Los nombres para la casa allanada:
Sobre un libro de Mariela Malhue
Por Felipe Ruiz
Una casa. Ese es el escenario donde se desarrollan las más de 70 páginas del libro Estancia y Doméstica, de Mariela Malhue. El escenario lo hemos visto y a mi modo de ver el poema se emparenta de modo directo con aquel célebre poema de Héctor Hernández, El sueño de la casa propia. Pero el resultado aquí resulta más ambicioso (aunque más desarmado), y las páginas se suceden de modo ágil, y uno como lector tiene la sensación de estar presenciando un libro que se ha escrito de corrido y quizás en una sola noche.
El modo diverso en que los poemas presentan los múltiples hablantes de este libro van configurando una suerte de trama, en que finalmente la casa resulta ser un espacio maldecido por la figura principal del poema, un personaje femenino que desdibuja su interioridad sin nunca caer en lo grotesco de lo erótico (lo cual se agradece). Este personaje femenino desarrolla, como hemos dicho, múltiples voces, pero la principal es siempre agónica y gutural, hablando desde un espacio de casa entre ficticio y fantasmagórico que podría ubicarse en cualquier tiempo y lugar, y que por tanto es ubicuo en su lejanía.
Malhue parece manejar el oficio del poema extenso con destreza y nunca se agota uno en lo reiterativo, en la repetición a veces cansadora que algunas exponentes incluso más avezadas en esto del verso largo parecían caer. Sin embargo, a ratos me parece que el libro no desarrolla a fondo su propio sentido poético, es decir, no logra transmitir una voz coherente con lo chocante de la propia situación de encierro, como si el propio goce del dolor lacerante de este pareciera a ratos ser una máscara que oculta una escritura por la escritura, o lo que podríamos mejor llamar, una escritura por aburrimiento.
Pero en la mayoría de los casos, esto no ocurre, y el libro de Malhue logra transmitir una literatura claustrofóbica sin caer en los regímenes del cuerpo como territorio, del territorio como espacio del género, y todo eso que se dice del mundo de los hablantes femeninos. Por suerte para ellas (y para el lector), el espacio de la casa acá es el epicentro de una comunicación muy íntima entre la voz femenina y el quehacer doméstico desuturado, es decir, doblegado a más no poder. No estamos en presencia de los “pequeños deberes” que en el excelente poema Gran Avenida de Gladyz González lograban calmar la ansiedad esbirra del hablante. Acá la casa es un lugar caótico y siniestro que no ofrece escape ni gloria en sus quehaceres, y no queda más que habitarla para deconstruir su figura abstracta más que real, simbólica, en buen caso.
El libro de Malhue parece opacar, en su modesta factura, incluso otras producciones de más pompa y más aplausos con su voz moderadamente feminizada y sin caer en las torpezas de la eroticidad a destajo, y eso, como lector, lo agradezco. Parece además manejar una inteligencia inusual y medir palmo a palmo los espacios en blanco de la página que va depurando con astucia, incluyendo algunos giros experimentales que vienen al caso. Bien por esta opera prima, que esperemos resulte de una promesa futura en la poesía escrita por mujeres.