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La productora
Una aproximación a la industria cultural

Felipe Ruiz





 

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Voy a hablar de cosas que solo ahora son visibles. Cuando durante el gobierno de Lagos, se dio espacio a las manifestaciones culturales masivas, a través de las fiestas culturales en el Parque Forestal, nadie sabia, ni intuía, que se estaba gestando en el seno de ciertos vínculos societales, inclusive familiares, la idea de generar en Chile una suerte de circuito de productoras culturales, denominadas, o amparadas, bajo aquel sesgo que congregó un congreso auspiciado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes: la Industria Cultural.

La característica de esta Industria, que, entre paréntesis, hereda su nombre del teórico de la posguerra Teodoro Adorno, pero que en el espacio local, dicho sea de paso, no tiene mucho que ver con el concepto del cual hereda, repito, la característica de esta Industria es generar un espacio cultural de estilo masivo, más que íntimo, un espacio en torno al cual se reúna lo social tanto como lo familiar, generando productos culturales que produzcan un efecto específico, nominal y deseado en la sociedad. Es por esto mismo que, una vez creados estos productos, se puede decir que su primer efecto es de orden social, ya que afecta emocionalmente a los auditores o escuchas, implicando lo que se ha denominado, en comunicaciones, un efecto de aguja hipodérmica, es decir, provocar un mensaje efectivo y localizado en algún lugar del consistente o inconsistente de los receptores, al punto, inclusive, de llevarlos a una suerte de acción específica, de movilización. Los efectos, por ende, de las productoras de la Industria Cultural colindan con lo político, en el sentido de que son capaces a partir de la música, de la pintura, del show y del espectáculo, sea este directo o a través de los medios de comunicación, de motivar conductas, de conducir acciones y recurrir a un vínculo local, es decir, íntimo, entre los productores y la teleaudiencia o público.

Como siempre, los más heridos con este tipo de industrialización de la cultura son los verdaderos artistas, pues en ellos se resiente en el vínculo con la sensibilidad,  con el quehacer de una artesanía del arte y de su producción. Ellos no sostienen grandes vínculos con el poder hegemónico de las derechas y las izquierdas, y por ende, son más sensibles, pero por ello mismo, más resistente a dejarse arrastrar por mareas humanas escuchando una banda folk o tecno.

El futuro de la Industria Cultural en Chile, y de sus productoras, es promisorio porque vincula el aparato cultural a un tipo de sensibilidad social que podría o no denominarse artística, si es que ampliamos lo artístico a amplias zonas de la producción del espectáculo. Son operativas, logísticas y organizadas, todo lo contrario del arte tradicional. Son sin embargo altamente peligrosas, en el sentido de sus alcances para el desarrollo de la política como espectáculo y de la política como fuerza de masas. Me atrevería a pensar que su alcance en el desarrollo de productos mediáticos y mediales va más allá de lo meramente contingente y que se vaticina una larga sobre vida en nuestro medio.



 

 

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