Proyecto Patrimonio - 2011 | index | Felipe Ruiz | Autores |




 


 



La experiencia de un fundamento

Felipe Ruiz



 

 

.. .. .. .. .. .. ..  

Toda poesía es una meditación sobre el fundamento. No existe poesía alguna, ni la más sencilla, que no sea de entrada una pregunta por el fundamento. Preguntar por el fundamento, a diferencia de lo que acreditan las disciplinas de universidad, la sociología, el periodismo, la antropología, la psicología y la historia, no requiere fundamento alguno. Preguntar por el fundamento no requiere fundamentación. Cualquiera está, por el hecho de existir, facultado para preguntar por el fundamento. Toda persona, en consecuencia puede ser poeta.

Preguntar por el fundamento es preguntar lo mil veces preguntado. Preguntar, por ende, por aquello que desde el origen del hombre es desde ya una pregunta. No se trata, por eso mismo, de inventar nada, de “descubrir algo”. Se trata nada más que de preguntar, y por ello mismo, repetir la pregunta. La respuesta no interesa.

Partiendo de aquello, la poesía es una pregunta más originaria que todas las preguntas de las ciencias heredadas del positivismo. La poesía es una pregunta tanto como la poesía pregunta. Pero en ese preguntar, la forma no es la misma. Podríamos decir que la forma del preguntar no es la misma tanto como el énfasis y la urgencia que, en cada poeta, se pregunta. En algunos poetas, la pregunta es más resuelta que en otros, lo que no significa, empero, que la pregunta esté mejor formulada en tanto su claridad. Más bien lo contrario. En aquellos donde más oscura, más obtusa es la forma del preguntar más nítida resulta la pregunta.

De tal modo, preguntamos nosotros desde un único lugar en pos de descubrir si la pregunta, en tanto que tal, es coherente consigo misma y con su arte.

Indagando así nos encontraremos con una pregunta acabada. Ella es un preguntar desde la claridad del verso hacia la esencia del fundamento. Fundamentar significa, entonces, preguntar. La pregunta es el fundamento de la pregunta. Pero fundamentar la pregunta no es preguntar. Fundamento, en tanto que pregunta más inicial, es pregunta en sí. Pero no preguntamos, en la poesía, de modo sencillo a modo de ¿cuál es el fundamento? Preguntamos más bien desde el verso. El verso es lo que pregunta en sí.

El verso pregunta desde la claridad de lo que le es propio. Lo que es propio del verso es la palabra. A partir de la palabra, el verso aclara su propio preguntar. Pero este preguntar por la palabra, no acontece como claridad desde la eficiencia de una pregunta que nombra lo que le es propio dejando su envoltura y su misterio a la luz de las palabras prosaicas de cualquier preguntar. Lo prosaico mismo no es más que un rasgo de la poesía. Toda fisonomía de una pregunta, desde la más sencilla, es hondamente poética. Y esto es así por el sencillo hecho de que en las palabras, en las preguntas, se exige internamente un fundamento. Dado que el fundamento está oscuro en tanto que tal, el fundamento dado a las palabras que preguntan no pueden ser sino poéticos.

La poesía,  en suma, es el rodeo mismo del fundamento. La poesía rodea al fundamento tanto como es un rodeo de decir el fundamento. Pero en tanto las ciencias universitarias y su sistema comercial de configurar el espacio de discusión en torno al pensamiento exijan de la poesía la originalidad, la pregunta más fundamental de todas desde donde es la poesía misma, a saber, el fundamento, quedará vedada a las generaciones futuras.

Pero, ¿qué significa que la poesía pregunte por el fundamento? ¿significa acaso que es el único arte que puede preguntar por tal? ¿por qué? Fundamento, en sentido estricto, no es esencia, ni sentido, ni mucho menos, origen. Fundamento es lo que está siempre por venir, y en tanto fundamento venidero, es el lugar a donde vamos, desde ya. Fundamento, en tanto no es esencia, ni sentido, ni mucho menos, origen, significa que ellos no son sino un aspecto del fundamento. No es, tampoco, verdad, ya que la verdad es también, un aspecto del fundamento. Todo lo que mueve  al hombre a descubrir el origen no es más que una discusión antropológica por la geneaología de sí mismo, y por lo mismo, es inexacta, ya que pregunta por un origen ya acaecido en un lugar remoto y recóndito. El fundamento es a cada instante. Es fundamento en la medida que es el soporte que soporta la devastación y lo aciago, pero no erradicándolos de la experiencia, sino abriendo su comprensión y por tanto apaciguándolo. Lo propio del fundamento es el apaciguamiento.

¿Qué es el apaciguamiento? El poeta reclama de la palabra la respuesta por su padecer. Todo poeta que escribe lo hace desde  un padecer, pero la poesía no es un exhorto, una vociferación al vacío de un padecer cualquiera. Padecer es la huella o el abismo de un dolor. El dolor es, para Heidegger, el desgarro, pero no es un desgarro que habiendo desgarrado fulmina al sujeto. La esencia del dolor es el desgarrar. Pero en tanto soporte del valor del poeta, en dolor desgarra para juntar. Para Heidegger el dolor es, en suma, la juntura del desgarro. Pero si nos quedamos con esa afirmación, no podríamos entender que el dolor, más allá de una apremiación espiritual, traspasa al hombre y se encarna en su cuerpo.  El dolor, cuando se encarna, es capaz de desgarrarlo. Por eso se dice que superar el dolor requiere paciencia y perseverancia. Poetizándolo, el dolor es una piedra, es la solidez de la piedra, como dice Zurita, es “un río de piedras”. Pero si el dolor, consumado, junta el desgarro, se  podría llegar a pensar que reúne al hombre en el apaciguamiento.

El dolor es reunión. Es reunión en el apaciguamiento que preserva la discordia, y que incluso la considera. Su naturaleza es del hombre, pues es el hombre el sujeto que encarna la discordia. La discordia está apenas pensada y el pensamiento judeo cristiano, teológico y filosófico, no tiene herramientas para pensarlo en la actualidad. Ella hace referencia a la discordia sexual, que funda lo lascivo y lo lesivo de la contradicción de los géneros en el dolor del mundo actual.

La discordia sexual remite al fundamento mismo del dolor. Hace referencia a la negativa de Dios. Esta negativa, dice relación con la imposibilidad de llevar a término la discordia misma, y de este modo, finalizar al hombre. En tanto el hombre es genéricamente el hombre, será esta discordia la condena del yugo.

El fundamento no abre la brecha hacia la resolución final de la discordia. Pero la poesía, si es fiel así misma, permite la apertura de un preguntar por si la discordia y por la esencia del dolor. Si el dolor es reunión, lo discordante es llevado a término y lo lesivo abierto la iridiscencia de la ternura. Lo tierno lleva desde la discordia hacia la temprana mañana del poeta, recordándole su pureza más mañanera. El día más blanco, de Raúl Zurita, nos muestra esa esencia primera por la que la muerte misma se vuelve moribunda.

Muero feliz porque muero en la belleza

La iridiscencia de la ternura es el azul. En azul, el hombre se enraíza con su propia esencia y entra en su declive. Declinar no es perecer, ni morir. Declinar es, en sentido estricto, caminar hacia la tarde con el paso sereno en que el camino mismo se aligera. Pero su ligereza no es tal por la ausencia de discordia, sino por la transfiguración de lo lesivo.

¿Quién lleva al poeta a ese declive? ¿otro hombre?  ¿Dios? ¿el mundo? Declinar es decaer en el nivel bajo que puede ser confundido con la pereza en vez de la serenidad. Pero declinar dice más relación con el curso solar y su declive. El poeta declina en tanto responde en conformidad a la naturaleza y al curso del día. Declinar es meditar y serenarse en la comprensión del dolor aún oculto del mundo. Pero no es la contentación, ni la conforimación con lo que extrañamente se le conoce como lo presente. En realidad, lo presente es presencia y por tanto realiza a cada momento su singular promesa de futuro. Pero el dolor aún oculto posee otra naturaleza. Dice relación con la portación misma, en algunos, en unos pocos, del mensaje del alma,  y por tanto, con el porte de la piedad, que en tanto que tal, es piadosa de sí y de lo que ve. La piedad, por tanto, es la visión sin la cual el mundo no sería mundo.

El declinar por tanto es promesa de piedad en algunos. Esos algunos, que pueden o no, ser poetas, son llamados a obedecer el mandato del fundamento en pos de atestiguar el mundo. El testimonio es lo que inscribe en el poeta, empero, su singularidad, de tal modo que el fundamento de lo porvenir sea el adelantamiento de la mirada hacia lo oculto del dolor. La esencia del dolor aún oculto hunde al poeta en la melancolía. La melancolía es el apaciguamiento en sí, ya que sumerge al poeta en la itinerancia del decir en la cercanía de su muerte.

La proximidad de la muerte es tal solo en la medida que el testimonio es a cada instante el cumplimiento del tiempo de la vida. El carácter del poeta, su temperamento, es definido por cómo asume el riesgo de la proximidad, es decir, como evidencia el trato con la proximidad de la muerte en su decir poético.

Pero lo que queda lo fundan los poetas. Es un verso de Hölderlin, y describe bien la esencia del testimonio. Lo que queda, lo que aún resta, el remanente del día, ya que un día es, en sí, el tiempo de una vida. Lo que queda es fundado, pues la fundación le es propia al poeta, tal como la melancolía. Se podría incluso decir que la melancolía es la esencia de lo que se funda, pero...

Fundar y fundamento, tienen una raíz compartida. El fundamento está aún velado al hombre actual en la medida que el poeta está aún por fundar. Los pilares del fundamento, abrigado en lo más próximo y más lejano de la experiencia humana, es la fundación. De tal modo, fundación y fundamento se copertenecen. La fundación responde al llamado del fundamento, y así, realiza o lleva a término la experiencia humana de fundar, en la morada de la tierra, el fundamento de lo divino en su esencia.

Si fundar lleva a término el fundamento, podríamos decir que lo divino es la causa última del fundamento. Pero la fundación es humana y, en tal medida, no es divina de suyo. En la fundación la experiencia de lo humano se le opone  a la divinidad. Lo humano no puede dar alcance a Dios pero mora en su proximidad a partir de la copertenencia de lo mortal y lo eterno. El hecho sencillo de que el ser humano sea mortal resumen, de modo simple, el problema de que cualquiera puede preguntar por el fundamento, sin requerir de las ciencias universitarias. El acceso a tal preguntar es anterior a cualquier pregunta, pues en sí, un hacer.

Se trata del uso corriente de “hacer la pregunta”. Hacer la pregunta es la fundación en sí misma, y el destino de fundar, es, en síntesis, apaciguar el dolor para que el hombre pueda volver a morar en la proximidad de Dios.

Más esa proximidad no purga al hombre del dolor, del cometido y del acometido, sino lo encamina hacia aquel lugar reservado para su realización en tanto que hombre. En tal sentido, se puede argüir que la muerte no es lo opuesto a la vida, pero la muerte, sí es opuesta al amor.

Fundar, morar, y fundamento son los tres principios de cocreación de la experiencia humana futura. Un mundo más humano sólo será posible en el regocijo de una proximidad con lo divino que no disloque la esencia mortal del hombre. Porque lo  divino, no debe imponer su lugar frente a la altura de la dignidad del hombre, que le viene del dolor.



 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2011 
A Página Principal
| A Archivo Felipe Ruiz | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
La experiencia de un fundamento.
Felipe Ruiz