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Sergio
Coddou y Felipe Ruiz:
Distintos
y aventureros
Por Grínor Rojo
Artes y Letras
de El Mercurio. Domingo 30 de octubre de 2005
Se comentan dos primeros, y
muy diferentes, libros: Lyrics, de Sergio Coddou, y
Cobijo, de Felipe Ruiz.
Escribo esta vez sobre dos primeros libros: Lyrics, de Sergio
Coddou, y Cobijo, de Felipe
Ruiz.
Muy diferentes el uno del otro, en las antípodas del mapa poético
chileno de este momento, pero ambos significativos en tanto entregan,
cada uno a su modo, ya bastante y prometen más hacia el futuro.
Lyrics es, a mi juicio, un volumen de búsqueda y tanteo.
Obra de un poeta que conoce su métier, que ha oído,
rock sobre todo (de ahí el título del libro, sugerido
por Alejandro Zambra), visto -cine en cualquier cantidad y seguramente
de trasnoche- y leído, en particular a los clásicos
modernos: "Leer a Baudelaire o escuchar a Leonard Cohen; eran
aristas de un mismo rito [...] Nick Cave, Bob Dylan, Tom Waits, John
Cale, Neil Young et al eran la banda sonora de mis lecturas
(sí, solía leer enchufado a un walkman) de Lihn, Rimbaud,
Eliot o Pessoa" ("Liner Notes").
Direcciones múltiples
Habiendo dividido su libro en dos partes, "Paisajes artificiales"
y "La lira eléctrica (artificial landscapes' remixes &
samplers)", observamos a Coddou moverse en direcciones múltiples,
como un DJ Méndez de la literatura, probando, ensayando, poniéndole
al auditorio "temas" que sean capaces de desautomatizar,
romper expectativas, desarticular causas y consecuencias, a la vez
que consensos consabidos de todo orden: sociales,
estéticos, sexuales, con una carga contradictoria de hastío
y desasosiego que él acaso quisiera pero que no puede contener.
En "El pasajero viaja en María Schneider", Michelangelo
Antonioni, ocupante del asiento de adelante en el bus del poeta, contempla
el mundo por la ventanilla y concluye, como Darío y sus secuaces
de hace cien años, que "el arte es mejor que la vida".
Con todo, un hilo sentimental se le escapa a Coddou de vez en cuando,
en poemas como el brevísimo (y estupendo) "White noise"
o en "Alguien a otro" o en los poemas hoteleros, atravesados
éstos por una atmósfera de amor oscuro, hoteles que
no son "espacio ni materia ni fragmento del infinito", sino
"ausencia de estrellas" y "fachada imaginaria"
("Hotel de cuantas estrellas haya"). Pero, en el fondo,
"escindido de su paisaje", lo que el poeta de Lyrics
hizo es que "compuso uno nuevo" ("Especies de espacios").
Interesante en este libro es la serie "Lunametralladora",
que integran cinco textos, y que remite, con intención o sin
ella, yo no sé, a la tradición de la poesía irónica
sobre el satélite blanco, la latinoamericana del Lugones del
Lunario sentimental y hacia atrás, la del Jules Laforgue de
L'imitation de Notre-Dame la Lune. En cuanto a la segunda parte del
libro de Coddou, se trata de una serie de prosas breves que reiteran
ciertos motivos de la unidad anterior (la indeterminación de
lo que existe, el amor desolado,
"la vida que se va por el resumidero", Bonus crack), aunque
también agregan una nota autobiográfica y, pasticheando
al Eliot de las explicaciones a Tierra baldía, un oficioso
ofrecimiento de "pistas" de sentido, en rigor de especificación
de los vínculos que tienen algunos de los textos poéticos
con la música y las letras del rock.
Pienso, en fin, que los parientes más cercanos de la poesía
de Coddou no son tanto otros poemas y otros poetas como la narrativa
de un Alberto Fuguet o la de un Mauricio Electorat. Es el mismo sector
social, igual desencanto, iguales gustos e igual ironía.
Por el contrario, Cobijo, el libro de Felipe Ruiz,
es de una consistencia sin quiebres; se pudiera argüir que aperrada
en su fidelidad consigo misma. De punta a rabo, a lo largo de las
tres secciones que lo forman, el material de este libro se mantiene
unitario y su retórica también. He ahí el mundo
familiar de la pobreza urbana, americana, chilena, santiaguina, puesta
ella en diálogo con lo que contemporáneamente aún
subsiste, con los residuos andrajosos, por así decirlo, de
la sagrada familia occidental: griega, edípica, freudiana.
Literatura social, sí, pero con un nivel de sofisticación
que no han conocido ni conocen las expresiones típicas del
género. Hay en esto una novedad de vastos alcances. El lenguaje
favorecido por Ruiz es el del poema extenso, sin título, con
metros, ordenaciones y hasta tipografías dispares, aunque jamás
desarticulado, en el que se dan cita elementos provenientes de la
tragedia, de los clásicos chilenos (mucha Mistral, algo de
Neruda y una propensión experimental huidobriana y posthuidobriana)
y del lenguaje popular, que recorre un espectro que va desde el gíglico
materno hasta la "lengua coa y mapuñada": "la
tormenta destruyó/ el nido lárico/ brutal farsa/ compartimos
/ con otros de nuestra especia/ no parlamos al mapudunzu/ nunca oímos
el río de la infancia/ qué río/ un canal pasaba
por mi patio/ mi abuelo más idiota que sabio/ los pájaros
conocieron no/ nuestros nombres".
Los últimos poemas del volumen de Ruiz, todos en letras mayúsculas,
contienen su poética y dan cuenta también de su génesis.
Sarcásticamente, lo que se nos ofrece (o se nos ha ofrecido
ya a esas alturas) es una "Metafísica de la miseria humana".
Todo ello a partir de un escenario sobre el que se desplazan "Familias
subdesarrolladas y subarrendatarias". Y a lo cual el poeta agrega
una advertencia de origen: "En el inocente trazo de mi hijo/
Apretando el crayón entre sus dedos [...] entre supercarreteras
y señaléticas/ Entre cubos y números/ Cartonea
la poesía".
Distintos, pero aventureros ambos, los libros de Sergio Coddou y
Felipe Ruiz confirman lo que siempre supimos, esto es, que la poesía
es una de las pocas cosas que en nuestro país se agotan y se
recuperan, se enferman y sanan y que, aunque es posible, como escribe
Felipe Ruiz, que ya no sea un idioma "Divino", tampoco es,
por suerte y él también lo corrobora con su propio quehacer,
un idioma "Que olvidamos".