DISPOSICIÓN AL VIAJE
Por Felipe Ruiz
Tengo la rara certeza de que el movimiento estudiantil y las marchas del último tiempo han tocado una llaga en el medio literario chileno. Esa llaga tiene que ver sobre todo con la mediocridad y el carácter plástico y maqueteado de muchas reivindicaciones que los literatos viene ejerciendo a modo de programa definido de marketing literario, y que el sentido práctico de las marchas – su creatividad y cero interés de merchandaising -, ha venido a refutar.
Esto no es nuevo y queda deja en general al descubierto la pereza disfrazada de ocio en muchos momentos históricos de la literatura. Nietzsche hablaba del filisteísmo cultural, para definir cierta actitud complaciente y aceptante del estado de cosas que muchos personajes de la cultura alemana adoptaron después de la guerra con Rusia. Durante el último tiempo, y como preludio a las marchas, se vio en nuestro medio literario una tendencia al activismo cívico y la participación política que no obstante no era consecuente con una acción real en el campo social. Su impacto era escaso y más bien dice relación con una comunidad específica del circuito literario, y que no era capaz de aglutinar una fuerza mayor a la dada.
Los encuentros literarios y las lecturas hasta antes de la generación del movimiento me parece que rotaban autores sin apuntalar de modo directo el centro del asunto. Sin ir más lejos, el concepto de “crítica” queda en tela de juicio frente a la experiencia de este movimiento.
Me parece ver que bajo la rúbrica de crítica se pone en juego nuevos elementos en el tapete de una praxis y no de un mero soporte teórico para la reducción o elevación de un texto. Sin demasiados rodeos se puede admitir que no se puede soslayar el hecho de que la praxis crítica es más poderosa que la praxis literaria y que por tanto no se puede entablar un diálogo desde la crítica sin tomar en cambio como recurso de análisis la praxis misma de la crítica.
Hoy se nos habla de un modo extraño a este respecto, y la reacción de la literatura ha sido defensiva. Los límites de la realidad literaria parecen, desde ese punto de vista, ser confusos frente a un marco social que parece solo aparentemente contradictorio, solo para quien busque enredarse en teorías y prejuicios. Hoy por hoy, y como en los tiempos de Adorno, parece que la praxis viene nuevamente a rebatirle a la crítica su espacio convexo de acción y a ajusticiar a la letra, pero no a toda. Lo demás es solo conjetura.
