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Lo extraño de extrañar y el juguete yámbico.
Sobre Der Golem, de Pablo Lacroix.

Por Felipe Ruiz

 

 



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Bajo un título para nada pegajoso o comercial, se abre paso este libro oscuro, de lectura para nada fácil, a simple vista común entre otros, pero sobre todo, y antes que nada, un libro escatológicamente armado como un cuerpo de piezas, o partes, en que la palabra poética se escarba hasta el retorcimiento con pos de abrir nada más que una sentencia: yo no habito un cuerpo, yo soy mi cuerpo. Esto quiere decir que el cuerpo en este poemario es un cuerpo crudo, en el amplio sentido, un cuerpo no fraguado en una escatología espiritual, y por tanto, un cuerpo crudo con toda la violencia que puede recaer sobre él.

La clave interpretativa no está aquí en la adolescencia gótica de un verso descarnado, sino por el contrario, en lo crudo de un cuerpo carnal, cuya clave más seria sería la del expresionismo alemán antes que las modas a fin de cuentas pop de la segunda mitad del siglo XX. Pese a ello, lo gótico quizás nos abra la puerta de entrada para comprender aquello que alimenta a este Golem, aquello que nutre la crudeza de su crudo cuerpo, y esto radica en la vocación por lo siniestro, tan espléndidamente atisbada por Freud, como lo (in) familiar, con esa doble raigambre de lo extrañado y al mismo tiempo extraño.

Aquello es descrito también por Lacoue – Labarthe en su ensayo La poesía como experiencia, dedicado a Celan, donde describe precisamente a este Golem que representa lo extraño, cuyo sino es, tan ajeno, tan siniestro como cercano. La criatura que nos representa pero en cuyo rostro, lanzado a la violencia de nuestra óptica, se inscribe la misericordia y la lástima que lastima al mismo tiempo nuestra relación con la integridad (mejor dicho integración), con la coherencia y univocidad del cuerpo, del cuerpo crudo, por cuyos miembros son azotados por la violencia del mundo.

He aquí la relación con el poema de la mexicana María Rivera, Los muertos. Como en él, Lacroix no usa la escatología del verso para patentar un simple juego de ideas en torno a la disección y coerción del ser humano, sino que ensaya – es una poesía de ensayo desde inicio a fin, se intenta probar algo en este libro – la relación literalmente visceral del cuerpo y su desgajo (la muerte) al mismo tiempo como lo más lejano, lo más radical de la experiencia de la vida, pero también como aquello más familiar.

No se trata acá de emular la figura de Der Golem con la del títere, de juguete yámbico, cuyas manos hacen clap clap, como indica Lacoue – Labarthe, ajeno esas digresiones y elegancias, el cuerpo humano hoy está en exposición permanente, y la pasarela más apropiada es la calle misma, de marchas, conflictos bélicos y crímenes. Este libro ensaya permanentemente el modo de entrar en la realidad del cuerpo hoy, pero sin atisbar ya su origen, perdido en el tiempo, y, de este modo, tampoco atestiguando ( de ningún modo) su trascendencia: yo soy mi cuerpo, parece decir a cada instante. Y el poema es la expresión, como en la película Hugo, de una autonomía de vida de la que me hago cargo con mi mano y con mis dedos, ya sea sobre el teclado o sobre un papel, y punto.



 

 

 

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Sobre "Der Golem", de Pablo Lacroix.
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