Contra la muerte por mano propia
Felipe Ruiz
Durante estos días, hemos sido testigos de una noticia altamente alarmante: la muerte prematura de la cantante Amy Winehouse. Muchas veces se confunde esta inclinación a la muerte con un acto voluntario – y casi deliberado -, de una muerte voluntaria. Esto nos da que pensar.
En efecto, muchas veces el dinero no es garantía de una vida feliz y ni siquiera de salvaguardarnos de la depresión y la angustia existenciales. Siempre que alguien muere por mano propia, se le atribuye una mala racha económica y problemas sentimentales. La experiencia nos indica sin embargo que la muerte por mano propia son producto de un dolor que no depende del amor de pareja e incluso no depende del dinero. Existen, a mi modo de ver, faltas de un afecto básico y sustancial que predetermina a ciertas personas a la muerte por mano propia. Ni siquiera la mentada anomia significa algo en este caso.
Nuestra sociedad le atribuye a la muerte trágica un sentido casi ontológico. Los media nos hablan de sujetos predeterminados a morir e incluso, el mismo sentido catártico de la experiencia trágica nos lleva a atribuir un sentido a la muerte que es en general la muerte del sentido. Pero incluso allí donde los media nos indican un sentido genérico para esta experiencia, subyace algo más profundo que tiene que ver con la naturaleza en general de la vida. Porque darse muerte uno mismo es el acto más antinatural y es por lo mismo la experiencia más radical que un hombre puede tener en su vida, que es, incluso, la de su propia muerte.
Soy en todo caso de los que cree que la vida siempre nos da una oportunidad. Esta oportunidad me parece significa no abandonar la vida si en cambio somos capaces de ahondar en el mundo sin egoísmo. Solo cuando logramos reestablecer nuestros sentidos básicos somos capaces de superar nuestros miedos y carencias afectivas para que el mundo mismo nos reintegre de un mundo natural al curso de la vida.