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La contemplación

Felipe Ruiz





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El largo camino que conduce desde la sala de estar hacia el patio de árboles empinados hacia el otro lado del camino le reciben todos los días cuando va a meditar. En el pasillo, el eco de los transeúntes y pacientes del hospital donde trabaja pareciera turbar la cavilación del pensador en medio de una reflexión muy sencilla: preguntarse por el Ser, en medio de un hospital donde perviven apenas pacientes casi agónicos pareciera ser un insulto a la experiencia. Pero un dato como ese no debería turbar a una mente presta a dejarse llevar por la fuente superior de la pregunta por el Ser y la pregunta por el hombre en medio de su imagen descompuesta. La turbación al pensamiento es propia de la sociedad contemporánea y el concepto fundamental de esta turbación es la reducción. La reducción, de cualquier ámbito de la experiencia del pensar, implica la subyugación de los pensantes al ámbito del trabajo y del esparcimiento mediáticos. Porque la reducción es más que sencillamente la banalización, es más bien la conversión en baladí del pensar.

El pensamiento, vuelto baladí, es en sí lo comunicable y convertible en recuerdo de pensar. El destello casi fugaz de un concepto en un pensamiento iluminado no parece ser tan rápido como las conexiones inalámbricas de las telecomunicaciones. El mundo reduce todo lo  que no puede convertir en materia monetaria a parcela de lo incomunicable, de lo intraducible, e incluso de lo intransable. La escritura para uno mismo es lo que está en cuestión en este asunto, pues el ansia y el requerimiento por publicar y mostrar lo escrito está demasiado vuelta hacia el exterior de la comunicación con el mundo, volviendo baladí el acto de escribir en la misma medida en que escribir se vuelve un acto para otros.

¿Para quién debemos o escribimos entonces? Escribimos para el Ser y para esa voluta casi intangible que es la experiencia propia en la soledad. El Ser no es un auditor ni es un lector, sin embargo, es más alto que cualquier lector o auditor. Significa esto que debemos abogar por el retorno a una vida contemplativa y hasta cierto punto retraída de la vorágine de las comunicaciones, pues sólo ese retorno garantiza la enmienda por la cual la donación de los dones es aún posible para las generaciones futuras. La contemplación es el vínculo por el cual los pensadores y los poetas logran el vínculo con el Ser, pero no es, en ningún caso, la escritura el modo por el cual los escritores se ganan el apodo de personas contemplativas frente a los otros. Su extrañeza frente al mundo es la garantía de que para el mundo sigan siendo extraños, pero no para el Ser.


 

 

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