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Volver a lo sencillo
Por Felipe Ruiz
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Hace tiempo que perdí el gusto: ya no sé distinguir un buen poema de un mal poema. Ya a nadie parece, si quiera, importarle escribir “un poema”. Los más, se encuentran embarcados en sendos y complejos artilugios de la palabra, preocupándose de su obra, de la estructura o del intertexto, etcétera. Nadie a reparado en el hecho de que la mal llamada posteridad se resume, en la mayoría de los casos, por un buen poema. Pero nadie quiere escribirlos. Es muy “básico”.
Quiero volver a la inspiración. No me interesa profundizar en qué significa eso. A lo sumo, me importa saber sus resultados. Lo cierto es que hay poemas, como en el cine, de género o poesía libre. Hoy todos se encuentran embarcados en representar un papel, en dignificar no sé que minoría (que, por cierto, no le interesa ser “dignificada”). Quiero volver a hablar de poemas y rendir odas a la simpleza de la mirada.
La mayoría de los que no saben escribir ni leen mucho se encuentran camuflados en el santo y seña de esta nueva institución poética. Resulta, a mi parecer, más fácil escribir verso libre que un soneto, o leer a Zizek que a Pound. La mayoría de los que leen parecen estar opacados o, mejor, como a la espera de que algo cambie. Porque, por supuesto, no es su misión salvar a nadie de nada. Por supuesto, ni siquiera es misión salvarse a ellos mismo como poetas. Porque la poesía en rigor es parte de un canon y en eso no hay que confundirse: al canon le importa un carajo la moral o lo recto.
Por lo pronto, en verdad aprecio un retorno a la inocenia: a aprenderme poemas de memoria, a disfrutar con los libros. Aprecio una vuelta a lo sencillo, cuando la poesía no era un trabajo y cuando pensábamos que a través del lenguaje, antes que el mundo, cambia uno mismo.