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El lenguaje como una casa

Por Felipe Ruiz

 

 

 

 

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¿Dónde encuentra refugio frente al sufrimiento el hombre? Aún en los momentos de mayor aflicción, el ser humano piensa. Y si piensa, o versa para sí mismo, es porque posee un don: el del lenguaje. No está entonces demás repetir esta conocida máxima: el lenguaje es su casa. La realidad es, entonces, casi lo opuesto a dicha morada. La violencia de la realidad implica que el lenguaje puede ser degradado o incluso casi anulado por el despilfarro del capitalismo y las comunicaciones. Sin embargo, y esto es claro, no hay ser humano en el mundo que no sueñe con sus palabras, que no sea, aunque esporádicamente al menos, transportado por el lenguaje hacia esa casa que vive en su alma y que es a todas luces su morada.

Por eso, cuando decimos que el hombre debe retornar a su morada no estamos hablando burdamente de un espacio físico ideal, de una realidad primitiva o algún cielo religioso. Hablamos del lenguaje como transporte hacia su interioridad más plena y resoluta. Hablamos de la comunicación que lo ve más propiamente humano y, por ende, más propiamente cercano al silencio frente a la realidad.

La realidad nos llama a abrir los ojos y a guardar silencio. El lenguaje nos llama a cerrar los ojos y a meditar. La realidad no es sencilla de entender. No es, simplemente, lo que vemos todos los días. La realidad es en sí el dolor mismo. Aquello que la sensibilidad no puede resistir, y que, por tanto, se resquebraja. El lenguaje guarda en su morada a la sensibilidad con el fin de preservar el imaginario del dolor de lo real. Pero no lo hace tan fácilmente. El que aún exista poesía en este mundo, y que esa poesía adquiera cada vez más la forma de lo sombrío o la denuncia, refleja que la realidad se ha vuelto casi insoportable no solo para aquellos que la ven y la auscultan, sino también para aquellos que “viven” en ella. Por tanto, el dolor mismo se ha vuelto mayor en la medida que involucra tanto a la vida humana misma no ya diversa y rica en cultura y manifestaciones, sino como una sola. Eso es un resultado de la globalización.

Y así, en efecto, se suele decir que los poetas viven “fuera de la realidad”. ¿Querrá decir esto que viven más próximos al lenguaje? ¿O incluso que moran en su casa? No sabría precisarlo con exactitud, pero lo cierto es que mi propia experiencia en la poesía me ha revelado que el lenguaje protege del aguacero en tiempos difíciles, pero no, dulcificando los momentos, sino más bien, entregando la medida justa del tiempo que se está viviendo. Quizás en algún futuro, moremos también en la casa del lenguaje. Aquello está por verse.



 

 

 

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