
          
          Ilabaca Núñez, Paula. La perla suelta. Santiago: Cuarto Propio. 88 pp.
        El  nervio de las perlas
        Felipe  Ruiz
        
        
        Uñas que se descascaran esperando una purga:
        Esbozar unas palabras sobre el libro de  Ilabaca, La perla suelta, resulta hasta cierto punto paradojal pues la palabra  misma, aquí, es lo que parece, a simple vista, esbozada. Digo bien, pues, este  es un libro suelto, escrito de corrido y pisando los talones, y debo confesar  que mi primera lectura no adujo ningún problema sustancial o medular al  escrutinio pulcro de su propio relato.
        Sin embargo, fue  tras una segunda lectura donde me sorprendí. El libro posee, en efecto, la  soltura claro está, pero de una palabra urgente, de unas perlas que se tensan  en el cuello hasta romper el collar que las ata: la perla suelta.
        Encontrar esa  perla, que puede ser perla o puede ser plástico imitativo, no es tarea fácil.  Resulta ser un esfuerzo mayor detectar ante que tipo de apuro estamos, qué es  lo que puja, qué es lo que resulta suntuoso o demás, y aquello que realmente  encabalga estos versos.
        Tenemos un indicio  de este encabalgamiento: se trata de las Yeguas, figuras míticas que en este  libro son el ensueño mismo del poema, Yeguas que lamen y, supongo, pastan a la  orilla de la cama naranja donde la perla parece retorcerse en descaro, ganas y  agonía. Supongo que esta imagen es el sobresalto de un sueño en que la preñez  deja de ser espacio de conexión con el cuerpo, y se convierte en espacio  sacrificial, es decir, cuerpo preñado para ser sacrificado y no cuidado, donde  el terror, lo que aduce el terror es el nacimiento aquí de una nueva literatura  del cuerpo que ya está a la vista en otras poetas mujeres menores que Ilabaca.
        Aquí las Yeguas son  paridas, pero en distintas partes del cuerpo. En realidad lo parido estalla  como llagas en la piel, en los brazos, en las piernas, y dejamos ver que el  ámbito religioso donde se mueve el libro no es casual: se trata de una  oscuridad díscola a cualquier lectura canónica del cuerpo como lugar de rito  sea este en el catolicismo, en el protestantismo u otro. 
        ¿Qué tipo de  mecanismo permite semejante discordia? La introducción de la figura del rey, a  la cual Ilabaca parece rendir pleitesía, una suerte de amante amo donde el  patrón de enlace con el sueño se hace uno con el parto. Pienso: el parto como  paridad, el parto como marcha, el parto como partida.
        Mi conexión aquí se  abre al problema sustancial del aborto ya no como figuración, sino como  exclusión del Otro, del mal parido. Pienso en el poema La vida Nueva de Raúl  Zurita y de este modo en una forma de desconexión con la sangre en el amplio  sentido de la palabra.  En un libro  anterior yo usaba una palabra extraída del lenguaje de Lira para hablar sobre  este hecho: sangre yesca. Preferiría ahora evitar dicho proceder, pues esta  sangre es más bien sangre cortada, cortada como la leche, como el hambre.
        Este libro  retrocede sobre su frenesí para invocar un nuevo parto y una nueva relación con  el parto, donde ya no se coagula la palabra para proferir una nueva tribu, una  “generación” o una raza, sino la multiplicación de nuevas Yeguas prestas al  sacrificial canal y carnal.
        Un aspecto simple  la purga trágica.