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Tornería poética:
Las edades del laberinto, de César Cabello.
Por Felipe Ruiz
Es inevitable pensar en este libro como un punto de inflexión en la poesía lárica y Mapuche. Deslinda de un atiborrado juego de conceptos, de un archiconocido espectáculo de prejuicios, y se podría argumentar que en buena medida los friega. Sí: este libro pone en aprietos a la tradición de donde supuestamente viene, por que la tornea. O más bien: la hace girar a un acelerado ritmo para hacer desfilar un sin número de recursos a un compás nuevo.
Partiendo por su título, Las edades… nos muestran un universo amplio de recursos y construcciones que muchas veces nos reenvían hacia un tipo curioso de clasicismo. Yo diría que su mayor novedad se traduce precisamente en eso, traducir la tradición en forma y fondo de un modo que roza una entonación citadina y del todo curiosa. Es, sin más, puro espectáculo el que descuella en esta obra, pero un espectáculo colmado de un necesidad de decir. Nadie podría decir que Cabello no es poeta o no posee el duende necesario porque aquí hay de sobra.
Sin embargo, hay algo que me molesta profundamente en el tono en que se en – tona. Parece este poeta poseer una sabiduría recóndita pues a cada paso – sobre todo en la segunda mitad del libro -, se nos recuerda sentenciosamente que asistimos ante una orquesta antes que un individuo solitario tocando su trompeta. Todos nos hace pensar que Cabello necesita de la tradición lárica para situarse y mal o bien decir. Pese a que le da un giro necesario, no logra escapar de su órbita y construye a paso seguro sobre hombros de gigantes:
La tierra es un fantasma arqueado en los caballos
Helechos que sostienen
La luz de las colmenas
Yo no sé
La sangre de los muertos
Ni dioses enterrados en la cruz de las palabras
Sólo veo
Las noches y la herida
Y un pájaro que duerme colgado de los árboles
Aquí hemos levantado
Las sombras de una casa
Mi nombre lo detienen gigantes de madera.
Con todo, y pese a la rotundez que genera esta especie de orquesta atmosférica, Las edades… ofrece posiblemente el registro más original que circula en la poesía actualmente, aquella que ha llevado al crítico Grínor Rojo a llamarla “neo barroco Mapuche” pero que yo, matizando un poco, convendría en mejor llamar larismo sucio. Aquel, trabaja bajo la misma prerrogativa del larismo más convencional pero que no teme tratar aquello que su antecesor siempre denostó: la fuerza de una pobreza descarnada y sin nostalgia, la marginalidad lárica, el peso de la hecatombe cultural de los múltiples planos destrozados por el urbanismo más despótico. No me parecería raro que la poesía de Cabello no fuera más que la punta de lanza de un movimiento mayor - que ya tiene en Rodrigo Arroyo otro compañero de batallas – de renovación del espacio poético regional. Suscribo ese deseo de que así fuere y dejo al lector con un libro sólido en una editorial nueva y de gran proyección.