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Viola, piano, fagot, voz y bandoneón
El quinteto imperfecto. Francisco Rivas. Editorial Ceibo, Santiago 2018. 266 págs.
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 19 de agosto de 2018
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Según los editores de El quinteto imperfecto, última novela de Francisco Rivas, en Latinoamérica hay una querencia, una predisposición política hacia un sistema conocido como Sucesivismo, que sería una forma de perpetuación de modelos dictatoriales detrás de los cuales se esconden empresarios, banqueros, especuladores y los dueños de la tierra. A mayor abundamiento, Simón Ramírez, el protagonista, medita: "Tenía mis dudas, podía ser una maniobra del Sucesivismo, cuya mano múltiple y hermética siempre se revelaba ante un prolongado período democrático (...). No era posible saberlo, como tampoco desde dónde operaba esa máquina sucesivista en el continente (...). Quizás desde el gobierno del imperio en Washington, (...) ¿del tea party?, ¿tal vez de la junta directiva de la Coca Cola?, o traspasando poder a entidades más poderosas, universales y operativas como Google (...). Si ellas en conjunto habían logrado instalar a una colonia humana transitoria en Marte, cabría preguntarse qué importancia tendría para ellos un golpe en este país. La respuesta: los recursos de todo tipo y la disponibilidad de estos. (...) Por lo demás, teníamos el ejemplo del agua, ahora podría ser el litio, el renio, el rodio, lo que les fuera más lucrativo (...). Se sobreentendía la suspensión de las libertades individuales y colectivas; la represión selectiva al principio y sistemática después (...)".
Todo esto es, por supuesto, pura paranoia y Rivas lo sabe, ya que sitúa la acción de El quinteto imperfecto entre los años 2022 y 2030, en un ambiente dominado por las mismas fuerzas oscuras de siempre y al cual se oponen veteranos de las guerrillas que lucharon contra dictaduras recientes, junto a nuevos militantes de la más variada clase, incluyendo a seres tan estrafalarios como el Rastrillo, pescador de origen mapuche-japonés o Purcell Moya, desertor de uno de los dos portaaviones norteamericanos que están por apoderarse de la Antártica, ante lo cual el soldado provoca explosiones nucleares que destruyen a los invasores. En verdad, si juzgamos El quinteto imperfecto por su verosimilitud, la ficción no pasaría una prueba de mínima credibilidad.
Sin embargo, esa no es la manera correcta de evaluar este libro. Rivas es uno de los autores más cultos de nuestro medio y su erudición se expresa en conocimientos sobre botánica, zoología, biología, física, matemáticas, astronomía, humanidades y de un cuanto hay. Con todo, lo más interesante de El quinteto imperfecto reside en lo relacionado con la preparación musical del escritor, quien aquí da rienda suelta a episodios acerca de diversos practicantes de ciertos instrumentos, que Rivas envuelve en leyendas ancestrales o en mitos abracadabrantes.
Así, cada capítulo de El quinteto imperfecto se denomina según el artefacto melódico que presidirá el relato: viola, piano, fagot, voz y bandoneón. La viola, objeto del primero, comienza en un recinto del sur de Chile mientras una intérprete hace de sombra de otro, es decir, está detrás suyo cuando se desafina, se rompe una cuerda u ocurre algún incidente de esta naturaleza. Y tal como sucederá en el resto de El quinteto imperfecto, esa teoría sirve para llevarnos a Italia, en especial a Cremona, donde se fabrican los mejores violines, violas y violonchelos del mundo. El piano da lugar a una macabra intriga en la Rusia de los zares: un virtuoso impar es objeto de la envidia de un melómano mediocre, quien primero le rompe los dientes (el castañeteo marca el ritmo de sus manos), pero como ello no le da resultado, instala una especie de guillotina sobre las teclas, para así cortarle los dedos, por lo que ante la inminente presencia de la corte imperial, recurren a un curandero de origen mexicano. El fagot nos traslada a la historia de su manufactura, a Quito y al aporte que los ecuatorianos han efectuado para el inefable e inconfundible sonido de esta dificilísima maquinaria perteneciente a la sección maderas de una orquesta sinfónica. El episodio culmina en una revolución en el teatro Municipal de Santiago, donde se da muerte por envenenamiento a dos usurpadores que rigen el país y mediante helicópteros y aviones se procura la fuga de los fagotistas. La voz es la de una mezzosoprano, aunque en verdad corresponde a la de un contratenor, quien es nada menos que nuestro conocido Purcell Moya, cuyo timbre aflautado le causa problemas al interior de la machista marina estadounidense. De paso, se nos narra su biografía: originario de Texas, Moya es enviado a un pueblo de Bélgica, donde su abuela dirige en pleno siglo XXI, un rico comercio de cantantes castrados (el registro de contratenor es imitación de los antiguos castrati, que entregaron gloriosas versiones de óperas barrocas). Por último, el bandoneón obviamente nos conduce a Buenos Aires, a Aníbal Troilo, a Piazzola y a ejecutantes de eso que parece un acordeón, aunque suene distinto.
Mientras tanto, ha habido levantamientos, luchas armadas, emboscadas, insurrecciones que nacen de la clandestinidad y también actividades surtidas de múltiples personajes, entre los cuales destacan Ana y Rosella, ambas amantes de Ramírez en diversos períodos de la narración. Rivas no se hace ningún problema en la caracterización psicológica, de modo que se contenta con la participación de actores muy peculiares y talentosos. Pero a estas alturas El quinteto imperfecto nos ha proporcionado tanta información, que tal vez sería excesivo pedirle más.