este tipo de relatos, relegando a los otros personajes a un segundo modesto lugar y convirtiendo al poeta en el doble típico de héroe y mártir.

Alguien debería escribir la novela sobre los novelistas que escriben sobre poetas o, mejor, alguien debería hacer un poemario sobre novelistas que escriben sobre poetas porque me parece que el caso de Edwards, La casa de Dostoievsky surge como una obra oportunista, situada en un contexto y real y con una narración donde no descendemos ninguna grada, ningún peldaño, a palpar el dolor de los personajes. Me surge la duda de si, el enamoramiento del poeta, su amor por una cuica, no podría ser lo más prescindible de cualquier retrato que se quiera hacer sobre un poeta, y que de entrada esa obra parte así fallida, truncada.

Además hace ya bastante rato que los narradores chilenos se vienen repitiendo en esto del sueño juvenil que termina en tragedia. Me parece que así ocurre en Bolaño, cómo no en el autor en que nos hemos concentrado, en Zambra hasta cierto punto, y en Ampuero para qué decir. Si Bolaño mostró la pista en torno a un tema o poética narrativa repetirla es síntoma no de sólo de escasez de referentes, sino que gran parte de un público de corte profesional – liberal ha optado por relatos donde el principal tópico es la crisis juvenil y la adaptación del mundo adulto, aunque eso es concebirle mucho: en el caso de La casa de Dostoivesky, la muerte juvenil es simplemente una rabieta, la pataleta de jóvenes poetas que a lo más existen en la imaginación de un narrador que se lo ha inventado todo sin entender nada.

 

 

 

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