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El Informe Mancini de Francisco Simón Rivas: la doble ficcionalización del referente

Carlos Hernández Tello

 


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Dentro de la tradición literaria latinoamericana es posible encontrar novelas que, empleando múltiples lenguajes y recursos artísticos, logran desarticular los discursos hegemónicos de la historiografía, constituyéndose así como enunciados literarios que plantean una perspectiva alternativa que desestabiliza las concepciones unívocas de comprender la narración histórica. Casos emblemáticos de esta tradición son novelas como El Arpa y la Sombra (1979) del escritor cubano Alejo Carpentier y Los perros del Paraíso (1983) del narrador argentino Abel Posse, en las que la versión oficial de la imagen de Cristóbal Colón como el “descubridor de América” es absolutamente desestructurada, proponiendo de este modo, y bajo los parámetros epistemológicos de la ficción y la verosimilitud, una mirada alterna del hecho histórico cuya función es desestabilizar la visión de los acontecimientos históricos oficializados por un sector social y cultural hegemónico. En este marco reflexivo, la novela a analizar en esta sección, El Informe Mancini (1982) de Francisco Simón Rivas, obedece a los parámetros conceptuales de un discurso literario que promueve una sustitución del referente histórico[1], pues si la novela como género ya constituye una ficcionalización del referente, en esta novela de Rivas se produce un doble proceso de ficcionalización, lo cual se traduce en la incorporación al imaginario cultural de episodios históricos que no figuran en ningún manual o catálogo, independientemente de la mirada ideológica de la cual se trate[2] . En este sentido, episodios como el advenimiento de una guerra civil en Chile durante la dictadura, en la que se enfrenta un grupo militar, representado por un Consejo Insurreccional, frente a un sector amplio de militares partidarios aún del General y de su dictadura, trazan un itinerario de episodios que conducen a examinar en profundidad no la factualidad de lo narrado, sino qué función cumple en la narración de la violencia esta reelaboración del relato histórico nacional. 

Como marco inicial, es necesario señalar que la novela El Informe Mancini constituye el relato de una guerra civil desencadenada en Chile en un año indeterminado, pero que puede inferirse que ocurre a mediados de los ochenta. El relato se inicia cuando Jesús Mancini encuentra bajo la tapa del ataúd de su abuelo, Giovanni Mancini, el documento llamado “Informe Mancini”[3], escrito por su padre. El narrador de la novela se constituye como un ser que articula su relato en base a las fuentes existentes sobre la Guerra civil que asoló al país. Básicamente, el análisis que este narrador hace del Informe se sustenta en el aporte que realizan los Cuadernos de la guerra civil y las Aproximaciones que conforman el marco estructural de la novela. De este modo, El Informe Mancini expone la lectura que realiza un exégeta anónimo sobre el documento redactado por Jesús Mancini.

Como decíamos, el relato se inicia cuando Jesús Mancini hijo encuentra el Informe en el ataúd de su abuelo. Posteriormente, y ante el inminente golpe de estado que preparan los militares rebeldes que han desafiado la autoridad del General, este último efectúa dos atentados contra sujetos que amenazan con desafiar su autoridad y su vinculación con Cubresuelo, un movimiento internacional de larga data que ha sido el principal impulsor de las dictaduras latinoamericanas, así como la pretensión de instalar en el continente el viejo proyecto bolivariano, pero con inclinaciones abiertamente fascistas. Una vez declarada la guerra civil, la cual divide al país en dos regiones separadas por un muro construido en la periferia de Santiago, dos son los personajes en los que recae la atención del narrador, los cuales operan por carriles paralelos pero con motivaciones diferentes. El primero de estos personajes es Jesús Mancini, el redactor del Informe, quien se ha autoimpuesto la titánica labor de desbaratar el funcionamiento de Cubresuelo, así como también de dar a conocer su existencia ante la opinión nacional. Para poder materializar su proyecto, Mancini viaja a Argentina para entrevistarse con informantes o ex integrantes de este movimiento, viaje que lo catapulta obligadamente a Europa. Una vez que logra acumular los principales datos sobre el modus operandi de Cubresuelo, retorna a Chile para transmitir al Consejo Insurreccional la información que permitiría la victoria definitiva sobre el General, pero sólo recibe de parte de aquél un abierto escepticismo respecto de la existencia de esta red. Finalmente, Mancini es asesinado antes de que pueda convencer a las autoridades rebeldes de la veracidad de su informe y antes de poder transmitir a Jacinto González, apodado el Vendedor de Globos Terráqueos, la información que es producto de su esfuerzo indagatorio.

Paralelamente al relato sobre la gestión de Mancini, el segundo personaje sobre el que el narrador centra su atención es el mentado Vendedor de Globos Terráqueos. Este sujeto, de naturaleza tranquila y pasiva, entra en acción cuando el General, huyendo de sus guardaespaldas para encontrar un momento de soledad en las costas de Coquimbo, es sorprendido por un grupo de adolescentes scouts. Ante la sorpresa de esta aparición, el General dispara su arma hiriendo a Jacinto-Jacinto, hijo del Vendedor. Una vez que éste se entera de la noticia, viaja desde Santiago a Coquimbo para constatar que su hijo se encuentre bien, decidiendo cobrar revancha por la afrenta del General contra su familia. De este modo, el Vendedor envenena al General regalándole un globo terráqueo de chocolate. Consecuentemente, y tras sobrevivir al atentado, el General ordena la persecución y captura de González. Sin embargo, éste ha logrado organizar un pequeño grupo guerrillero que se propone como objetivo hacer frente a la embestida de las tropas del General, ocasionándole innumerables bajas y generando una serie de replanteamientos sobre la forma en que el Consejo Insurreccional ha gestionado su propia labor durante la guerra civil.

Ya situados en el terreno crítico, podemos afirmar que esta novela constituye un hito insólito en la narrativa chilena que ha relatado la violencia dictatorial. Esta afirmación se sustenta en la idea de que, tanto temática como formalmente, El Informe Mancini rompe con los parámetros establecidos para contar una historia. Si novelas como Casa de campo (1979) de José Donoso o Viudas (1978) de Ariel Dorfman se desconectan de la mímesis para referir una narración alegórica, la obra de Rivas lleva estos procedimientos discursivos al límite de generar un extrañamiento en el lector. Las causas de este extrañamiento se derivan, por un lado, del hecho de que El Informe Mancini reescribe parte de la Historia de Chile no necesariamente desde un punto de vista ideológico-historiográfico, sino que tal reescritura se sitúa, como hemos advertido, en una ficcionalización de los episodios de la dictadura. Por otro lado, el carácter inédito de esta novela puede ubicarse en el plano de lo formal. Asumiendo el soporte discursivo del “informe”, El Informe Mancini ficcionaliza además el oficio del exégeta. Respecto del formato de la novela, José Miguel Varas, en una reseña sobre esta novela publicada en Araucaria de Chile, señala: “La técnica de la narración es documental. El estilo es el que emplearía un historiador moderno, a ratos científico, a ratos periodístico; pero en definitiva, siempre novelesco” (Varas 217). Efectivamente, la técnica que se vislumbra en el relato es la de la articulación de muchos documentos que conforman el producto final, los cuales operan subordinados a la tipología del informe, esto es, a una síntesis presentada de manera organizada a través de lo que el narrador/exégeta denomina “Aproximaciones”[4] y “Anexos”. Estas Aproximaciones, veinticinco en total, constituyen la estructura discursiva de la novela que se orienta a analizar y transmitir interpretativamente al lector las vicisitudes del Informe Mancini, así como las de los personajes vinculados a su gestación y difusión.   
      
Por otra parte, un aspecto de El Informe Mancini que merece una atención más acuciosa es el del examen que en esta novela se hace de lo que anunciábamos como desestabilización del discurso historiográfico oficial. Al respecto señala José Promis en su trabajo “La historia de las ficciones, la narrativa de Francisco Simón” (s.f.):

Los relatos imaginarios de Francisco Simón construyen en su interior un referente también imaginario que se antepone al referente real de la enunciación. Sus ficciones crean una “ficticia” historia de Chile que les confiere la legalidad de “testimonios” de una situación histórica que en sí no ha tenido nada de imaginario. Dicha función testimonial que denuncia una realidad histórica concreta (Chile entre 1973 y 1990 a través de la elaboración de una alternativa histórica imaginaria, Chile durante la guerra civil) se lleva a cabo mediante la elaboración de textos donde la naturaleza del discurso, la posición asumida por su narrador y el desenlace de las historias narradas constituyen, a mi parecer, sus aspectos más sobresalientes (Promis 57-58).  

El referente imaginario al que se refiere Promis cumple precisamente la función que mencionábamos, pues tal ficcionalización no debe ser comprendida como una simple alteración temática, sino como un procedimiento mucho más complejo cuya pretensión es la de ejemplificar que sobre la historia se han enunciado versiones oficiales y otras subalternas, explicitando la jerarquía de las primeras por sobre las segundas. Es más, sobre este problema el narrador realiza una advertencia casi al comienzo de la novela, imponiendo como argumento que la documentación existente, el archivo histórico, en la mayoría de las ocasiones es tergiversada por un sector ideológico que ha adecuado dicha documentación para construir un relato unívoco y absoluto sobre los hechos del pasado:

Hoy día no es difícil tener una idea más o menos adecuada de lo que fue nuestra guerra civil. Hay monografías autorizadas que dan una visión relativamente completa y exacta de esos años. En el Centro para la Información de la Guerra Civil que funciona en la calle Compañía esquina de Morandé, puede el lector aplicado y diligente consultar esa inagotable bibliografía que constituyen los periódicos y revistas de la época, así como todos los testimonios gráficos (fotografías y filmaciones) como orales (grabaciones) que de ella han quedado. Hace algunos meses, buscando en ese centro algún material anecdótico para nuestra revista ‘Buena Memoria’, nos encontramos con esos Cuadernos. La lectura nos inquietó y aunque muchos de los hechos que en ellos se relatan no podrán ser nunca comprobados, el conocimiento de ellos y su atractiva credibilidad son del mayor valor para nosotros. Hay otros cuya verosimilitud no puede ser cuestionada y agrega valiosos detalles a la ya conocida verdad histórica (Si es que podemos afirmar que la historia tiene Una verdad) (13).

El fragmento citado introduce algunas marcas que vienen a corroborar la tesis de que El Informe Mancini es una novela con pretensiones desestabilizadoras, pues al afirmar que con el material existente “no es difícil tener una idea más o menos adecuada de lo que fue nuestra guerra civil” o el hecho de cuestionar la validez epistemológica de la existencia de una verdad histórica, lo que se realiza es instalar una perspectiva alterna sobre los hechos referidos. Esto explicaría por qué a Jesús Mancini nadie le cree de la existencia de Cubresuelo; a Jacinto-Jacinto sólo su padre le cree que fue víctima directa de una agresión del General. En este sentido, el Informe Mancini que transmite el narrador adquiere una funcionalidad de proyección de los discursos subyacentes de la historia en el imaginario social. Al mismo tiempo, la desestabilización del discurso unívoco por uno paralelo pero invalidado por la oficialidad, permite incorporar otro aspecto al análisis de esta novela. Si se acepta la tesis de que en esta novela se produce una alteración de la verdad histórica, se acepta también que los procedimientos literarios con los que se materializa tal alteración son los de la alegoría. En efecto, la ficcionalización de la Historia de Chile obedece a un parámetro semántico en el que la historia conocida es reemplazada por un sistema semiológico segundo[5], en este caso, la guerra civil y la formación de un Consejo Insurreccional que se ha rebelado contra el General. Por ello no es casual que toda alusión a fechas en el Informe Mancini sea exacta hasta el momento en que se debe mentar el año en que ocurrió la guerra civil: el narrador jamás proporciona ese dato, sólo se limita a señalar tal año como “el año en que se inició la guerra civil” (32, 38, 40, 59, 66, etc.). Un ejemplo muy esclarecedor del problema sobre el que argumentamos puede encontrarse en una de las numerosas reflexiones que realiza el narrador respecto a este asunto:

Jesús Mancini redactó un informe breve y preciso. Entregó su informe en su versión original a una comisión del Consejo Insurreccional en Antofagasta. El Informe Mancini es una prueba más de lo que una vez dijo Cassígoli: ‘El tirano carajo no deja de ser carajo cuando deja de ser tirano’. El Informe Mancini es el indiscutible argumento en contra de los que creen que hay quienes se resignan a perder el poder, que hay quienes prefieren un exilio lujoso a los riesgos de un regreso accidentado pero viable. El Informe Mancini es la prueba irrebatible de la existencia de supraestructuras universales que funcionan con eficacia, exceso e insensibilidad. Por desgracia el Informe Mancini viene a ser algo parecido al Informe sobre ciegos: nadie quiere, en definitiva, hacerle mucho caso (81).

El extracto anterior adquiere mayor validez si se lo relaciona con el pensamiento de Reinhart Koselleck, quien en su trabajo historia/Historia (2004) soluciona en gran medida el problema planteado hasta ahora sobre las perspectivas y representaciones de la Historia en El Informe Mancini. Koselleck afirma, citando inicialmente a Chladenius: “‘La historia es una cosa, pero la representación de ella es diversa y múltiple’. Se puede pensar, pero sólo pensar, que una historia esté en sí libre de contradicción; pero cualquier informe sobre ella estará fragmentado por la perspectiva[6]” (Koselleck 115). Esta afirmación es capital pues simultáneamente estaría relativizando la perspectiva de enunciación del propio narrador de la novela. Éste, en su condición de exégeta y aunque reniegue de ella[7], es mostrado como un sujeto “contaminado” ideológicamente por su postura historiográfica, aunque ésta pretenda desestabilizar o hacer entrar en crisis a la oficial. Esto queda puesto en evidencia en algunas afirmaciones, no del narrador precisamente, sino del Entrevistador[8] que recopila los datos sobre aquéllos que se relacionaron de alguna forma con el Vendedor de Globos Terráqueos. Cuando el suegro de Jacinto González trata de justificarse señalando que no es mucho lo que podrá aportarle sobre el Vendedor, el Entrevistador contestará: “Trato de reproducir algunos episodios que servirán para objetivizar en forma irrefutable la historia de la guerra civil” (179). De este modo, una perspectiva que realice un examen y construya un relato sobre la Historia, debe considerar lo que observa Koselleck respecto de las perspectivas dominantes que construyen la historia: “…el historiador debe presentarnos al hombre entero, no sólo en la rara y particular posición de quien domina pueblos y conquista países” (108). En este sentido, el epígrafe extraído de El siglo de las luces (1962) de Carpentier adquiere mucho más sentido al situarlo en esta reflexión: “‘¿Vas a declarar la guerra a Francia?’… ‘A Francia, no. Si acaso, a su cochino gobierno’”.

Para cerrar estas reflexiones conviene antes realizar brevemente algunas precisiones sobre un recurso esencial empleado a lo largo de la novela de Rivas: las notas al pie de página. Este recurso, que recuerda a las notas de Borges en sus relatos en los que inventa autores, libros, bibliografías y números de páginas, cumple en la novela al menos tres funciones estrechamente vinculadas. En primer lugar, las notas del narrador se emplean para precisar algunos datos de fuentes o comentarios sobre el Informe Mancini, aunque en términos cuantitativos, estas notas son las menos. Sin embargo, las dos siguientes comprenden el grueso de funcionalidad de éstas. La segunda función corresponde a la transcripción de grabaciones en las que se registran las conversaciones entre Jesús Mancini y aquellos sujetos que le proporcionan información sobre el funcionamiento de Cubresuelo. En tercer lugar, se introducen notas con el objetivo de transcribir las grabaciones en las que el Entrevistador recopila datos sobre el Vendedor de Globos Terráqueos por medio de conversaciones con personas que lo conocieron. Como puede apreciarse, todas las notas sirven al propósito de narrar esta versión alegórica de la historia nacional, articulando un relato mucho más complejo y acabado sobre la violencia en el período dictatorial.   

 

 

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Bibliografía

- Barthes, Roland. Mitologías. Trad. Héctor Schmucler. Madrid: Siglo XXI Editores, 1994.

- Koselleck, Reinhart. historia/Historia. Madrid: Editorial Trotta, 2004.

- Moreno, Fernando. “Las raíces de la escritura”. Escritural. Écrtures d’ Amérique latine. 1 (2011): 1-10.

- Promis, José. “La historia de las ficciones, la narrativa de Francisco Simón”. Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura. 3 (s.f.): 49-65.

- Rivas, Francisco Simón. El Informe Mancini. Santiago: Ediciones Cerro Santa María, 1984.

- Varas, José Miguel. “El Informe Mancini. Nota de lectura”. Araucaria de Chile. 36 (1986): 217-218.

 

Notas


[1] Fernando Moreno, en su trabajo “Las raíces de la escritura” (2011), ha reparado en este rasgo de la escritura de Rivas, proponiendo una lectura que plantea que la obra de este autor realiza una revisión de la Historia: “Pero, como sabemos, la paradoja se atenúa si nos instalamos en el ámbito del proceso de ficcionalización de la historia y los particulares rasgos que éste presenta, desarrolla y consolida en las letras continentales durante el curso de las últimas décadas. Precisamente, una de las marcas más evidentes de la relectura crítica y desmitificadora del pasado, concretada en estos textos que algunos críticos han denominado “nuevas novelas históricas”, es el intento de recuperación de los silencios o de los lados ocultos de la historia. Es de todos conocido que, junto con reprobar el discurso histórico tradicional, estos textos intentan suplir las carencias, recuperar la memoria y la historia silenciadas, la Historia ausente. Para ello, en múltiples casos, los textos que tematizan la historia emiten versiones inéditas de sucesos o personajes que han marcado la evolución del continente. En la obra de Francisco Rivas Larraín gracias a las modalidades y perspectivas de ficcionalización trazadas en Martes tristes (1983), Los mapas secretos de América Latina (1984), El informe Mancini (1982), Todos los días un circo (1988), Diez noches de conjura (1991), La historia extraviada (1997) o El pulmón del general (2000), por ejemplo, se proponen singulares vías de aproximación para ingresar en capítulos desconocidos, sombríos, inacabados o virtuales de la Historia reciente o pretérita, para realizar un recorrido por sus, a veces, insólitos intersticios (…) La representación de la Historia efectuada a través de estos textos se interesa por una revisión de un pasado, pretérito o reciente, conocido y documentado pero en cuyo seno se introducen las variantes de lo que pudo haber ocurrido” (Moreno 3-4). Esta es una posibilidad de entender el problema de la reescritura de la Historia, pero como veremos, este discurso en El Informe Mancini sufre algunas modificaciones orientadas a la invención de un relato histórico alternativo. Así también lo percibe Moreno: “Otras particularidades destacadas de la obra de Francisco Rivas, se relacionan con la capacidad de fabular la historia, de inventarla, de dar a conocer lo que pudo haber sido, aquello que en algún lugar hemos llamado la historia hipotética” (Id. 4) 

[2] Es más, a tal punto llega el grado de ficcionalización en esta novela que, incluso antes de ingresar siquiera a la segunda portada es presentada al lector la siguiente advertencia: “Los hechos relatados en esta novela corresponden a una ficción. Los nombres propios que aparecen en el relato son imaginación del autor. Cualquier semejanza con hechos o personas de la vida real es simple coincidencia”. Este recurso paratextual cumple estratégicamente la función contraria de lo que advierte, intentando situárselo como un elemento editorial y no como parte del enunciado literario. Esta advertencia, como muchos otros elementos ficcionales de la novela, cumplen el rol de proyectar en esta obra la doble ficcionalización sobre la que argumentaremos, así como la forma en que en ella se desestabiliza el discurso historiográfico oficial.  

[3] Moreno también repara en el documento o manuscrito encontrado como recurso propio de la obra narrativa de Rivas, en la que junto a otros dispositivos textuales, se destaca la funcionalidad del documento escrito: “Es el elemento fundamental de la búsqueda, evidentemente de difícil acceso y que necesita una clave para una lectura adecuada. La búsqueda de documentos, de pruebas, de informaciones resulta capital en una confrontación permanente entre las fuerzas del bien y del mal. El documento puede adquirir diversas concreciones o formas: un mapa, un manuscrito, una monografía, un libro, una piedra grabada o una lista (…) En todo caso, en su mayoría y cualquiera que sea el documento, los personajes difícilmente se encuentran o se relacionan con el original, sino con una copia o con copias de ese original prácticamente inhallable o desaparecido, es decir, ausente. Objeto fundamental de la búsqueda, el manuscrito debe ser preservado y transmitido, tanto más cuanto que constituye un punto de anclaje, contiene secretos, proporciona informaciones que a su vez deben ser profundizadas y completadas” (Moreno 6-7).

[4] Sobre el carácter de las Aproximaciones, el narrador es enfático: “Estas aproximaciones no pretenden ser más que eso. Simples aproximaciones al Informe Mancini, documento denuncia del militarismo internacional” (Rivas 57).

[5] Sobre el concepto de “sistema semiológico segundo”, remitimos al trabajo Mitologías (1957) de Roland Barthes.

[6] Un ejemplo muy clarificador respecto de lo que postula Koselleck aparece registrado en la Decimoctava Aproximación (Apuntes para un estudio posterior: La caída de los buitres), en la que se transcribe el fragmento de “un artículo aparecido en el primer número del periódico “El Ferrocarril de Antofagasta, Nueva Época”, poco después que se inicia a Guerra Civil” (Rivas 167). El fragmento aludido, del que extraemos sólo una pequeña parte, versa del siguiente modo: “Hubo un historiador que aseguraba tener antenitas que le permitían intuir el flujo de la historia. Su historiar es un flujo, es cierto, asolado por los hechos comunes, contaminado por el plagio, espeso con el compromiso con quienes nunca han querido que se haga historia. Era la historia oficial, llena de héroes inmortales y perfectos, la historia elogiada, premiada, la que llega a las academias, la editada en rústica y en seda. Si se quiere, no obstante, reconstruir la historia de los buitres, su ascenso al poder, su permanencia y su caída, es obligatorio caer en desmitificaciones. Entonces los plumarios de siempre lloran indignados. Corean el himno del antipatriotismo, de la demagogia y de la politiquería. Para poder continuar hay que haber perdido el miedo. El miedo a ser llamado antipatriota, el miedo a ser catalogado de resentido, el miedo a ser  considerado un francotirador” (Id. 168-169).  

[7] “Pero no me corresponde, en este informe, hacer el papel de exégeta…” (Rivas 192).

[8] Si bien es cierto que es el Entrevistador y no el narrador quien realiza la afirmación “Trato de reproducir algunos episodios que servirán para objetivizar en forma irrefutable la historia de la Guerra Civil”, en dicho narrador recae la responsabilidad de esta “contaminación” ideológica, pues él utiliza todo el trabajo del Entrevistador para respaldar sus Aproximaciones.



 


 

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