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Contra el humanismo

Por Felipe Ruiz


 



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En términos simples, el humanismo es una deformación del existencialismo. Y, tornándolo más complejo, el existencialismo es la deformación gala de la fenomenología alemana. El existencialismo, a modo sartreano, se afirma de la repecursión “mediática” de la fenomenología de Husserl y Heidegger para litelarizar y politizar la teoría del ser, convirtiéndola en un argumento literario– pesimista de la post guerra.

Es un pesismo literario más que pensante. Permite la sobrevivencia del lenguaje ante la caída de los referentes y coordenadas que alimentaban el mundo intelectual europeo. Este peso, esta fuerza social que dice algo así como “no nos interesa la literatura, tenemos cosas más urgentes en qué pensar”, simplifica la compleja trama por la que el pensamiento y la intelectualidad de fines del Siglo XIX y principios del XX perdió la batalla ante la realidad. Está Benjamin que indica que los soldados volvían mudos después de la guerra. Está Adorno que indica que ya no se puede escribir poesía después de Auschwitz. Y está la aceptación de los intelectuales de renombre que ceden ante este nuevo reinado: la Carta sobre el humanismo, de Heidegger, y El existencialismo es un humanismo, de Sartre.

En la primera, sin embargo, queda clara una estrategia que sigue vigente hasta el día de hoy: hay que salvar al lenguaje, a toda costa, hay que salvar al lenguaje. Y, en efecto hasta el día de hoy, la impronta del humanismo es su distinción con la matemática (matema, en realidad), por ser una defensa del lenguaje, en sus múltiples dimensiones.

Pero, incluso cuando se realiza esta defensa, se pierde la esencia misma del hablar (sprach), doblegándolo a su dimensión axio literaria. Me refiero, a la tan combatida idea de los derechos humanos, instaurada como resultado efectivo y efectista de la filosfía humanista. Rorty, en el extremo del liberalismo burgués, desecha este humanismo a su juicio “vulgar”. En realidad, su crítica capitalista no posee una heurística profunda de la vida moderna, bajo estos derechos universales.

En realidad, la noción de derechos humanos es la completud de la transformación y deformación del existencialismo. Mounier funda este pseudo movimiento al hablar del personalismo, centrando el vínculo aflictivo y afectivo en el ambiguo concepto de “amor”. El cogito cartesiano es reemplazado por la máxima “amo, luego existo”, ampliando así la vulgarización de la existencia. En su concretud, es Maritain quien lleva a término la instalación de un existencialismo moderado (y cristiano) en la confección de los Derechos Humanos.

De tal modo, el humanismo sella sus nupcias con la ética. El lenguaje que explora el humanismo recibe su dimensión funcional al capital en su acción de eficiencia como ética social (ethos), como rector (ojalá en credo) del buen decir, buen pensar, buen hablar y... buen actuar.

Solo en la medida de que este transformismo (para usar el término de Moulián) se lleva a término el humanismo está acreditado para ser ciencia de lo humano, es decir, residir en la academia moderna, ser impartido por profesores humanistas, en colegios y universidades.

En tal sentido, la pérdida de la tarea del pensar y del poetizar es irreparable: en su dimensión más antigua, aquellas sendas perdidas, la humanidad no necesita de humanismo, tanto como la naturaleza no necesita de naturalistas. Es decir, pensamiento y literatura son solo si la vida misma, con sus pasiones y phatos, liberadas de sus restricciones ético religiosas: es política solo en la medida en que puede servir a un poder – saber liberador y antiburgués.



 



 

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