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Una mirada a La velocidad de la caída, de Florencia Smiths
Por Soledad Fariña
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¿De qué caída nos habla esta voz? ¿Caída metafísica, o un descendimiento? Pronto nos damos cuenta que la aceleración o retardo será otorgado no solo por el ritmo, sino por las palabras o la enunciación de su carencia.
No es fácil asirse a “algo” en caída que es vértigo y demora, que es tiempo transmitido a un espacio de mirada y asfixia.
Un cuerpo se mira en su descenso, una cabeza piensa y articula en palabras el ritmo de su desmembramiento.
El cuerpo está presente y hay que deletrearlo en sus carnes –tibias y crudas-, en su hedor, en su herida.
Hay daño en la caída hacia la fosa y hay nombre en ese daño, las partes se llaman Muñeca, Brazo, el cuerpo mismo alarga el tiempo, se desdobla y mientras cae teje la red que aminora suaviza la caída, pero esa red se llama atracción por la fosa, por lo antiguo del pozo, melancolía y odio apretado en lengua sibilina que contiene, que se traga pero ¿por qué se nombra barco-lodo-llaga-grieta?
Se enuncia este cuerpo desarmado que ha perdido el habla en la caída, por eso llora y baila añorando lo antiguo: las pestañas, el exceso de rimmel, roja la boca roja, blanca la cara blanca ¿Hay otra en ella, que atestigua, que la enuncia? No es probable.
Hay otro: un “huésped resignado” que se adhiere, mientras el cuerpo-mente deambula en su mudez. Añora su habla. El poder de la lengua. El duelo es mudo, es gesto. El papel de la boca ahora es la mudez.
El tiempo dura, continúa. No podemos calcular, -sino por las palabras, por su espesor- la velocidad de esta caída, a veces lenta, reflexiva; a veces dardo, incisiva, letal. Lo alto y lo profundo.
La casa-cuerpo ya no como refugio. La casa se abre y se recorre en sus falencias, la carne se abre, la garganta, los nervios, la voz al descubierto. Esta casa no es. Esta casa no tiene.
No hay tragedia, hay cotidiano, por eso: fruta podrida que resta, permanece, nadie consume, nadie habla. La casa vacía, vaciada, metáfora de caos. El tiempo de carencia, tiempo de grafía La pierna cortada/ Cuchillo quebrado / martillo enterrado
¿De qué está hecha esta hablante mente-cuerpo que cae aferrándose a las palabras que quedan después de la mudez? Está hecha de carne? de ceniza? de carbón? de grafito?
A falta de palabras quiere nombrar la casa-caos con partes de su cuerpo. Inutilidad de las palabras: “de qué están hechas las palabras que dice/Y por qué las dice”, se pregunta en una mínima detención de su caída.
Pero ella escribe y hay tiempo acumulado en el relato.
No hay huida, no hay muerte, hay vida que acontece, memoria que se escapa, fotografías y la pregunta “dónde o cuándo comenzó esta historia/de casa abandonada…”
Llegar, tocar el fondo, el suelo; resignación, mutismo, palabras en rezago (aglutinadas, dirá).
Después de la rotura, el descalabro, graficar, escribir lo aprendido:
Morir ¿lo mismo que morar?, o, al revés, morar ¿lo mismo que morir?
Pero ella escribe.
Mirasol, Agosto 2015