FOSA COMÚN de Felipe Ruiz
(Editorial Fuga, 2009)
Por Anita Montrosis
La lectura siempre es una excusa recurrente para detenernos a contemplar, así lo es también la lectura de Felipe Ruiz que nos invita al sondeo de la voz poética que está en permanente discurso con la historia, con las ruinas, con los muertos y con todas aquellas imágenes que parecieran ser distintas, pero que sesudamente se hilan, a tal punto que nos provoca una alerta, un indicador insistente, una constante interrogante que el autor va devanando, ya sea en un cotidiano o en un submundo, porque es difícil hacer un rompecabezas cuando las piezas están dispersas y solo en el delirio es necesario toparse con los cadáveres.
Fosa común es el tercer libro de Felipe Ruiz (1979) cuya trayectoria poética se vincula a la “novísima generación”. En su primer libro Cobijo (LOM Ediciones 2005) el autor ya nos había anticipado una vinculación con el padre, la madre y el hijo como aquellos espíritus vivientes que reaparecen en Fosa común / Exquisitos cadáveres cruzados cadáveres helados en la cara en los pies/ de mi madre /de mi abuela/de mi padre/.
Este es un libro, desde donde el título mismo nos revela que los antifaces son los que deambulan entre el ayer y el hoy y que tal vez mañana aparezcas esos nombres sin rostros, y que esos o aquellos fantasmas que transitan por la ciudad eliminen las máscaras de una historia que es difícil de escribir así como de olvidar. Si bien es cierto Felipe Ruiz en su segundo libro Arquero (Editorial Fuga 2008) nos había enseñado que la tragedia es una experiencia enriquecedora, donde el lenguaje se arriesga hasta dejarnos vulnerables, así como se arriesga ahora Ruiz en una poética híbrida y profunda.
Fosa común es un cálculo estructurado hasta la esencia misma de la palabra, porque Felipe desde un comienzo no se cansa en reafirmar un habla que a simple vista pareciera ser de fácil ojeada y en su breve trayecto se hace extenso, penetrante. Aquí el autor en la búsqueda de la verdad y en ese infatigable desencanto se remonta a las raíces, a la tragedia, a su lima, a su Grecia en ruinas.
El hablante se encumbra agudo para recurrir a las respuestas, se interroga y se retuerce en aquellas preguntas que giran en una actualidad en decadencia, en una actualidad inconclusa que duele, porque duele ser parte de la misma fosa, entonces se desprende espontáneamente que la carencia de títulos es este libro no es una mera casualidad así tampoco lo es el imaginario poético que se presenta con toda su estenografía posible, menos es casual el formato de esta obra, porque en la geografía de fosa común que nos presenta Felipe Ruiz florece una rosa, una rosa tal vez triste, tal vez ilícita, tal vez imperfecta, pero al cabo una rosa con todo lo que esto implica, con su belleza y con su espina como /florece la rosa del mundo/.