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Palabras que faltaban: una relectura de Totémesis, de Sergio Alfsen.

Por Felipe Ruiz

A partir de una segunda lectura de este singular, importante y por qué no decirlo, intenso libro, se han abierto a mí una serie de inquietudes, de preguntas nuevas y aproximaciones no vistas, que pongo ahora a la luz de estas palabras que, seguramente, faltaban, sobre Totémesis, de Sergio Alfsen.

Quisiera evitarme aquí el rodeo de continuar una floja discusión anterior con un interlocutor conocido, ya que en tal caso me parece que no haríamos sino caer en un círculo sin salida de contra respuestas, de dilemas fatuos y de argumentos sin sustento, que por lo demás, es algo a lo que nos ha acostumbrado la crítica entusiasta, pero en algunos casos, insustancial, de algunos exponentes del medio.

Aclaro aquello, procedo a mi aproximación. Lo primero: Totémesis es un libro que surge en un momento particular, como todos los libros de poesía importantes, pero que además posee la característica de sintetizar una imagen fotográfica de la realidad a la que es consustancial. Esta realidad no es ni la chilena, ni la latinoamericana, sino la realidad de la poesía hoy: su absoluto entre cortamiento, su reducción necesaria e incluso forzosa, a la unidad de la palabra, a las piezas, si se quiere, de donde el lector queda casi imposibilitado de establecer cualquier tipo de meditación.

Lo que es Totémesis, en este sentido, es el negativo – como su portada -, de una fotografía del lenguaje, de un lenguaje particular, en este caso, de un corpus autónomo, pero cuyo flujo posee la alimentación externa de algo así como un diccionario mental. La suerte que corre en el orden de aparición de las palabras, no es en ningún caso un juego aleatorio, sino la estructura misma de la fotografía artística: la del montaje.

El montaje en Totémesis no es una estructura, ni siquiera es una disposición de elementos. El montaje aquí es el doble de un espacio natural de la poesía, o, en otras palabras, el montaje es el doble de la naturaleza. Esto posee alcances enormes. La poesía ha sido siempre afincada de acuerdo a su apelación a un orden cósmico tributario de la naturaleza, de la Physis, y por tanto, de un mundo físico natural. Nada de eso hay aquí. Lo físico es maquínico a más no poder.

Quizás por eso lo que más llama la atención de este libro es la fuerza que mana desde la invocación a un Tótem animal que no es el animal natural, no es, por tanto, sin más, el animal. Sino su doble, la máscara, de la cual el sujeto extrae su fuerza. Este doble posee un carácter somático, pues implica que el hablante se debe a su Tótem. Y que la energía de su poema es tributaria de la de este animal.

El lenguaje médico al cual apela Totémesis es la plegaria o, más bien, el rito de iniciación del nuevo animal. Porque lo que pone en escena Alfsen es que su libro es un ritual de iniciación que aquellos convocados a él, son parte de una tribu.

Pero esa energía, que el autor despliega a lo largo de sus páginas, parece tener un límite. En tanto es solo energía, nunca, inspiración – para serlo, debería extraerla directamente de la naturaleza -, lo totémico es fuerza que priva a la palabra de su origen. Es en este sentido una palabra que se desplaza en la superficie y por tanto, carece de fundamento. Pero incluso para desplazarse a través de esa superficie, debe haber un piso, un basamento, sobre el cual montar el montaje.

Quisiera aquí recurrir a un argumento anterior, aparecido en mi artículo Aún hay experimentalismo, de la Revista Contrafuerte. Existen dos modos sobre los cuales un poema puede apoyarse frente a la tradición. Estos son: genealógicos y literarios. El más tradicional es este último, ya que las filiaciones literarias pueden establecerse en vínculos diversos y dispersos, que se extienden en el tiempo en momentos diversos y dispares. En el primero, lo genealógico reviste el carácter de contingente, ya que el poeta se apoya en lazos directos, en filiaciones empáticas concretas, que son libros, presentaciones, camaradería, y otros. Es precisamente en este último punto donde se apoya Alfsen, pues su vínculo con la poesía de Paula Ilabaca o Héctor Hernández, estoy pensando sobre todo en La ciudad lucía de Ilabaca, y Correspondencia con mi madre cuando ambos éramos pirómanos,  de Hernández, son evidentes.

No hablamos en ningún  sentido de plagio, de copia ni siquiera de influencias. Solo especular, que la experimentación desatada y feroz de Totémesis no hubiese sido posible sin ese vínculo, dado que entre la poesía de los noventa y esta otra, que inaugura su libro, junto con la del colectivo La faunita, está la de estos autores.

Para finalizar, nada más que destacar la portada, digna del contenido del libro y además, pintura muy aclarativa respecto del papel, que le toca a la poesía, cumplir en esta década.

 

 

 

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