Cobija, el mundo salitrero, la fantasía del desierto, la alianza del crimen y el dinero, una heráldica en la cual se inscriben el miedo rampante, los gallinazos, los militares, los gestores, los aventureros, Balmaceda, el doctor Juan Noé, la malaria, Alessandri el primero, y el vasto tejido de nuestra historia, que llega por vía parabólica hasta los malos tiempos que corren, dan pie a la creación de un mundo vertiginoso por parte de un gran escritor chileno (y eso es bueno decirlo sin regateos), Francisco Simón, de quien conocíamos "El Informe Mancini" (1982) y "Los Mapas Secretos de América Latina" (1984).
Si pensáramos que la novela vale sólo por su código alusivo, por un dramático juego de comprensión del vejamen y de la indignidad, a que somos diaria y ferozmente sometidos, estaríamos limitando de un modo casi paroxístico el ser de esta literatura, tomándola por una obstinación puramente documental. Lo importante de la proposición narrativa de Francisco Simón reside en su audacia para no soslayar la realidad atroz, llevándola en volandas con el propósito de abrir ruta a una mitografía, la de nuestra historia, de nuestra sociedad y, qué duda cabe, la de nosotros mismos en el repertorio de hechos que nos definen y limitan.
Que a partir de Almagro, en una breve incursión por esas tierras de la desolación que viera el descubridor, se establezcan las conexiones visibles de este mundo en el cual vivimos, es un modo de preparar la propiedad verbal del texto, de afinar una técnica de composición, de unir en un haz imaginativo el torrente imaginario capaz de asentar y fundar una ficción, trabajando vertiginosamente en un retablo de maravillas nacidas de la oscura realidad.
Es muy hábil el novelista en sus trazados de época y en la ambientación, en la manera de entrelazar acontecimientos, permitiendo por ejemplo lo que se llama en retórica "anticipación épica", esto es, predecir, en un periodo en que determinados sucesos aún no se verifican, los rasgos y el carácter que habrán de tener valiéndose de un modo de entrecruzamiento. Si uno de sus
personajes, Bernardo Coca, en Ricaventura, durante el aluvión simbólico del salitre, que resulta tan mágico como el vuelo de Remedios la Bella o el amarillear de las mariposas que acompañan a Mauricio Babilonia en "Cien años de soledad", es puesto en escena, perfilando su don de la ubicuidad, se nos dirá que la licitud de este milagro, que se prolongó en su descendencia por medio siglo, terminó bruscamente "cuando cayó el tirano, el de la voz de pájaro y la gramática menesterosa, aquel que tuvo la peregrina idea de subastar al país y de veranear con sus ministros en la Antártica. Se dice que en esos días se volvieron a llenar las embajadas, pero que los muertos que hubo, más se debieron al miedo y a la vergüenza que a las represalias".
La novela de Simón, ejemplar y vasta anunciación de un nuevo escritor de altísimo nivel, permite tener fe en él, y en los que aguardan. En un mundo pulposo, ligeramente anfibio, gobernados por la insolencia, la torpeza, la mala fe y el rigor de los descalabros, Simón se obstina, una vez más, en ofrecernos una mitologización goyesca, poética y grotesca, al mismo tiempo. Para ello nos pide sólo que afinemos la pupila. Porque en Ricaventura, en las hazañas de sus fundadores, en la organización de un mundo minucioso, tenemos ya un prometedor Macondo que de tan real produce escalofríos y admiración. Hay aún gallinazos que, surcando el cielo, esperan su turno para configurar un espacio literario de enorme riqueza.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "MARTES TRISTES"
Por Francisco Simón. Bruguera, Santiago, 1985, 354 páginas.
Por Alfonso Calderón
Publicado en APSI, N°160, septiembre de 1985