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Presentación del libro Exhumada, de Marcelo Arce Garín

Por Felipe Ruiz

Marcelo Arce Garín (1976): La crítica lo ha catalogado como uno de los autores pertenecientes a la nueva promoción de poetas surgidos a partir del 2005. Su obra, ampliamente difundida en los espacios de circulación alternativos de Chile, le han merecido una mención Honrosa en el Concurso de Poesía de la Ilustre Municipalidad de San Bernardo.

Marcelo Arce Garín es un poeta que viene a sumarse a la lista de relevos de la poesía chilena. En los 90’, los poetas sintieron el peso de su historia, surgida a partir del conjunto de nuevos referentes – especialmente la poesía inglesa -, que vinieron a colmar sus precoces incursiones poéticas. En los 2000, los poetas pudieron deshacerse de los lastres originados de la exacerbación de lo literario, pedante y academicista de los poetas del 90’, pero no pudieron evitar el propio peso de su gran apuesta: que para ser poetas debían dejar su niñez en el clavo del liceo. Por ello, sin ninguna duda, se hacen cargo de la poesía generacionalmente, viven ese movimiento como ruptura y desfase de su propia colectividad. Pero eso no ocurre en el caso de los poetas desmarcados de cualquier lazo con la vanguardia crítica, de aquellos que han visto este anochecer en el borde de su velado descubrimiento: se trata de poetas como Mario Borel, Ángela Barraza, René Silva, Manuel Illanes y, por supuesto, el poeta de Exhumada, Marcelo Arce Garín.

Pero ¿de qué se trata Exhumada? ¿De qué nos habla? Malos poetas de mal comentar han llamado la atención sobre el parecido entre La Manoseada de Sergio Parra y la obra de Arce. Esos pésimos poetas pueden callar hoy, pues este libro no tiene nada que ver con la obra de Parra y no merece ese tipo de comparaciones. Sería oportuno indicar que el hecho de usar un personaje femenino en primera persona como hablante no transforma al libro en paradigma de otros. Criminal de Jaime Pinos también recurre a este tipo de hablante en primera persona sin que por ello se pueda hablar de un antecedente en el libro de Sergio Parra.

Lo considero una operación injusta, y no tan solo eso, peligrosa: recordemos que el libro de Parra es antecedente también de otros autores de la novísima, como Héctor Hernández Montecinos. Recuerdo que la Manicomia Divina del poeta Hernández también usaba la primera persona. Entonces, sería necesario entender que Arce no es un poeta novísimo, que no es una continuidad ni un nexo continuador entre la novísima y estos poetas, a los que no convendría llamar de un modo específico tan fácilmente, aunque yo, con  un pequeño viso aventurero, tildaría de poesía terrestre, o de superficie.

Y eso es lo que nos ofrece Exhumada. El reaparecer del cuerpo que es, también, un reabrise del cuerpo. Un aparecer desde sus fauces. Es la putifrunci que está en algún lugar, pero que no sabemos – intentemos frasearlo -, quién la nombra, desde algún lugar: es la Exhumada de un territorio viciado por un vacío de orillas y nombres. El poemario parte con un verso decidor:

A mi muchacho le gustaban los Ex

Los Ex fueron un grupo rock, pero también, sitúa ambiguamente el verso: son los ex. La vaguedad de aquel verso indica la necesidad de la exhumada de tener algún lugar desde el cual situarse para hablar. Ella le habla al muchacho. Pero ese muchacho, es también el que tiene los ex. Es por eso que podríamos decir que el muchacho representa el presente de la Exhumada pero en su pasado, fueron los ex. La belleza de este comienzo solo nos puede anunciar un poemario de excepción, y aquello se grafica en los versos que acompañan el segundo movimiento del poema

Oía la ronda de San Miguel
Mientras vendaban mis ojos

El juego infantil donde se vendan los ojos  - según un imaginario importado – es contrarrestado con la imagen devastadora de los vendados en dictadura. Se trata del vendaje vandálico de los detenidos desaparecidos y que pudimos ver en su exhumación. La ronda de San Miguel, que acompaña el juego de los niños, también acompaña al vendaje de los detenidos desaparecidos. Es una demoledora imagen que en todo caso no posee ni un ápice de inocencia. Por eso esto es poesía terrestre: proyecta sobre un espacio de superficies sin ser superficial. Se podría decir que son imagen superficiantes.

Pero Arce no se conforma con encasillar sus versos en una estructura predeterminada. Son también verso a verso, palabras que estallan en su propio devenir:

Folletín angular espía el sistema
Brinco uno a uno el pistilo de tu piel
Y canto lingualmente
El salitre de tu sexo

¿Se trata desde luego del sistema como lo comprendemos en la versión estupidizante de cierto “margen”? Desde luego, nos acostumbramos a pensar que debemos luchar contra el sistema. En el poema de Arce un folletín “angular” espía el sistema. El ángulo es desde luego la abertura, aquello que en su inclinación y pliegue encierra lo angular. El folletín, en cambio, es aquello que está para ser observado. El ángulo es tan sistémico como asincrónico, ya que funciona destemplando el carácter monádico del sistema.

El carácter de ese brinco va de uno en uno, tu piel, que en palabras simples va a convertirse en piel exhumada, revive en el inicio de un único comienzo: el pistilo. Ya la piel nos indica el carácter reversible de la palabra poética. Ella opera en su andar como en su reverso. Pero eso resulta del todo nefasto para la poesía, que es distinta de la palabra. Es por eso que uno a uno, el ángulo se cierra sobre la piel que es también piel en flor, y al fondo, un pistilo va a ser abordado.

Se trata de un acto que merece más de una palabra. Estamos llegando al sentido mismo de esta poesía de superficie, en la que habría que nombrar a otros como Borel y su eclécticamente diáfano Pagana y a Ángela Barraza y su refresco terrestre: Moradas. Se trata de un canto lingual, de un canto desde la lengua, la palabra escrita no alcanza a tocar la profanidad del poema porque este yace en el comienzo del verso.

Con esa única unión, y tan sólo ella, se realiza la unión entre la piel y el canto. La lengua canta uniéndose a la piel. El canto se une a partir de esta nueva lengua: una lengua terrestre. Quiero decir que el libro de Arce es un libro fumigante en relación a sus predecesores y sus pares.

Lo lingualmente está implícito en el verso como deslizamiento, desplazamiento y repaso sobre una superficie que contornea y quita lo áspero de lo escrito. Pero en ello se proyecta no tan sólo aquella superficie, sino también, el lugar de lo erógeno.

¿El salitre? Sabemos que este es un mineral que se encuentra en algunas regiones del orbe. Se trata de un mineral blanco y a su vez: salino. El hecho que esté depositado en el sexo indica que la sexualidad es vista en la Exhumada como un lugar de explotación.

Convendría indicar que Exhumada cumple con el requisito primero de todo poema: articula en versos aquello que podría traducirse en un discurso. Los recursos primeros de esta exploración de la palabra nos comunican con los orígenes del Canto. Este es el refrescante frescor de lo matinal, la palabra mañanera, temprana, y por eso mismo – aunque cueste creerlo – urgente.

Fue hace un par de meses ya que escribí un artículo en el diario La nación en que consignaba con entusiasmo la existencia, la aparición de cuatro poetas inéditos, pero que aseguraba ahí y aseguro hoy son el futuro de la poesía chilena: Marcelo Arce, Ángela Barraza, Mario Borel y René Silva Catalán. Llegar aquí, junto a Arce y su Exhumada, a los orígenes de este recomienzo de la poesía chilena, es del todo alentador y un honor. Hemos esperado mucho este momento. Pero los momentos que aún se esperan, son muchos.

 

 

 

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