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"Vacío Animal" de Georgina Canifrú

EL FICHAJE POÉTICO

Por Felipe Ruiz

Vacío Animal es un buen título, que no va a la par con la calidad del contenido. Un material difuso, incluso pastoso, revela esta breve entrega de esta autora de la que muchos en el medio poético no tenían mucha noticia. Y es que este libro breve a ratos se vuelve tediosamente extenso a la hora en que el sentido poético se nos revela como una insustancial mezcla de versos que no denotan demasiada lectura. Posiblemente, el talento de articular un mundo propio e incluso una ética interna en cada obra poética vaya muy a la par con el bagaje literario que cada autor posea. Eso no significa que la obra deba revelarlo ex profeso, pero sin duda, cualquier lector avisado notará que Vacío animal es un libro más bien rudimentario en tal sentido.

Y eso no solamente porque el libro refleje un viaje insustancial, un imaginario inconducente, que no se ofrece como transporte de ningún proceso artístico de envergadura. Sino porque, y he allí el gran problema con este libro, se intenta superponer una cosmovisión existencial sobre un suelo estilístico de corte clásico, donde la naturaleza es el centro de una melancolía metafísica.

Sabemos que otros autores, en la línea de Gerardo Deniz, han explorado dicha construcción, curiosa, una superposición estilística sobre el suelo de una poesía evocativa y transfigurada. Pero en lo concreto, Canifrú no parece apuntar en el blanco, porque carece del elemento central que da curso a estas poéticas: la sutil destreza para marcar la diferencia entre la parodia y el pastiche, entre el homenaje y la cita indiscriminada.

Así, este libro parece a ratos transportarnos hacia un universo de inmejorable poesía, en pasajes oscuros y de hermética belleza. Pero en su mayoría, el libro es el redundante juego de construcciones preciosistas sino manejo de la sutileza y el adiestramiento de un mundo literario.

Un punto aparte.

El eje central de mi crítica al libro de Canifrú da pauta para hacer una pregunta. ¿Para qué se publica? No es necesario indagar en la intimidad de cada autor para ahondar en la oscuridad de la escritura inédita. Cada cual puede escribir en su hogar, o donde sea. Todos tienen ese derecho. Pero es posible que la visa de entrada para ser etiquetado como “artistas” o como “poeta” sea la publicación de un libro. La pregunta es pertinente cuando nos asomamos vertiginosamente a una nueva década y la cantidad de libros de poesía que se publica se ha duplicado. Algunos alegarán que pese a ello, aún faltan “espacios” para el arte. ¿Pero el arte necesita acaso de “espacios”? Más bien, el arte debe ser. El espacio puede ser un puesto en una  feria o una performance, pero pedir espacios para el arte, espacio para la publicación, la edición, la venta de poemarios, etcétera, refleja el sometimiento de esta escena nueva a la lógica de mendicidad estética que se ha venido imponiendo.

Mendicidad estética: imponer a como de lugar una literatura juvenil o de iniciación a modo de equitativo balance frente a los autores canónicos de la industria editorial transnacional, en espacios de distribución donde se puede encontrar un consuelo por la baja tasa de retribución comercial de los mismos. Una suerte de estratificación literaria, que da pauta para que la comodidad se imponga tal y como en la estratificación social por quintiles en Chile, es decir, como una marca de cada autor desde la cual puede dimensionar su condición literaria y sus propias limitantes.

Estas limitantes, son limitantes literarios, y eso es lo preocupante. Determina hasta dónde se puede escribir, qué mundos abordar, cómo se debe poetizar. Es por eso, sin duda, que la poesía actual, a no ser por excepciones que se cuentan con la palma de la mano, se encuentra en un terreno yermo.

 

 

 

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