Sobre la infinitud del arte
Por Felipe Ruiz
Que el arte no tenga fin, no debería dejar de sorprendernos. Desde que en las Lecciones de estética, Hegel sentenciara el fin del arte, la “muerte del arte”, no deja de acosarnos una pregunta fundamental: si esta muerte del arte no es en realidad una expansión de las facultades y dominios del arte a un nivel que la civilización no ha conocido antes. Y si esta expansión es el real corolario de la muerte del arte.
La proliferación del arte no solo hace ver la buena salud del arte como tecné, sino también nos pone en evidencia que su manifestación excede con creces los límites disciplinarios. El arte originalmente debería indicar el camino que va desde la concepción ingenua de lo “artístico” a la ponderación de la experiencia del arte, que es distinto y a todas luces excede la parcela disciplinaria.
Si esto fuera así, el arte no deja de sorprender y fustigar nuestros sentidos. Cómo dejaría de ser así si la experiencia que hacemos del arte es la experiencia determinante de la estética ampliada y condensada a la determinación de la técnica en su más estrecha dimensión.
El arte pasa a ser así lo que Lacoue -. Labarthe ha denominado lo siniestro. Ello está presente en la visibilidad de los sentidos pero esconde un dominio, una familiaridad que es ajena y al mismo tiempo extraña, fremd, en la medida en que su determinación involucra al sujeto de la experiencia más allá de su calidad misma de sujeto, en un proceso que Hölderlin ha llamado el de la escisión.
La escisión es la a la vez la juntura/separación en que la experiencia se pone a prueba como medio expuesto de una técnica (arte) deslindada de conexión natural. En la medida en que el sujeto se vuelca hacia dicha experiencia el arte podría alcanzar así una resolución en su ilimitada proliferación.
