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La celebración del fragmento. Notas dispersas sobre Fosa Común
Por Antonio Silva
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
TS Eliot
"Cuando el artista Eugenio Dittborn acumuló un sin número de fotos anónimas, y por lo tanto, doblemente desindividualizadas, bajo el título “Fosa común” en una obra de 1977, su obra graficaba un trazo de unión solidaria con los familiares de detenidos-desaparecidos al decirles que sabía de las confiscaciones de identidad practicadas desde el Estado y al hacer saber de la impunidad de su dispositivo que borraba la traza del des-trozo en ausencia de nombres y firmas". La cita es de Nelly Richard – la insubordinación de los signos, 1994.
La cita me viene a la cabeza y a la mano a partir de la lectura del último poemario de Felipe Ruiz que hoy presentamos y sus múltiples y posibles conexiones semánticas e interdisciplinarias.
El lenguaje es ante todo una materia dúctil capaz de ejecutar operaciones que ningún otro mecanismo puede. Su densidad y materialidad adquieren posibilidades inconmensurables cuando se trata de construir una realidad. Nada nuevo, hasta el momento, veamos.
La editorial fuga ha acogido esta propuesta que porta en sí significaciones bastante peculiares a partir de la operación misma del texto. Escritura y reescritura, lenguajes sobre lenguajes. Realidades internas y externas. El habla de un tiempo, borrones y sobreimpresiones.
Fosa Común es un texto interesante pues se leen en él un correlato de voces y propuestas que han servido de marco referencial de Ruiz. El autor dialoga con las voces y al hacerlo las convoca también a comparecer como parte de su arquitectura textual misma.
La estrategia de Ruiz operativiza una poética relacional, que es deudora de sus compañeros de viaje y de las sedimentaciones que conforman su “poética de lector”
Fosa común es ante todo un lugar textual, una excavación expansiva en el paisaje de la lengua local.
Cava su fosa el poeta para disponer ahí los fragmentos de voces y jirones de textos que han sobrevivido al desastre del sentido. Como el gesto radical de Empedocles, Ruiz se sumerge en una lengua sin fronteras para narrar un territorio personal y común que naufraga en su pura enunciación.
Ese país, este territorio, ese paraje indeterminado que se nos aparece espectral mientras se recorren los textos de fosa común se parece más a la imagen horadada de una letra que apenas puede nombrarse a si misma.
Ruiz ha optado por cancelar cualquier euforia nominadora, su texto es un inventario de letras marchitas y mustias que revitalizan en conjunto el gran cuerpo de la lengua caída en la noche del desvarío.
Hay en el texto un olor mixturado. Palabras e imágenes pegadas con sangre y una trementina antigua sostiene visualidades fantasmales. La imagen al fondo de un lugar indeterminado; Lima, Santiago, Roma, quien sabe. El ruido de voces y citas, nombres, vocales y un abecedario infinito. Hay un cuerpo que aparece repetido y una voz antigua que dicta una contemporaneidad fatigada. Fosa común es un texto plural, por que podría ser la experiencia misma del lenguaje. Entrar desde la palabra a un recorte de tiempo. Ingresar a una cavidad del sentido posibilitado sólo por el goce de la palabra.
Ruiz pone en crisis su yo para hacer ingresar a su voz el crispeo vocal de una multitud. Se conforma asi un archivo que nos habla de un modo, de un estado de las cosas, de una data.
Pienso en Derrida en su idea de Escena. No hay Lezama sin Góngora ni Góngora sin Lezama. No hay Ruiz sin el recorrido textual de sus formaciones, ni tampoco lugar para su palabra si no entendemos las tensiones entre herencia y hurto. Felipe Ruiz toma prestada voces para oponerlas a las dictaduras Yoicas y sus certificaciones de originalidad.
Insisto en esa voz plural con la que hablar la crisis de la representación se hace posible.
Entre ese ejercicio especulativo de la lengua se ha levantado la “novísima” como ficción temporal. Como filiación histórica a una cadena significativa de estatutos y valoraciones Ella a mi juicio, no es sino la búsqueda de incersción en lo que Jean-luc Nancy ha demonimado “las inoperancias de la comunidad “, un deseo de pertenencia y temporalización de la historia , que por anquilosada y mutable, se hace extremadamente difícil de ordenar. Felipe Ruiz se identifica con esta unidad de tiempo, y al hacerlo colabora al juego adánico de pensar y re-pensar las palabras. La novísima, es un lugar , un refugio para autores que sortean la dura dificultad de levantar la voz en un tiempo sin historia, donde la palabra se ha desmaterializado hasta caer en un estado grave de pauperización.
La palabra es carnavalizada acá por la amenaza de su devalúo. Fosa común articula una lógica Bajtiniana por llamarlo de algún modo a ese movimiemnto donde los signos lingüísticos se esparcen en lógicas transindividuales sin por eso desactivar su identidad absoluta y dramática, internamente diferenciada y diferida.
Escritura y disgreción
Fosa común apela a una disgreción de la unidad del signo para desplegar su lógica de sentidos múltiples en una palabra difícil de autorizar. En tanto autoría.
Se abren acá dos puntos que me interesa mencionar. Una trama histórica (en tanto tradición poética) y otra de carácter preformativo al hacer calzar sentidos propios (del autor) a otros nuevos usos que conlleva la estrategia de “préstamo“ o “extracción”.La disgreción se activa en fosa común a partir de una intertextualiadad con otros texto poéticos y cómo en esos usos se logra pensar una posible escritura.
Escritura que creo adquiere una complejidad mayor que un puro ejercicio posmoderno al superar una idea de pluralidad entendida sólo como pura tautología.
Así por ejemplo la idea de literariedad que portan las referencias directas a la poesía de la Gran tradición, rebasan su condición de esencia, desembarazándose de la vieja concepción literaria que la ve sólo como un monumento cultural transhistorico. Una suerte de esfera sublime e inmutable, definida por valores estéticos propios, inmanentes e independientes de toda conexión social. Se genera una correspondencia dialéctica tematizada por autores como Lucien Goldmann, Gramscy o Raimond Williams, al determinar que cada tiempo, cada espacio, cada voz, cada subjetividad, tiene su particular referencia.
Fosa común logra armar en su corpus una realidad extra textual al proponer tiempos desajustados que lo sacan de una idea de temporalidad lineal. Es un texto interjectado con pulsiones de tiempos y contextos disímiles. Me permito aventurar que el texto logra ingresar a partir de estas característica a un terreno de posficción, es decir a una poética pensada en las fronteras de la novela, el cuento, el testimonio o la autobiografía.
Este “giro lingüístico” permite pensar a la obra Fosa común y en particular a su voz, mas allá de la tensión ficción no ficción, sobre todo en un texto pensado desde una noción territorializadora, asunto que valora fuertemente el prologista de la obra, Maurizio Medo.
Ya anotabamos en un comienzo que el nombre propio en fosa común no existe, que arma una realidad textual compleja y en si extratextual, pensamiento y lenguaje entran transformados pero recuperados desde el lenguaje mismo a partir de su libertad subjetiva por encima del sujeto. Por esto en el texto el autor descompone un orden para componer un desorden. Virtud que reconozco a la llamada “novísima”. Así el orden de una identidad abarcada , del nombre fijo y la realidad logran ser descompuestos en esta fosa común. Un orden autónomo pero alimentado en la literatura misma. Cuando referí al inicio la cita a Lezama, pienso que este texto, al igual que él designan un territorio textual en desorden, fragmentario y en disgreción, donde la voz que lo habla es un cuerpo fusionado a partir de la quema colectiva de textos , de otra posibilidad para las autorías, mas allá de las reservas de textos impresos e inéditos. La voz en Fosa común participa de la historia desde la elusión del yo para entrar y salir de una condición metatextual fija. En fosa común el poeta Felipe Ruiz hace conciencia de su narración intima y pública al mostrarnos abiertamente las manchas de sus ordenamientos textuales. Un diseño antropófago entre conciencia, texto y lugar.